domingo, 28 de marzo de 2010

Sobre Estanislao Zuleta III

Iván murió cinco años después, ciego, loco y hasta olvidado por nosotros.

Si me he detenido en su doloroso final, ha sido porque su “accidente”, como se le quiso presentar en un principio, para ocultar toda la tragedia, significó un golpe tremendo para Estanislao, pues ése era su discípulo amado; y significó también el desmoronamiento de todos los grupos y de todas las ilusiones que nos habíamos hecho con la Revolución Colombiana. Esta fue la noche oscura en que nos sumergimos durante varios meses.

Pero la vida seguía. Llegaban los días con nuevas inquietudes. Como decía un amigo: nos defendíamos como un gato patas-arriba: con todo, patas, uñas, dientes, etc.

Un día, Beatriz me dijo que para que nuestra relación funcionara bien deberíamos ser sicoanalizados. ¿Y ante quién acudir? Ante Estanislao.

Subimos a San Cristóbal.

Los Zuleta habitaban en una típica casa de campo antioqueña, con un gran patio interior, muchas habitaciones y rodeada de amplios corredores. Muy amantes de los animales, tenían perros, palomas y gato; y si el espacio se los hubiera permitido habrían tenido vaca y caballo.

Enseguida del comedor, Estanislao tenía su biblioteca, que mantenía en un absoluto desorden. A lápiz o con lapiceros ordinarios, con una caligrafía muy pulida, llevaba cantidades enormes de fichas bibliográficas. Recuerdo en especial el libro En Busca del Tiempo Perdido completamente lleno de fichas y desempastado, prueba de las muchas lecturas que le había hecho, y que tanto nos enseñó a estimar.

La vida que llevaban era austera. Los muebles de la casa estaban acabados hacía años. No era raro que cuando llegara gente de afuera, tuvieran que despertar a los perros que solían hacer pereza acostados en ellos. Los cojines estaban deshilachados. En la sala y en el resto de la casa no se veía lo que suelen llamar “adornos”, o sea objetos de cerámica, metálicos o de madera, con los cuales se pretende mejorar un ambiente o un espacio. En cambio, las paredes estaban embellecidas con reproducciones de obras famosas de los pintores impresionistas y de Picasso, principalmente. Y a diferencia de las familias de clase media que gastan poco en comida para aparentar en otras cosas, allí no se aparentaba para comer bien. Y siempre había comida de más para el amigo que llegaba a última hora.

En el ánimo de llevar sus ideas hasta sus últimas consecuencias, Estanislao sacó los hijos del colegio. Según él, del colegio sólo servían los primeros años en los se aprende a leer y escribir y a sumar y restar. ¡Y pare de contar! De allí en adelante no se aprende nada más. El caso más patético que esgrimía él era el de la enseñanza del inglés, obligatorio en todos nuestros pénsumes, que a ningún estudiante le ha servido de nada.

El día que llegamos con Beatriz a la casa de Estanislao a hablar lo del análisis, éste estaba encerrado en su biblioteca. Estaba en uno de esos períodos en los que no bebía una gota de alcohol y trabajaba y leía a un ritmo prodigioso; hacía gimnasia a diario, se quemaba al sol, seguía dietas y se aislaba bastante de sus amigos. Porque había otros momentos en los que estaba de “racha”, o soltaba la gata, como decimos en Antioquia, en los que necesitaba mucho de los amigos, comía a deshoras, leía poco y conversaba mucho, con una lucidez envidiable. Sus amigos sabíamos que en ésas épocas en que estaba de “racha” estaba maltratando su salud pero nos estaba entregando lo mejor de él.

Ése día, aunque estaba muy ocupado, Yolanda lo llamó, y nosotros sin mayores rodeos le expresamos nuestra tonta inquietud. Sin mayores rodeos también nos dijo que no, que después de lo sucedido con Iván él jamás volvería a tener pacientes. La negativa tan rotunda no nos amilanó. Y ahora pienso que lo que en el fondo buscábamos era un acercamiento; el cuento del análisis era más bien una disculpa, puesto que a partir de ese día empezamos una tímido amistad, que con los días se fue haciendo necesaria y grata, de parte y parte. Un tiempo después subimos varios amigos, entre los cuales nos encontrábamos Luz Arango, Fernando Viviescas, Esperanza Álvarez, Fernando Orozco, Ligia Teresa Peláez, Beatriz García y yo, y estuvimos conversando con Estanislao y Yolanda muy animadamente.

Con cierta timidez le pregunté su opinión sobre el Marqués de Sade, a lo cual me contestó que le encantaba y que conocía prácticamente toda su obra. Decía que entre las obras que más le gustaban se encontraba “Los infortunios de la virtud”, lo cual secretamente me produjo un gran placer, puesto que a mí también ése es el libro que más me gusta de Sade. Habló también de Poe, por el que sentía un gran respeto, y lo ponderaba como el mejor cuentista. Claro que cuando conocimos la traducción de Jorge Luis Borges de “Bartleby, el escribiente”, de Melville, creo que cambió de opinión.

Para ésos días contaba Estanislao con 36 años de edad y ya tenía un cúmulo de lecturas impresionante. Sin embargo sostenía que en el caso de Faulkner, Cervantes o Shakespeare podrían llevar en un maletín pequeño los libros que se habían leído en su vida; y que esto no los demeritaba, puesto que lo importante no es el número de libros que hayamos leído sino la influencia que nos hayan dejado. A propósito de los que subrayan libros, decía: “como los libros no dejan huellas en ellos, ellos dejan huellas en los libros”.

Con esos mismos amigos que he mencionado se fue conformando un nuevo grupo alrededor de Estanislao y Yolanda. La desbandada que había originado el suceso de Iván nos había dejado a todos muy solos y entonces subíamos a San Cristóbal con la disculpa de acompañar a Estanislao. Pero pensándolo ahora, a la distancia, nosotros estábamos subyugados por esa personalidad de la que parecía emanar el saber.

Recuerdo que por aquellos días de ése período de acercamiento subimos carne, verduras y una cantidad respetable de aguardiente y organizamos una velada sumamente agradable. En algún momento uno de mis cuñados, que estaba enfrascado en una discusión con otro, dijo:

-Apuesto a que es así como le estoy diciendo.

-¿Cuánto apuesta?- preguntó el otro, aceptando el reto.

Entonces intervino Estanislao, muy burlón, y les dijo:

-No sean tan antioqueños, hombre. ¡A la verdad no se apuesta!

Antioqueñísimo el también, comió arepa hasta el último día, pero también hasta el final se burló de la pasión por el tango, la dificultad para el baile, el exceso de aseo y el carácter dominante de las señoras antioqueñas; y en fin, de todos los rasgos que nos diferencian de las otras comarcas. Siempre que tocaban estos temas, recomendaba como lo mejor que se había escrito “La familia en Colombia”, de Virginia Gutiérrez de Pineda. Su crítica no era moral sino antropológica. Ayudado por el sicoanálisis y por sus lecturas, podía ver a este pueblo tan querido desde una perspectiva muy distinta. Y en su último año en Cali lo añoraba; tenía planeado jubilarse, pues ya estaba próximo a cumplir el tiempo de trabajo y la edad, y volver al oriente antioqueño a comprar una finquita y dedicarse con calma a leer tantas cosas que tenía en proyecto.

Poco a poco, como ya he dicho, fuimos conformando un nuevo grupo. Un día el mismo Estanislao propuso que leyéramos un texto sobre la afasia, escrito por Román Jacobson. Nos reuníamos todos los sábados por la tarde, y Estanislao exponía con todo lujo de detalles. Recuerdo que acudía mucho al ejemplo de Proust, al que no se le podía tildar de afásico. Atacaba la afasia vehementemente. Pero no aquella que diagnostican los neurólogos en pacientes que han sufrido trombosis y que difícilmente hablan; la encontraba incómodamente cercana a nuestras vidas normales, que no podemos desarrollar una idea ni escribir coherentemente sobre algo; la relacionaba directamente con el miedo a pensar, uno de los mayores temores de la criatura humana.

El día que terminamos la lectura del texto de Jacobson, Estanislao dijo que disolviéramos el grupo, puesto que no íbamos a llegar muy lejos en la posición oral en que nos encontrábamos: “mamando la teta de la cultura”; que así nadie había aprendido nunca; que el estudio tenía que estar ligado al trabajo, pues de lo contrario era mera instrucción burguesa. No entiendo muy bien lo que quiso decir con aquello de “mera instrucción burguesa”, tal vez quería decir que era algo que se hacía sin que tuviera mucha trascendencia; que poco después de recibirla se olvidaba.

A nosotros, que en verdad sólo desempeñábamos el papel de oyentes, esto nos cayó como un baldado de agua fría. Buena o mala (en todo caso, brusca), esta destetada nos asentó un poco en el piso. Todos queríamos estar a la misma altura de Estanislao, y él mismo en sus ratos de euforia decía haber leído mucha cosa inútil y que a través de su experiencia nosotros podíamos abreviar el camino. ¡Vana ilusión también! Él mismo se vio después en la obligación de cambiar cuando empezaron a caer los dogmas. Recuerdo que cuando se publicó con gran despliegue “El Archipiélago Gulag”, dijo que se trataba de una crítica de derecha, y archivó el asunto. Un tiempo después me dijo que Solzhenitsin se podía contar entre los grandes literatos rusos y que aunque El Archipiélago no era una novela se siente en muchas de sus páginas el aliento de un gran novelista.

Es cierto que en esta amistad había mucho de dependencia, pero también lo es que había de parte y parte una dependencia, una necesidad recíproca. Por esto el grupo siguió cohesionado y de cuando en cuando subíamos a San Cristóbal, algo temerosos de una nueva andanada.

En unas reuniones inolvidables, en las que era condición haber leído el texto que iba a tratar, nos expuso con lujo de detalles “El escarabajo de oro” y “Un descenso dentro del Maelström”, de Poe. El primero lo pintaba como un modelo de investigación. El segundo lo relacionaba hasta con el mito de la caverna de Platón.

lunes, 22 de marzo de 2010

Sobre Estanislao Zuleta (II)

2

Aquellos días del suicidio de Iván deben haber sido especialmente crueles para Estanislao, puesto que dieciocho años después, al calor de unas copas, por la forma como me preguntó algunos detalles de la suerte ulterior de aquél, inquirí que era la primera vez que se atrevía a tocar el tema.

El problema de Iván originó la desintegración del grupo padre y ésta la del resto de los grupos. Y yo, enamorado hasta la perdición de aquella dama, ¿a qué me aferraba? Había que seguir creyendo en algo. Como huérfanos, algunos nos seguíamos reuniendo de tarde en tarde en la casa de Fernando Viviescas. Otros de nuestros compañeros en ese momento se dedicaron a la marihuana, que estaba muy de moda.

Dos grupos frecuentábamos por aquellos días el hospital donde estaba recluido Iván. El de los más allegados al paciente, que permanentemente lo estaba rodeando, entre los cuales se encontraba la sicoanalista Beatriz Palacios, muy pendiente de las incoherencias del paciente y de impedir la entrada a los extraños. Los del otro grupo éramos los huérfanos, que aunque no teníamos acceso al paciente permanecíamos en una especie de sala que hacía parte de la habitación, pero estaba separada por una puerta. La puerta que controlaba la sicoanalista. Aunque no teníamos acceso al paciente, desde la sala escuchábamos sus incoherencias.
Curiosamente, al paciente no se le prestaba atención médica. Simplemente le pusieron dos motas de algodón en la entrada y salida de la bala, a la altura de la sien. Y probablemente porque no se le prestaba atención médica se pretendía llenar ese vacío con la atención sicoanalítica.
Fuera por agotamiento o por desesperanza, el hecho fue que en cosa de dos semanas las visitas al paciente disminuyeron ostensiblemente, aunque mostraba alguna mejoría. Y yo cada vez más enamorado y enfrentado al mayor vacío que he sentido en mi vida, puesto que el grupo había sido un refugio para nuestros temores y nuestra soledad, y un espacio para la esperanza; pasando unas noches tan crueles que no podía apagar la luz del cuarto porque me daba horror; con el fantasma del suicidio rondándome, como seguramente rondó a todos los del grupo por aquellos días; yo, pues, deshecho y sin piso, “sin sol y sin alero”, como quedó Casimiro, el campanero de la iglesia rural, del tuerto López, resulté siendo el principal acompañante del enfermo. Margarita, la esposa de Iván, perdió la mitad de su peso en el primer mes, y hubo un momento en que empezó a temerse por su vida. Sus padres, unos terratenientes de Córdoba, vinieron a Medellín. La madre se dedicó a la hija y el padre a investigar el caso de Iván. Él señor era delgado, de baja estatura, que unos años después murió trágicamente a manos de uno de sus trabajadores. Sus investigaciones rápidamente arrojaron resultados: simplemente todos los allegados a Iván éramos guerrilleros y conformábamos una célula del Ejército de Liberación Nacional (ELN), y debíamos ser detenidos cuanto antes. Como toda mala noticia, ésta se difundió rápidamente. Junto con Fernando Viviescas y otros amigos, salimos para la región de La Pintada, en lo que denominábamos nuestra primera fuga política.

Entretanto Estanislao debía vivir un infierno. Entregado al alcohol, abandonado por sus amigos, sintiendo seguramente una gran culpabilidad y ahora vinculado al ELN debió apurar un trago muy amargo…

Como era lo usual por aquellos días, la Universidad permanecía cerrada la mayor parte del año, cosa que a mí me apenaba muy poco. En nuestro medio, se sostenía que la educación burguesa era un desastre, idea que a algunos nos cayó como anillo al dedo, puesto que ya desde los primeros años de bachillerato no dábamos pie con bola en ninguna materia.

Sin mayores obligaciones académicas, pues, de nuestra fuga política, que duró tres o cuatro días, sólo nos obligó a regresar a Medellín el magro presupuesto con que contábamos. No volvimos a visitar a Iván, ya que su suegro, en su obstinación de declararnos guerrilleros, contaba con el apoyo de la cuarta brigada del ejército.

Cuando supusimos equivocadamente que la persecución desatada sobre nosotros había terminado, Beatriz y yo fuimos a Robledo, en las afueras de Medellín, adonde habían trasladado a Iván, que mostraba, como ya he dicho alguna mejoría. Llevaríamos una hora de estar charlando con Margarita y otras damas que la acompañaban, cuando he aquí que tocan a la puerta y yo que era el que estaba más cerca, abrí. Un señor de ojos claros, de aspecto muy saludable, vestido con un traje de paño azul oscuro, me pasó una boleta y me dijo: ¡lea!

“Se presume que en esta casa hay un individuo secuestrado. El B-2 hará las pesquisas del caso”.
Sumamente asustado, le quise explicar a ese señor, que resulto ser un mayor del ejército, que estaba equivocado y que allí lo que había era un enfermo grave. Sin escuchar mis razones, les hizo señas a unos señores que estaban frente a la casa. Inmediatamente entraron con sus armas y nos pusieron a todos contra la pared y empezaron a requisar habitación por habitación. El mayor que dirigía la acción (u “operativo”, como dicen ellos) se mostraba muy complacido con lo que iban encontrando. Contra la pared, nosotros nos imaginábamos lo peor: armas, bombas y propaganda de la guerrilla.

Decía el mayor: “sólo falta el mimeógrafo”.

Creyendo que tener un mimeógrafo era un delito, nosotros temblábamos pensando que ya iban a encontrar uno. Finalmente no lo encontraron, pero quedaron satisfechos con lo hallado. Además, quedaban los interrogatorios de nosotros…

A las mujeres las llevaron a la cuarta brigada, a Iván al batallón Girardot y a mí a los calabozos del F-2.

A diferencia de las que vinieron después, en aquella época no estaba tan extendida la tortura y por tanto sólo había que temer una mala comida, una celda fría y unos compañeros de celda peligrosos. Así, pues, abrumado por la incertidumbre pero contento por la aventura que podría contar después, llegué a los benditos calabozos. Entramos a la oficina de reseñas, donde un individuo con un rostro aterrador me preguntó algunos datos y me tomó una fotografía, para la cual tuve que posar con un cartel colgado al cuello, que los hampones llaman “el escapulario”. De allí me pasaron a una celda que tuve que compartir con un hombre acusado de piratería terrestre.

Como supongo que harán todos los que se encuentran por primera vez en una celda, lo primero que hicimos nosotros fue contarle al otro la razón de nuestro encierro. A mi compañero, que se le veía bastante familiarizado con el ambiente, lo acusaban de haber participado en el robo de un camión cargado de electrodomésticos; cargo absolutamente falso, puesto que aunque él si había viajado en el camión y había ayudado a transbordar el cargamento, nunca se dedicó a averiguar nada, pues su oficio no era el de investigador, según sus propias palabras. A mi pregunta sobre si no le había llamado la atención que ese descargue se hiciera a altas horas de la noche, insistió en que él no era investigador.

De mi caso opinó que era el típico “gancho ciego”, algo en lo que se resulta involucrado sin tener ni arte ni parte, como él con el caso del camión; aunque si albergaba algunas dudas de mi inocencia…

A eso de las diez de la noche cuando se nos agotó el tema extendimos un periódico viejo en el piso y nos recostamos con intenciones de dormir. Mi compañero empezó a roncar a los pocos minutos, mientras que yo daba vueltas sin poder conciliar el sueño.

A eso de las doce de la noche abrieron nuestras rejas unos policías que estaban de turno y se llevaron a mi compañero, con el cuento de que tenían que hacerle unas preguntas.

El abrir y cerrar de rejas, los ecos de los pasos de los guardianes, alguna conversación lejana, el olor de una letrina cercana; en fin, todo aquello que es parte del ambiente carcelario, más lo que el sujeto que ha perdido su libertad sin estar acostumbrado, pone de sí, hacen perder el sueño y el apetito y nos crean un caos mental cercano a la locura. Era tanta mi desazón aquella noche, que a la sacada de mi compañero a una hora tan inusual, en la que no suelen trabajar los juzgados, no le presté la atención que debía. Empecé a comprender la gravedad del caso cuando regresó tres horas más tarde y me contó que lo habían llevado por una carretera hasta un sitio donde había un precipicio, y después de amarrarlo de las muñecas lo dejaban descolgar libremente. Y cuando él creía que lo habían soltado, recobraban la cuerda y lo subían para hacerle nuevas preguntas que él no sabía o no quería responder. Entonces lo dejaban descolgar nuevamente. A la tercera o cuarta vez se familiarizó con el juego y se quedó callado definitivamente, a pesar de que un policía le insistía en que debía colaborar con la investigación.
En prueba de lo que me contaba, me mostró las muñecas lastimadas.

Por fortuna, a mí no me sucedió nada parecido. A eso de las siete y media de la mañana me llevó un policía un buen desayuno que me enviaban de la casa de mi novia, que me produjo dos satisfacciones; de una parte, me llenó el estómago, y de la otra me hizo sentir acompañado. A las ocho me llevaron en un automóvil negro para la cuarta brigada. Allí me recibió un hombre de un poco más de 30 años, grueso, bien alimentado y extraordinariamente satisfecho de sí mismo; creo que tenía el grado de mayor o de capitán. Era el hombre que me iba a interrogar. Para sorpresa mía, el tipo era muy amable; puso a mi disposición un termo de café y una cajetilla de cigarrillos.

Después de haberme interrogado durante algo más de 2 horas y haber llegado a la conclusión de yo no tenía ningún vínculo con las guerrillas, llamó a un soldado y le ordenó que me dejara al sol, en la mitad de un patio. Y cuando consideró que estaba debidamente asoleado me dejaron en libertad condicional; lo que equivalía a seguirme presentando dos veces a la semana.

Salí sintiéndome un héroe para la casa de Beatriz. Las mujeres, entre las cuales se encontraba Yolanda González, la mujer de Estanislao, habían corrido con mejor suerte. De Robledo las llevaron a la Cuarta Brigada, y después de un interrogatorio breve las habían dejado en libertad.

sábado, 20 de marzo de 2010

Sobre Estanislao Zuleta

Siempre he pensado que el conocimiento no se transmite; lo que se transmite es el amor al conocimiento, el deseo de saber. Y aquel que tiene esa capacidad de hacernos amar algo es un maestro en el sentido clásico de la palabra. Y ése es el apelativo más honroso con que debemos rendirle memoria a Estanislao Zuleta.

En deuda con él, mi maestro, mi segundo padre, he dedicado muchas horas a evocar nuestra amistad. A su memoria -¡que perdure siempre!- van dedicados estos recuerdos.

1

Corría el año de 1971.

Funcionaban por aquel entonces en Medellín varios grupos de estudio de El Capital, a los cuales eran invitados estudiantes y profesores inquietos, expresión que se usaba para diferenciarlos de los activistas; es decir, de aquellos que consideraban que la acción estaba por encima de todo. Tanto inquietos como activistas eran considerados de izquierda, pero los primeros se consideraban de un material más trabajable que los segundos, que definitivamente no tenían salvación.

Mi militancia en la izquierda no había consistido más que en tirar piedra desde el año 66, año en que ingresé a la Universidad. En esta actividad no me fue difícil sobresalir porque de los 10 a los 15 no hice otra cosa distinta en el barrio Belén de Manizales.

Sin embargo fui llamado a los grupos, en calidad de inquieto. Recuerdo que entre mis compañeros de grupo se sostenía que la burguesía le temía más al estudioso que al tirapiedras, y esto nos producía un ingenuo orgullo. Si, había algo de ingenuidad, pero también un deseo de conferirle un nuevo sentido a todo y de encontrarle alguna salida a la vida.

Nuestro grupo era dirigido por dos damas, estudiantes de arquitectura y de él hacíamos parte unos quince estudiantes de agronomía, economía agrícola y zootecnia.

Se decía que nuestra organización era muy grande, que tenía grupos en Bogotá y en Cali, y que una vez que hubiéramos estudiado siquiera el primer tomo cada cual debería conformar un nuevo grupo, y que de esta manera el crecimiento de los grupos sería exponencial, y que la tan ansiada revolución era cosa de pocos años; unos cinco, según Iván Villegas, personaje de referencia obligada en estas páginas.

Para la lectura del primer capítulo contamos con la ayuda de unas conferencias de Estanislao, personaje mítico para todos nosotros. Recuerdo que a la frase inicial de Marx “a primera vista…”, le sacaba punta de una manera que a mí me dejaba lelo. Después de haber sido siempre un lector desprevenido, guiado únicamente por el gusto, aquello era una verdadera novedad para mí. Y si esto era para la primera página, ¿qué no decir del primer párrafo? Los comentarios al primer capítulo duraron bastante más de un mes, y eso con tres sesiones semanales bastante largas. Los más activistas del grupo echaron cuentas y declararon que cuando acabáramos el libro estaríamos viejos y que la revolución colombiana no podía esperar tanto. Las deserciones no se hicieron esperar. En dos o tres meses nuestro grupo se redujo a la mitad. Los que se iban eran activistas irredentos; los que perseverábamos nos estábamos “transformando”, otra palabra clave dentro del grupo.

A estas alturas debo confesar que la principal razón de mi perseverancia era una de las damas que dirigía nuestro grupo. Desde el primer día que la vi me tocó en lo más profundo del corazón. Había sido novia de un líder estudiantil, género que prosperaba mucho por aquel entonces, y que según los dogmas de nuestro grupo era el tipo de izquierdista que jamás podría “acceder” al conocimiento. Y por supuesto yo era el más aguerrido defensor de esta idea.

Lentos pero firmes, mis avances con esta dama me llevaron a hacer parte de un grupo superior, que ya había pasado del décimo capítulo y que a su vez estudiaba literatura, otra arma del proletariado. A su vez este grupo era de segunda categoría, puesto que dependía de un grupo principal, que dirigía el propio Estanislao.

De ese grupo padre, cuyas discusiones ni siquiera podíamos imaginar los de abajo, llegaban ecos a los estratos inferiores. Se filtraba, por ejemplo, que en ese grupo padre se tenían claros muchos aspectos de la revolución, que a su debido momento serían comunicados a los niveles más bajos.
En esta jerarquización, como en todas, se miraba hacia abajo con algún desdén y hacia arriba con cierto arrobamiento. Y la movilidad era nula. Por alguna circunstancia que más adelante mencionaré yo fui uno de los pocos que ascendió.

Dirigido por Iván Villegas, un brillante profesor de la facultad de minas, de la Universidad Nacional, el grupo de “segunda categoría”, como lo he denominado, estaba algo descompuesto. Por la época en que yo llegué le dedicaban más tiempo al alcohol que al estudio. Y en su gran mayoría todos estaban en tratamiento sicoanalítico, otro privilegio al que se accedía en estas esferas. Se sostenía, probablemente con razón, que la serie de taras adquiridas desde la infancia, al lado de los padres, hacían muy difícil, por no decir imposible, el acceso del revolucionario a la ciencia. En estas esferas observe también que se trajinaba con un lenguaje puramente sicoanalítico y que se le daba prioridad a lo que denominaban “problemas personales”, los cuales mientras más abrumado tuvieran al paciente más le destacaban ante el grupo. Una persona alegre, optimista, positiva, no hubiera encontrado cabida en un grupo de estos, puesto que se le habría considerado un perfecto estúpido.

Iván Villegas, claro está, era el más deprimido de todos; y como la depresión era cultivada en el grupo terminó dándose un balazo en la sien, que infortunadamente no lo mató, pero lo dejó como un ente por espacio de unos cinco o seis años, hasta que finalmente murió.

Todo esto ocurrió al mes o mes y medio de mi ascenso al grupo de segunda categoría. Todos, menos yo, conocían a Estanislao y su familia; al parecer, los visitaban con alguna frecuencia, pero era tal la reverencia con que se referían a ellos, que puedo asegurar que al menos en ese tiempo no establecieron más que una relación de inferioridad. La que se establece entre el sabio y los aprendices.

Habrían pasado quince días de mi ingreso a este grupo, que operaba en el corregimiento de San Cristóbal, cerca a Medellín, cuando una noche se decidió que fuéramos a la casa de Estanislao, que distaba un kilómetro de la de Iván, que era la casa donde nos reuníamos nosotros. La novia mía y su amiga vacilaron mucho antes de invitarme, puesto que siendo yo un novato de apenas el primer capítulo; tal vez no era conveniente ni bien mirada mi presencia ante Estanislao y las personas que estuvieran allí.

Sin embargo, a última hora, no tuvieron más remedio que invitarme.

De algo más de un metro con ochenta y con unos noventa kilos, la figura de Estanislao me impresionó profundamente, tanto que puedo decir como Eckermann cuando conoció a Goethe: “su persona me produjo tal impresión que puedo contar este día entre los más felices de mi vida”. Pero no aspiro a ser su Eckermann. Algo muy grave que nunca he querido investigar había ocurrido en la casa esa mañana. Todos estaban consternados. Se bebía ron a discreción; pero a diferencia de la mayoría de los borrachos que he conocido en la vida allí ninguno hablaba en tono discordante ni incoherente; por el contrario, a medida que avanzaba la noche, se le oía a Estanislao, que era el que llevaba la voz cantante, un discurso cada vez más lúcido, que casi nadie interrumpía. Recuerdo como si fuera hoy que decía que a pesar de lo ocurrido ese día siempre quedaban los libros como último recurso; que esos eran nuestros verdaderos amigos. Y tomó en sus manos un ejemplar muy desgastado del “Así hablaba Zaratustra”, de Nietzsche, y nos leyó ‘la canción de los siete sellos’, con gran lujo de comentarios. Después, haciendo alusión a otro pasaje de Nietzsche, habló de la falsedad en que se apoyan los principios de la termodinámica.

Yo lo seguía sin pestañar. Si algo hablé o pregunté fue con la simple intención de demostrar mi interés por el tema; y hacer que de esta manera continuara su disertación.

Entre tanto Iván lloraba como un niño desconsolado.

En mi calidad de nuevo, me atreví a insinuarle a mi novia que averiguáramos qué le pasaba al tipo. Pero mi sugerencia fue considerada como una impertinencia, un irrespeto a su estado.
Hoy no recuerdo qué más pasó esa noche. Sólo tengo muy presente la figura de Estanislao, con su pantalón de dril, color caqui, y un saco negro de paño, con rayas moradas, que debía ser muy viejo y que le acompañó por muchos años.

viernes, 19 de marzo de 2010

La democracia colombiana


Creo que era Churchill el que decía que la democracia es el más imperfecto de los sistemas. Pero todavía no hemos inventado otro…

Claro que en la época de Churchill todavía no había televisión, una de las armas más poderosas con que cuenta un Gobierno hoy en día. Nuestro jefe de turno aprendió bien la lección. Sus ocho largos e insípidos años de Gobierno los ha dedicado juiciosamente a salir en la pantalla chica. Hasta para dar un bostezo cita a los camarógrafos. Y este pueblo ingenuo ha llegado a creer que este hombre no descansa. Como todos los días lo vemos en televisión, debe andar muy ocupado…

Pero, pensándolo bien, un hombre que tiene a cargo un Estado, lo que menos debería hacer es pensar todo el tiempo en salir por la televisión. Yo pienso que ésa es la línea fácil. ¿O será que lo que llaman gobernar es simplemente aparentar?

martes, 9 de marzo de 2010

Bent Larsen, entrevista en 1998 (final)

P: ¿Quién cree que se convertirá en el sucesor de Kasparov en el trono del ajedrez? ¿Considera usted a Kasparov campeón del mundo?

Es bastante obvio. Es el jugador de ajedrez más fuerte del mundo y nadie podía derrotarlo en un match tan fácilmente.

P: ¡Esto no significa que sea el campeón del mundo! ¿Quién es el campeón de entonces? ¿Probablemente, Karpov?

[Recordemos que por aquellos días se presentó el llamado “cisma del ajedrez”. Kasparov y un grupo de grandes maestros hicieron rancho aparte de la FIDE, a partir del año 93. Y durante varios años hubo dos campeonatos mundiales]

Karpov es el campeón de la FIDE. Creo que no hay ningún campeón del mundo de hoy. Por otra parte, me parece que el campeón del mundo no puede ser definido en el torneo de eliminación directa. Francamente, es una pregunta muy complicada.

P: ¿Cuáles son las desventajas de la FIDE?

Obviamente, la FIDE tiene sus puntos débiles. Sin embargo, es la única organización que sigue siendo respetada en el mundo del ajedrez. Creo que Kasparov tiene que firmar un tratado de paz con ellos. No me gusta que cada año se cree una estructura nueva de ajedrez.

P: ¿Quién crees que sea el jugador de ajedrez más fuerte ahora?

Sí, tienes razón. Hoy en día Kasparov es el jugador más fuerte. Hace unos años Vishy Anand tenía ese título. Sin embargo, nadie tiene el título de campeón del mundo ahora.

P: ¿Tiene algún sentido en el presente este título?

Creo que no tiene mucho sentido. En el ajedrez se puede utilizar el sistema de tenis cuando no hay campeón. ¡La primera posición en la lista de rating es más que suficiente!

P: Por cierto, ¿qué título tendría Fischer, hoy en día, teniendo en cuenta que en 1992 jugó un partido de vuelta contra Spassky y ganó?

Oh, sí. Fue un "gran" partido de vuelta (se sonríe). ¿Tal vez, también debe jugar un partido de vuelta contra otro?

P: ¿Qué le espera al ajedrez en el futuro?

Creo que el ajedrez tiene un futuro brillante. Me gusta ver cómo juegan al ajedrez ahora. ¡Kasparov se mostró muy fuerte jugando esta primavera en Wijk aan Zee y Linares!

P: Bueno, ¿quién crees que ganaría si los jugadores más fuertes de tu generación en su apogeo se reunieran con los jugadores de ajedrez de elite de hoy?

Es una pregunta muy difícil. ¡Creo que podríamos ganar! Sin embargo, me gusta más Fischer'72 que Kasparov 89.

sábado, 6 de marzo de 2010

Bent Larsen, entrevista en 1998 (II)

P: Me parece que el año de 1956 fue un momento decisivo en su carrera. En ese momento tenía que luchar contra jugadores muy fuertes. Sin embargo, usted consiguió el primer lugar en la tabla. ¿Cómo se las arregló para hacer esto?

Sentí mi poder y comprendí que tenía un nivel de gran maestro. Sin embargo, muchas personas no lo sabían, y por lo tanto me las arreglé para conseguir tantos puntos de "repuesto". Le gané a Gligoric y empaté contra Botvinnik; era un buen resultado para "un maestro desconocido". Cuando volví a casa, me recibieron como un vencedor...

P: ¿Cómo convertirse en un candidato para el título de campeón?

Todo viene con la experiencia. En algún momento, al comprender sus debilidades y fortalezas en el ajedrez, puedes dar un salto cualitativo. Siempre que no pude jugar en el torneo más fuerte, podía experimentar con mi estilo. En dos torneos diferentes podía jugar de dos maneras diferentes. Me volví más experto y no tenía miedo de cometer errores. Por el contrario, he dedicado mucho tiempo a corregir mis errores. Además, me entrené para ser un verdadero luchador...

P: Usted ha dicho que NImzovitch, un jugador posicional, fue su maestro y, al mismo tiempo, por lo general usted jugaba un ajedrez muy abierto. ¿Buscó la media de oro?

Sí, lo hice. A veces, en el comienzo de un juego tuve que elegir entre el gambito de rey o el sistema catalán. Es el estilo NImzovitch; su juego puede ser muy complicado o muy fácil, pero lo principal es que tu oponente no descubrirá sus intenciones. P: ¿Cuál de los jugadores de hoy tiene un estilo de juego similar al suyo?

Es una pregunta difícil. Ciertamente, no me mantengo al día con el ajedrez moderno, pero no veo un candidato afín.

P: Probablemente, cualquier jugador de ajedrez de su generación tuvo este estilo.

Tal vez Petrosian. Tuvimos la misma base: "Mi sistema", de NImzovitch. Éramos hermanos adoptivos. Sin embargo, hemos tenido diferentes sentimientos ante una posición y ante el peligro. Por una parte, Petrosian no ha perdido tantos juegos como yo, pero, por otra parte, él no ha ganado muchos de ellos.

P: ¿Alguna vez has querido imitar a algún jugador de ajedrez?

Ciertamente. Cuando yo era joven, Tal era mi ídolo. Afortunadamente, nunca he intentado jugar en su estilo. Me gustaba verlo jugar. Tal fue un luchador sin miedo. Nadie podría lograr el éxito con tantas maniobras incorrectas. Él simplemente aplastaba a sus adversarios...

P: ¿De verdad quieres jugar "correctamente " el ajedrez, sólo para las evaluaciones correctas?

¡No tan rápido, señor! El punto es que el ajedrez no tiene un criterio estricto de la corrección; ¡el ajedrez es un juego multiforme!

P: ¿Cuándo se sintió lo suficientemente fuerte como para entrar en el grupo de élite?

Creo que sucedió cuando en 1964 cuando compartía el primer lugar en Ámsterdam con Tal, Spassky y Smyslov. Por otra parte, en ese momento pensé que hubiera tomado el primer lugar, si hubiera jugado con más precisión. Tal vez, este torneo fue mi apogeo de dominio: el tiempo en que jugué con mayor gusto.

P: Por cierto, ¿a quién llamar el mejor jugador de ajedrez en la historia del ajedrez?

La pregunta es demasiado abstracta. Sin embargo, tengo la respuesta. Sin duda, es Philidor. Al final del siglo 17 formuló los principios que utilizamos hasta hoy.

P: ¿Y al que le nombré, su antiguo opositor? ¿Es, probablemente, Fischer?

No sé... Probablemente, es Korchnoi. ¡Su longevidad en ajedrez es increíble! Todos estamos pensionados, mientras que él continúa en la lucha. Y tiene éxito.

P: ¿Bent, nos puedes decir algo sobre tu vida hoy? No he oído nada acerca de usted en los últimos años.

Ahora juego ajedrez muy rara vez. En general, me paso mucho tiempo en casa.

P:¿Todavía vive en Dinamarca?

No, vivo en la Argentina. Mi esposa es argentina, y hemos vivido allí desde el comienzo de la década de 1970. Me gusta la forma como vivo: llevo una vida tranquila y medida. Este viaje a Moscú es como una convulsión de la naturaleza para mí. Tuve que cambiar todo en mi vida. Sin embargo, estoy muy satisfecho de que el mundo del ajedrez no me haya olvidado.

P:¿Te arrepientes de haberte dedicado al ajedrez?

No creo que sea útil quejarse del destino, ya que no podemos regresar al pasado. No me arrepiento de nada. El ajedrez me dio muchos momentos felices. Claro, el ajedrez profesional es una lucha severa y agotadora. Sin embargo, yo no lo siento.

P: ¿Tenía usted alguna afición que compitió con el ajedrez?

¡Sí; en algún momento, yo estaba listo para ir a la política! Me pareció interesante. Sin embargo, más tarde decidí continuar jugando al ajedrez...

P: ¿Por qué? Usted era tan popular en nuestro país; podría incluso haberse convertido en presidente, ¿no?

Este punto de vista es un poco ingenuo. Por último, he decidido que un jugador de ajedrez tiene que jugar al ajedrez y un político luchar contra sus oponentes políticos.

P: Sé que usted ha escrito un libro perfecto, "Selección de 50 partidas” ¿Tiene otro libro?

Sí, lo tengo. He escrito muchos libros en mi vida. Ahora estoy planeando escribir la continuación, "100 Juegos escogidos“.

P: Bent, ¿qué piensa usted sobre el ajedrez moderno? ¿Le impresiona?

Por un lado, muchos jugadores de ajedrez interesantes han aparecido últimamente en el ajedrez. Anteriormente, los jugadores de ajedrez no tenían tales ambiciones serias. Entonces, Kasparov entró en el mundo del ajedrez, seguido por un grupo de maestros jóvenes, y nos mostraron su hambre para luchar y ganar! Basta con mirar a Shirov, Ivanchuk y Anand: ¡son asombrosos! Por otra parte, esos encuentros entre Kasparov y el ordenador de IBM me exasperan. ¡Y para el ajedrez avanzado son simplemente inadmisibles! Es un camino a ninguna parte. El ajedrez pierde su misticismo. Nadie va a considerar el ajedrez como un arte. Es una pena que sea el mismo campeón el que destruya el ajedrez.

jueves, 4 de marzo de 2010

Bent Larsen, entrevista en 1998

En mi calidad de aficionado, algo mayor de sesenta años, conservo muy vivos los recuerdos de la época en que el ajedrez prácticamente estaba dominado por los soviéticos, y los únicos jugadores de Occidente que les hacían contrapeso eran Larsen y Fischer; así, primero Larsen y después Fisher. La historia de este último es bien conocida. Pero la de Larsen, al menos para mí, tenía algunos vacíos, que en parte llena esta entrevista, que he traducido de http://www.chessbase.com/, pero que apareció en http://www.kasparov.com/ en el año 1998. El hecho de que Larsen viva desde el año 70 en la Argentina, casado con una argentina, es también algo novedoso. Desconozco quién haya sido el entrevistador.

P: En primer lugar, me gustaría hacerle una pregunta bastante imprudente: ¿Le apena no haber sido campeón del mundo?

No. Incluso no sé qué decirle a este respecto. [Larga pausa] Bueno, yo no quiero hablar sobre ese tema. Obviamente, usted espera que yo responda algo así como "es la tragedia de mi vida", ¿no? Ahora entiendo que en ese momento había algunos jugadores que jugaban mejor que yo.
P: Sin embargo, usted estaba en los cinco primeros de la década de 1960. Y cada vez, había algo que le impedía conseguir la corona de ajedrez.

No era algo, sino alguien. ¡Para ser objetivo, he luchado contra jugadores de ajedrez excepcionales!

P: ¿Cuándo entendió que no obtendría el título?

Francamente, no recuerdo la fecha. De todos modos, yo no pensaba en ello cuando Fischer me derrotó. Tal vez ocurrió en 1973, cuando yo estaba tomando parte en un torneo interzonal en Leningrado. Me sentía nervioso antes del torneo. El comienzo de la competencia resultó ser un éxito para mí. Sin embargo, luego perdí mi energía y el hambre de ganar. Yo quería pelear, pero no pude…

P: ¡Sin embargo, después de esto ha ganado muchos torneos fuertes!

Sí, tres años más tarde gané el torneo Interzonal de Biel. Sin embargo, esta vez Portish inmediatamente me detuvo en los cuartos de final. Yo tenía 40 años, y yo no quiero pasar por esto otra vez. He mantenido mis ambiciones, quería luchar y ganar, pero... Bueno, ¿usted me pregunta sobre mis sentimientos?

P: ¿Qué le ayudó a estar tan cerca de la cima del ajedrez?

La persistencia y la fuerza de voluntad. ¡Tal vez, he trabajado mucho! Al lograr un éxito en algo siempre se piensa en el futuro. Después de todo, no se puede hacer esto sin estar seguro de sí mismo...

P:¡Oh, sí! Bent Larsen y su confianza en sí mismo era un tema predilecto de los comentarios graciosos en la prensa soviética.

Sí, supongo que sí. Sin embargo, nunca he hecho alarde de esto. Siempre he sido un hombre franco.
P: ¿Fue su ambición la que lo llevó a usted cuando le preguntó por la Primer tablero en el "encuentro del siglo" en 1970, o usted realmente pensaba que era más fuerte que Fischer en ese momento?

¡No hay nada que discutir! En ese momento, yo había ganado casi todos los torneos, mientras que Fischer prefirió quedarse en casa y no quiso pelear... ¿Por qué tenía que ceder ante él en este sentido? En general, yo quedé muy sorprendido cuando Euwe hizo esta propuesta. Con el debido respeto al estilo de Fischer, creo que era una falta de tacto para hacerme una propuesta a mí. ¿Ambiciones? No. ¡Es una cuestión de principios!

P: ¿Este episodio de alguna manera afectó sus relaciones con Fischer?

Yo estaba en buenos términos con él. Nosotros nos respetábamos mutuamente... No teníamos otra opción, hicimos un acuerdo, e hizo parte en los mismos torneos.

P: ¿Qué efecto tuvo en usted la derrota que sufrió a manos de Fischer un año más tarde, cuando lo derrotó a usted en ese match de candidatos?

Sí, fue un match insufrible... Los organizadores eligieron un mal momento. Yo estaba lánguido con el calor y Fischer estaba mejor preparado para tales circunstancias excepcionales… Vi las piezas de ajedrez a través de una bruma y, por tanto, mi nivel de juego no era bueno. ¡Fue una pesadilla que nunca voy a olvidar! Perdí una oportunidad única para ganarle...

P: ¿Cómo tomó su pérdida?

Al principio, yo no estaba muy decepcionado. ¡Que las cosas sucedan! Sin embargo, es muy difícil olvidar esto y empezar otra vez desde el principio. Creo que no he conseguido hacer esto.

P: Bueno, en este caso vamos a hablar de su infancia. ¿Por qué eligió el ajedrez?

Dudo que a sabiendas se pueda elegir algo, cuando estamos en nuestra infancia. Yo era un niño enfermo, y para entretenerme empecé a jugar al ajedrez. Aprendí a jugar a la edad de 6 años, y cuando tenía 12 me convertí en un miembro de un club local de ajedrez... Para mi gran sorpresa, les gané fácilmente a los otros niños, ¡y me gustó!

P: ¿Cómo se las arregló para desarrollar sus habilidades de juego sin un entrenador y si el nivel de juego en Dinamarca no era tan alto?

Me convertí en un Gran Maestro cuando yo tenía 21 años. Hoy en día, es la edad de jubilación de un Gran Maestro (risas). Ocurrió en la Olimpiada de Moscú de 1956. Dos años antes, me había convertido en el campeón de Dinamarca. Por lo tanto, nadie podía enfrentarse a mí. El punto es que en 1956 gané un partido de más a Olafsson y conseguí el título de jugador de ajedrez más fuerte de la península escandinava.

P: ¿Cómo lograr un éxito tan grande?

Yo me hice solo. No tenía un instructor y no estaba concentrado en los manuales de ajedrez, excepto los libros de NImzovitch. Trabajé mucho tiempo sólo jugando ajedrez.

P: ¿Fueron su talento o su capacidad de trabajo las que le ayudaron a ser exitoso?

En general, no lo sé. Probablemente, fue una combinación de uno y otro.