lunes, 5 de octubre de 2009

Nuestros actos y los ajenos

David Bronstein (1924-2006), brillante ajedrecista ucraniano y escritor, dice en “El torneo de ajedrez”, libro dedicado al torneo de candidatos de Zúrich, en el año 1953, en el cual participó y ocupó un honroso segundo lugar entre los 15 mejores del mundo:
“Es difícil ser objetivo al comentar las partidas propias. Las variantes que favorecen al comentarista siempre resultan interesantes –uno las analiza de muy buen grado y con cierta minuciosidad-, pero las variantes que favorecen al oponente no son por regla general muy claras. Habitualmente se busca (y suele encontrarse) justificación para los propios errores, mientras que los del adversario parecen naturales y, por lo tanto, no requieren explicación…”
Cosa parecida nos ocurre en la vida cuando nos comparamos con los demás. Nuestros errores son simples equivocaciones; los de nuestros congéneres son la consecuencia de la forma cómo ellos viven. A nosotros se nos “dañó” el matrimonio, a ellos los dejó la mujer. Los demás andan perdidos por el mundo; nosotros, simplemente confundidos. Los demás están arruinados; nosotros sólo pasamos por un mal momento.

domingo, 4 de octubre de 2009

"El match del siglo"

A los amigos del ajedrez, quiero recomendarles el libro “Fischer contra Spassky”, de Svetozar Gligoric.

Dedicado al “match del siglo”, como se denominó el encuentro de 1972 entre un Fischer ansioso de mostrar su calidad y un Spassky temeroso e inseguro de la carga que llevaba a sus espaldas, el libro comienza con una introducción de 12 páginas, en la que refiere los comienzos de la carrera de Fischer.

Según nos cuenta Gligoric, desde muy temprano su amigo asumió con la mayor fe la misión de convertirse en el mejor jugador del mundo. “Fischer ha tomado esta tarea más en serio que cualquier otra persona en la historia del ajedrez. Fue su hermana, que luego se casó y trasladó a California, la que le inició en las reglas del juego. Y desde la edad de los seis años, sólo ha pensado en el ajedrez. Después dejó la escuela, y luego abandonó el piso de su madre en Brooklyn, y más tarde dejó su casa de Los Ángeles y se convirtió en un vagabundo que vive en hoteles y deja atrás su equipaje. Pero no su ajedrez de viaje, hecho en madera. ‘Mire esas piezas, suaves y ligeras. No tienen aristas cortantes. Están maravillosamente talladas. Es el mejor juego que jamás he visto. ¡Tome, palpe este caballo!’”.

No fue fácil llegar a los acuerdos previos para definir una sede. “Fueron elegidas ocho localidades posibles, para ser sometidas a una consideración seria. Entonces llegó el primer movimiento sorprendente. El orden de preferencias soviético se limitaba a cuatro lugares: 1. Reyjiavik; 2. Ámsterdam; 3. Dortmund; 4. Paris.” El representante de Fischer propuso Belgrado y Sarajevo, en Europa, y Buenos Aires y Montreal, en América. Pero los soviéticos estuvieron en desacuerdo. “Aunque Reyjiavik no era una mala elección, (ciento veinticinco mil dólares, en lugar de los ciento cincuenta y dos mil ofrecidos por Belgrado), Fisher, en Nueva York, siguió su sagrada regla de no aceptar, por principio, las sugerencias de su rival. Cuando quedó claro que el desacuerdo tomaba el aspecto de un nudo gordiano, el doctor Euwe lo cortó al estilo de Alejandro Magno, y decidió dividir el encuentro en dos partes: doce partidas jugadas en Belgrado, y el resto, hasta un máximo de doce, en Reyjiavik.” (…) Ni Spassky ni Fischer habían demostrado ninguna consideración especial por los deseos de su rival. Fischer no había ocultado su aspiración de hacer atravesar el océano a su oponente (‘Los rusos juegan peor aquí’), ni Spassky su deseo de jugar muy al norte (‘Islandia me recuerda mucho al clima de mi Leningrado nativo’)”

Mientras las discusiones estaban estancadas, sin ningún avance, Belgrado canceló su oferta.
La poderosa Federación Soviética de Ajedrez amenazó con cancelar el encuentro y propuso uno nuevo entre Spassky y Petrosian. Cuando ya se daba por perdida la posibilidad de que el encuentro se celebrase, Fischer aceptó jugar en Reyjiavik.

La ceremonia de inauguración se celebró el primero de julio, en ausencia de Fisher; éste seguía en Nueva York exigiendo un 30% de los ingresos de las taquillas y de televisión, para ambos jugadores. Al día siguiente debería jugarse la primera partida. Pero Euwe, por aquel entonces presidente de la FIDE, postergó por dos días el comienzo. En este momento un banquero londinense elevó la oferta en 125.000 dólares; lo cual doblaba el premio, que ahora alcanzaba los 250.000 dólares.

Fischer llegó a Islandia el cuatro. Pero antes del sorteo de las piezas, Spassky dijo que Fischer debería pedir excusas por haber violado las reglas con su retraso. Petición que fue cumplida por Fisher, que leyó su carta ante las cámaras de la televisión estadounidense.

Mucho se había especulado antes del encuentro sobre el resultado. La mayoría de los maestros estaban a favor de Fischer. A éste no le preocupaba el “score” desfavorable con su rival. Cuando en alguna ocasión le hicieron observar que jamás había derrotado a Spassky, contestó:

-Tampoco lo había logrado Alekhine y se proclamó Campeón Mundial.

Pero Spassky no era un hueso fácil de roer. Al respecto, dice Gligoric:

“Spassky, observador excepcionalmente inteligente de las personas, es un rival astuto y peligroso. Recordemos, por ejemplo, cómo esperó que Larsen comenzase a jugar negligentemente en su encuentro en Malmoe. En cambio, Fisher, contra el mismo rival, el año pasado en Denver, siguió una línea recta, tratando de jugar mejor en general. Spassky ha derrotado a algunos por pura paciencia (Korchnoi, tras perder la final de los candidatos en 1968, dijo: ‘Spassky me ha enseñado a no empujar los peones demasiado lejos’; derrotó a Geller con ataques de mate, a Tal con un juego agresivo sin contar las pérdidas materiales (que es lo que hace Tal), a Petrosian (el más difícil) mediante una súbita explosión de energía en la última parte del encuentro, cuando Petrosian dejó de porfiar, creyendo que ya iba a ganar la lucha”.

A continuación, a cada partida le hace otra breve introducción, en la que nos cuenta los detalles del momento o de la víspera. Para la primera nos cuenta que la importancia que los diarios le están dando al evento en sus primeras páginas era más importante que a la misma Guerra de Vietnam, que en ese momento se libra en la península de Indochina. En realidad, aquellos eran los tiempos de la llamada ‘Guerra Fría’, que era la manera como la prensa denominaba a la posibilidad siempre abierta de una guerra entre las grandes potencias del momento: Rusia y Estados Unidos. Por dos meses la guerra se libró en el tablero; inclusive Richard Nixon, Presidente en ese momento de los Estados Unidos y Henry Kissinger, Consejero de Estado, tomaron parte activa en ella, animando a su compatriota que estaba tan remiso. En el preámbulo a la segunda partida nos cuenta que Fischer, molesto con las cámaras, dijo: “las cámaras o yo”. Pero esto ya estaba firmado en el contrato. “Las cámaras se quedaron, y también Bobby, pero en la habitación del hotel. Veinticinco minutos antes de la declaración de pérdida por incomparecencia, el señor Fox (el dueño de los derechos de televisión), desesperado, envió un mensaje por teléfono desde la sala de competición diciendo que las cámaras serían retiradas si Fischer aceptaba venir a jugar. Entonces el aspirante pidió también que se retrasase 35 minutos su reloj. Pero hay unas reglas de juego… Fischer perdió por incomparecencia al no presentarse a la primera hora de juego. De hecho no apareció. Permaneció encerrado en su habitación todo el día, con el teléfono desconectado.”

Pero cuando más oscuro de pone es que se aproxima el amanecer. Dos o tres días después comenzó el encuentro, cuyos resultados ya conocemos.

jueves, 1 de octubre de 2009

El ajedrez de hoy y el de ayer

El número de partidas de torneo y de encuentros individuales (matches) que un maestro jugaba en toda su carrera.
Hojeando el libro “Las grandes partidas de ajedrez de Emanuel Lasker”, escrito por el maestro argentino Valentín Fernández Coria, de la editorial Sopena, vemos que Lasker jugó algo más de 529 partidas, en 25 torneos y 23 matches individuales. (326 de torneo y 197 de matches individuales) en toda su carrera profesional, una carrera que fue larga: 44 años. Empezó por allá en el torneo de Londres de 1892 y la terminó en el año 36, con los torneos de Moscú y Nottingham. 529 partidas en 44 años, nos da en promedio 12 partidas por año; una por mes. Hoy un ajedrecista profesional puede jugar 100 partidas de torneo al año.
En el caso de Capablanca, según la enciclopedia Wikipedia, jugó 583 partidas, participó en 28 torneos y jugó ocho encuentros individuales, en cuarenta años de actividad ajedrecística.
En el caso de Alekhine, probablemente el jugador que con mayor pasión se haya dedicado al ajedrez, la página www.chessgames.com/ dice tener una base de datos que contiene 1908 partidas del “ruso errante”, como muchos también lo llamaron. Su carrera empezó en el torneo de San Petersburgo de 1909 y terminó en 1945 en el torneo de Cáceres. Disputó 34 encuentros individuales y participó en 88 torneos. Como puede verse, una actividad que triplica la de Capablanca.
Veamos el caso de jugadores de hoy.
La página www.chessgames.com/ tiene una base de datos de 3.407 partidas de Anatoly Karpov, jugadas entre 1961 y el 2009, 48 años de actividad, hasta hoy. De Víctor Korchnoi tiene una base de 4.285 jugadas, jugadas entre 1945 y 2009, 64 años de actividad, hasta hoy. Veamos otro más joven: Viswanathan Anand. Tiene 2353, jugadas en el período 1984-2009, 25 años de actividad. La página consultada dice que la base está incompleta; es decir que deben ser más partidas. En cuanto al número de torneos, Karpov debe haber jugado, hasta el día de hoy, más de 150 torneos.

Los asesores
Tengo la impresión de que ni Capablanca ni Alekhine tuvieron asesores; mucho menos Lasker. En cambio hoy muchos jugadores de la élite tienen su equipo de grandes maestros que les están preparando y analizando líneas para enfrentar sus encuentros.

Los premios.
Cuenta Rubén Fine que el premio que recibió en el torneo del Avro (1er puesto compartido con Paul Keres) fue de 500 dólares. Y nos cuenta también que: “en 1939, cuando el equipo de EE.UU. estaba programado para ir a Buenos Aires para defender su título en el torneo internacional [la olimpiada], se me pidió que jugara en el primer tablero. Los argentinos habían enviado un barco a Nueva York para los jugadores estadounidenses, y todos los gastos en Buenos Aires serían atendidos por ellos. Solicité un anticipo de $ 500 a la comisión estadounidense, encabezada por George Emlen Roosevelt, un acaudalado banquero de inversión, de la casa "Oyster Bay" Roosevelt. Cuando se rechazó la petición me negué a ir. Y el equipo americano no tomó parte en el torneo”.
En cambio la situación actual es muy diferente, aunque sigue estando por debajo de otros deportes como el tenis, el automovilismo o el futbol. Para el año entrante, el campeonato mundial entre Topalov y Anand, según la página de la Fide, repartirá un premio de un millón de euros.
Probablemente, entre los jugadores del pasado, el único que vivió con alguna comodidad económica fue Capablanca, que estaba subsidiado por el gobierno cubano. Los demás, con muy pocas excepciones, pasaron las de San Quintín.

El tamaño de las élites.
Cuenta Pachman que para el segundo torneo internacional de San Sebastián de 1912 estaba jugando toda la élite del momento. “Sólo faltaban el héroe del primer torneo, José Raúl Capablanca, así como el campeón mundial, Emanuel Lasker”. ¿Quiénes eran el resto? Veamos quiénes jugaban:

1. Akiba Rubinstein, ganador del torneo
2. Rudolf Spielmann
3. Aaron Nimzowish
4. Siegbert Tarrasch
5. Julius Perlis
6. Frank James Marshal
7. Oldrich Duras
8. Richard Teichmann
9. Carl Sclechter
10. Paul Leonhardt
11. Leó Forgács

Entre otras cosas, el primer premio era de 5.000 francos.
¿Quiénes faltaron? En esta época Alekhine apenas estaba surgiendo, lo mismo que Efim Bogoljubow. Otros eran: Henry Nelson Pillsbury, Geza Maroczy, Jacques Mieses, David Janowski y Milan Vidmar. En total, no superaban los 20.
¿Cuál es la élite de hoy? Si hacemos un cálculo rápido, debe haber por el orden de los 200 jugadores entre 2800 y 2.500 de Elo. Al momento de escribir esta artículo se juega en Ucrania, al más alto nivel, un match entre el número 29 del escalafón mundial (Nigel Short) y el 83 (Zahar Efimenko).

Internet y programas.
Sin lugar a dudas, uno de los deportes que más se ha visto beneficiado por el internet es el ajedrez. Hoy tenemos información, bases de datos, programas que juegan a mejor nivel que los ajedrecistas de carne y hueso, miles de páginas sobre el tema y clubes virtuales de ajedrez. En estos últimos, sin moverse de su casa, el jugador puede jugar por todo el mundo. ¿Cuándo se hubiera pensado esto en el pasado? Lo más parecido fueron los matches radiales, el más famoso fue entre la URSS y el resto del mundo.

Aplazamientos.
Una de las consecuencias de la existencia de los computadores en el ajedrez, pienso yo, es que la modalidad de aplazar partidas, que tanto se usó en el pasado, ha quedado en desuso. Si ya sabemos que hay programas que pueden analizar mejor una posición, ¿qué objeto tiene el aplazamiento? ¿Que los computadores hagan la tarea de los jugadores? Y otro tanto debe haber pasado con el ajedrez por correspondencia, otra víctima de la modernidad.

Las distancias.
En una biografía de Capablanca, del cubano Jorge Daubar nos cuenta que cuando aquél salió a jugar un torneo en Moscú tuvo que viajar con dos meses de anticipación. Claro que el tipo hizo sus paradas en Berlín y Paris, para dar simultáneas y ayudarse a financiar su viaje.
Hoy el gran maestro viaja de Madrid a Moscú en unas 20 horas.

Pasado o presente, el ajedrez nunca ha tenido tanto futuro como hoy.