viernes, 30 de abril de 2010

Estanislao Zuleta (final)

A las amenazas de que fue víctima en la Universidad del Valle, no les prestó atención, inicialmente. Fueron sus amigos los que tuvieron que convencerlo de que era conveniente tomar medidas. El sociólogo Álvaro Camacho le consiguió una ayuda de 200 mil pesos con una fundación alemana que le encomendó escribir un ensayo sobre la violencia en Colombia. Primero estuvo en una casa de campo, cerca a Villa de Leiva, completamente aislado de todo. Para comprar cigarrillos tenía que caminar dos horas. Dos meses después, considerando inconveniente este aislamiento, Yolanda le ayudó a trasladarse a Villeta, donde su familia tenía una casa de campo. Allí terminó su estudio sobre la violencia.

Como ya he dicho más arriba, no se conoció el origen de las amenazas. En la época en que se hicieron no se podía perder tiempo, tratando de establecer si la amenaza era real o no. Los asesinatos de Abad Gómez y otros profesores de la Universidad de Antioquia no dejaban dudas. Según lo que este suscrito ha podido establecer, estas amenazas no fueron obra del ejército ni del narcotráfico, como inicialmente creímos. Prosperaron y nacieron en la misma Universidad. Probablemente no buscaban matarlo sino desterrarlo. Y lo lograron… ¡por un año!

De Villeta pasó al hotel Continental en Bogotá, donde consideró que podía estar mejor y también seguro, puesto que las amenazas permanecían vigentes. Allí vivió unos ocho o nueve meses. Trabajó en la Consejería de los Derechos Humanos con el historiador Álvaro Tirado. Y entre las muchas actividades que desarrolló contaba de varias conferencias que tuvo que dictarles a militares y congresistas, un público bastante diferente al que estaba habituado él. De los congresistas, recordaba la extraña suspicacia con que lo miraba todo el tiempo el senador Hernando Durán Dussán.

En el hotel tuve oportunidad de visitarlo dos veces. En la primera estaba de “racha”. Mi visita coincidió con la de Gustavo González, nuestro querido y antiguo compañero de Ruptura, al que ya he mencionado en estas páginas. En su habitación, terriblemente desordenada, nos bebimos tres o cuatro botellas de ron “tres esquinas”. Comentamos de todo, menos de las tales amenazas, a las que por lo visto no les prestaba mucha atención. Nos mostró una fotografía de una mujer joven y hermosa de la que dijo estar muy enamorado. Este fue el mismo día en que hablamos de Netochka Nesvanova, de Dostoievski. Un mes más tarde volví a visitarlo. Me lo encontré almorzando en la cafetería del hotel, en el primer piso. Impecablemente vestido, con corbata y camisa blanca, mientras almorzaba leía un texto en francés. Como se trataba de una de esas épocas productivas en que no era muy jovial que digamos, después de una media hora de conversación me despedí con alguna disculpa; algo adolorido, puesto que había hecho un viaje de varias horas sólo para saludarlo.

Un tiempo después volví a verlo en Cali, cuando se terminó el año de licencia que le dio la Universidad. Estuvo viviendo unos días en la casa de Pepe, su hijo, y luego tomó en arriendo un apartamento al sur de la ciudad, donde tuve oportunidad de visitarlo muchas veces.

Con el mismo ánimo con que preparaba y dictaba sus cursos siempre, reinició labores en la Universidad del Valle. Simultáneamente hacía un estudio sobre los municipios del Valle, para Las Naciones Unidas. Por ambos conceptos recibía una suma de dinero bastante apreciable, parte de la cual se la enviaba a su hija Yolanda, a Italia. Y fuera de esto le ayudaba a Fernando, otro hijo, a pagar su tratamiento sicoanalítico. Vivía holgadamente y era muy generoso con los amigos que le visitábamos.

Para ese estudio que realizó para la ONU tuvo que estudiar las medidas económicas de los últimos 20 años, y decía que todas eran simples mandatos del FMI, que es el verdadero jefe de estos pobres países. A su vez, del Frente Nacional, decía que era un sistema que había favorecido la toma del país por el narcotráfico. Que en un país como el nuestro, donde no existe espacio para la oposición, el partido gobernante (el bipartidismo, en nuestro lamentable caso) no tenía fiscalización. Esa corrupción es visible a todos los niveles, pero especialmente en el campo político donde un líder ya no se mide por el alcance de sus ideas sino por los votos.

A diferencia del resto de su vida, en el último año tuvo televisor y betamax. Aunque sólo veía sus noticieros, que son lo único que puede verse de nuestra lamentable televisión. Después del último noticiero veía alguna película en el betamax. De la radio no oía sino la programación de la emisora Carvajal, que según él era lo único que se podía oír. Del resto de nuestra radiodifusión decía que le parecía peor que la televisión, “que no es un mal punto de comparación”, para emplear sus propias palabras.

En ése su último año pude observar en él una cierta plenitud, una cierta satisfacción con lo vivido. Ya no anhelaba sino diligenciar su jubilación –a la cual ya tenía derecho- y volver a Antioquia a comprar alguna casa de campo en el Oriente, para tener toda clase de animales domésticos y dedicarse con toda la calma del caso a leer y a escribir.

Ciertamente, la vida se acaba. Pero en el caso de este amigo inolvidable su muerte se nos hace más dolorosa por lo temprana, por las posibilidades que quedaron truncas. Sin embargo él estaba listo para todo. Unos pocos días antes de su muerte me dijo: “compañero, yo ya cumplí los 55 años, que no es un mal punto. A esta edad ya no es posible aplazar nada”. Y luego, refiriéndose a alguno de mis proyectos me dijo señalándome con el índice: “si tienes alguna cosa que decir sobre Antioquia, dila ya. ¡No aplaces! ¡No a-pla-ces! No esperes a tener las cosas más claras para ahí si poder empezar. El tiempo pasa, compañero y la vida se va”.

Todavía hoy me parece estar oyendo estas palabras tan cruelmente ciertas. En aras de una pretendida claridad despilfarramos ingenuamente nuestro mayor tesoro, el tiempo.

Había, si, un cierto vacío en su vida: y era que por haberse divorciado de los 50 veía difícil “organizar” –como dicen- su vida con otra mujer. Pero en otros momentos decía: “un filósofo casado es una contradicción en los términos”. Pero estas consideraciones no significaban ni mucho menos que ante una mujer bonita dejara de sentir taquicardia y hasta dificultad para respirar. Había, por ejemplo, una peluquera vecina que le hacía exclamar: “hombre, ¿Qué se podrá echar uno en el pelo para que le crezca más rápido?” Otro día lo acompañé a comprar un maletín. Y mientras la empleada que nos había atendido, un poco fea, se metió a la bodega a buscarlo, apareció una muy bonita y nos preguntó: “¿ya los atendieron?” A lo cual le contestó aquél, socarronamente compungido: “si, por desgracia”.

Después de una racha de alcohol que tuvo en el 89, a mediados del mes de marzo, dejó de beber por completo durante el resto del año. En ese tiempo volvió al golpe de café, estudio, gimnasia y una información total de los acontecimientos del país y del mundo; especialmente de todos los hechos que había desencadenado la Perestroika en La Unión Soviética y Europa oriental.

El 27 de enero de 1990 fui a visitarlo a su apartamento, en compañía de mi nueva mujer. Era un sábado por la noche. Al rato de estar hablando de diferentes cosas, dijo él:

-Tomémonos una botella de whisky, que yo ya puedo beber.

Queriendo decir que por tomarse unas copas no iba a iniciar una racha, como le había sucedido tantas veces. Entonces fuimos a un centro comercial cercano y nos aperamos de una. Estábamos tomándonos el primero cuando apareció Fernando Mejía, otro antiguo compañero de Ruptura, por esos días muy dedicado a la ecología. Algo parlanchín, ese día Fernando empezó a hablar de la restauración de la cuenca del río Pance, en la cual venía trabajando desde hacía un tiempo. El tema le dio pie a Estanislao para exponer sus ideas sobre la ecología. Cuando se puso de moda la ecología, hará unos 25 años, Estanislao la relacionaba con un fantasma ligado a la integridad de la madre (la tierra); y más que una ciencia, le parecía un síntoma. Pero con el tiempo, cuando se empezaron a conocer distintas líneas, unas simples y otras serias, él aceptó que en verdad se trataba de un nuevo frente de lucha, que merecía todo el interés. Pues bien, en aquella noche, a propósito de la ecología, habló de lo importante que es la supervivencia de las especies.

-Todas las especies actuales merecen vivir –decía.

Acto seguido habló de los enigmas de la cucaracha, una de las especies más antiguas que menos ha evolucionado en la historia y que tiene la extraña propiedad de ser inmune a la radioactividad. Después habló de la pulga, cuya capacidad de saltar hasta 140 veces su propia estatura no puede ser explicada por contracciones musculares corrientes. Algo así como si nosotros pudiéramos saltar por encima de la catedral de Manizales. Después habló de los cuervos, una especie extrañamente cosmopolita, que según demostró Lorenz en muchos experimentos es altamente inteligente porque no es especializada, al igual que el hombre.

A eso de las doce de la noche se nos acabó la botella, y eso que veníamos mezclándola con mucha agua y mucha parla.

-¿Qué hacemos?- preguntó alguno de nosotros, que en esas circunstancias significa: ¿compramos la otra?

Pero previendo que otra ya no sería conveniente fue el propio Estanislao el que dijo:

-Vámonos a dormir, mejor.

Pero ya el gusano del alcohol lo había picado. Unos pocos días después volví y lo encontré tirado en la cama. Estaba tan deprimido, que me dolió verlo. La prensa de varios días estaba tirada en el suelo, doblada, sin muestras de haber sido ojeada. Los noticieros de televisión se le pasaron desadvertidos. La comida estaba servida en la mesa intacta.

-Compañero, siquiera vino –Me dijo en un tono quejumbroso, que solía usar cuando estaba bebido y se sentía solo-. Deme la mano.

Al día siguiente, por la mañana, lo vi de un ánimo ligeramente mejor. En un pocillo grande bebía aguardiente con hielo (“en las rocas”, como dicen); un hábito relativamente nuevo en él, que siempre había sido aficionado al ron. Nuevamente estaba tirado en la cama, sin demostrar mayor entusiasmo por nada. Buscando algún tema de conversación, le pregunté por Pepe, al que hacía varios días yo no veía. Y me contestó en el mismo tono quejumbroso de la víspera:

-No ha vuelto, compañero; seguramente se murió alguna de mis tías, y no sabe cómo darme la noticia.

Y se le aguaron los ojos.

De sus tías no le oí hablar más que en ese último año. En general, hablaba poco de su familia y por eso me extrañó que se la aguaran los ojos por una tía. Es probable que esa fuera una disculpa y que el motivo de su tristeza fuera otro que no podía confesar. Se me ocurre pensar que no era ninguna tía, sino Yolanda, su ex mujer, a la que seguía extrañando, de la que se había separado de cuerpo pero no de espíritu.

Con bastante pesadumbre me vi obligado a dejarlo solo en ese estado de postración en que estaba. Y llegué a pensar que podría morirse…

Esto sucedía un miércoles.

El sábado se murió de un infarto fulminante, una muerte que él siempre había temido.

Mirándolo en el ataúd, pude ver que enfrentó la muerte con el mismo rostro grave con que le veíamos en sus conferencias tratando los temas más profundos.

¡Oh grande y generoso amigo, qué cruel es entender que te ausentaste para siempre!

Terminemos con unas palabras de Lorenz que le gustaban a Estanislao y que se ajustan a nuestro doloroso caso colombiano.

“Pienso que en nuestros días los seres humanos de las grandes ciudades, que viven sin contacto suficiente con las bellezas de la naturaleza o del arte, sufren gravemente esta privación. Esto es tanto más serio cuanto que el sentido de la ética y la estética, de lo bello y lo bueno, son, en el fondo, una única y misma cosa. ¿Qué espectáculo ha de entusiasmar al infeliz habitante de la ciudad que ha crecido en los suburbios de una inmensa urbe sin haberse acercado nunca a la belleza y a la armonía, bajo cualquiera de sus formas, y cuyo entorno está hecho de patios sombríos, estaciones de servicio, depósitos de basura y cementerios de coches? Naturalmente el dinero será para él la única cosa a la que le atribuirá valor”. (Prólogo a la enciclopedia Salvat de la fauna)

Buga, abril 26 de 1991.

martes, 13 de abril de 2010

Nepomniachtchi, I (2656) - Ivanov, A (2481)

Como ya lo hemos dicho en otras ocasiones, una de los temas que esta página atiende es el ajedrez, probablemente uno de los juegos que más ha concitado, junto con las cartas, el interés de esta humanidad. En este caso vamos a comentar una partida jugada recientemente en el campeonato nacional ruso de equipos de ajedrez. Por lo que hemos podido enterarnos a través de Internet, este campeonato se jugó en tres grupos diferentes: premier (10 equipos), higher (8 equipos) y femenino (7 equipos). Cada equipo contaba con 6 jugadores.
(1) Nepomniachtchi, I (2656) - Ivanov, A (2481) [B07] 17. Rusia tch 2010 Premier League Dagomys RUS (1.11), 01.04.2010
1.e4 d6 2.d4 Cf6 3.Cc3 c6
Esta línea no es muy usual. Seguramente, el jugador Ivanov la tenía preparada para sorprender a sus rivales más fuertes. Pero después de ver el desarrollo de la partida, es lícito pensar y decir que el sorprendido ha debido ser el mismo Ivanov. Veamos:
4.f4 Da5 5.e5 Ce4 6.Ad3 Cxc3 7.Dd2 d5
Como el caballo negro no tiene escapatoria, el blanco se toma la molestia de traer el caballo de rey y retomar con él.
8.Ce2 c5 9.Cxc3 e6 10.dxc5 Dxc5 11.a3 Ad7 12.b4 Db6 13.Ab2 Cc6 14.Ca4 Dc7 15.0–0 Ca5
Una jugada interesante. Tiene la virtud de despejar un poco el juego negro.
16.bxa5 Axa4 17.f5 0–0–0
El enroque corto, en esta posición, no es muy recomendable. Las blancas tienen un par del alfiles muy peligrosos que apuntan en esa dirección. Pero lo anterior no quiere decir que, en estas circunstancias, el enroque largo sea muy seguro.
18.Rh1 Ac5 19.a6 b6 20.Df4 Dd7 21.Ad4 Ac6 22.a4 Rb8 23.a5 Axd4 24.Dxd4 bxa5 25.Txa5
Como resultado de estas acciones, se ha abierto la columna “b”.
25...Ra8 26.Tc5 Tb8 27.h3
Es mejor tener una salida en caso de emergencia.
27…Tb6 28.Dg4 g6 29.fxe6 fxe6 30.Tf6 Te8 31.Df4 De7 32.Df2 Dc7 33.Tf7 Tb1+ 34.Rh2 Dxe5+ 35.g3


35…d4?
Con la esperanza de que las blancas, halagadas con la oferta, tomen la dama negra y reciban mate en “h1”. Pero...
36.Txc6 1–0

Estanislao Zuleta (VII)

He de confesar a estas alturas que mi entereza en ser amigo de Estanislao se debía más a lo literario que a lo político. Y sin temor a equivocarme me atrevo a afirmar que la literatura era también su gran pasión. A su vez, de las literaturas, si se puede usar la expresión ‘las’, la que amaba por encima de todas era la rusa. No sólo por el amor que tuvo por Dostoievski, su primera pasión, cuando era apenas un muchacho, sino por las características tan especiales que tiene esta literatura; que es popular, en el sentido de que ha tenido un público numeroso, adentro y afuera de su país. Una literatura que tuvo un Pushkin, un gran escritor popular que inspiró a todos los grandes que vinieron después. Una literatura con audiencia. Tolstoi, por ejemplo, fundó un movimiento.

Curiosamente, a uno de los últimos escritores que conoció fue a Pushkin. Comentándolo, decía: ¡qué prosa! Después de leerlo, ya uno se explica un Tolstoi, un Dostoievski, un Gogol.

Pero su gran amor era, pues, Dostoievski. Tenía un gran conocimiento de su obra. Un día, por tantearlo, le comenté algo de Netochka Nesvanova, una novela no muy conocida de Dostoievski, que Estanislao no había vuelto a leer desde hacía muchos años. Inmediatamente empezó a hablar de cada uno de los personajes y de la composición de la obra (que comienza de una manera sublime para terminar ramplonamente rosa), con un lujo de detalles que no había captado yo en dos lecturas recientes. Junto con las llamadas las cinco grandes novelas de Dostoievski, apreciaba mucho “Memorias del subsuelo”.
De los personajes de Tolstoi decía que aunque muchos de ellos eran condes o príncipes, vivían los mismos dramas que los estudiantes, las prostitutas o cualquiera de esos parias dostoievskianos. Mirando las fotografías de Tolstoi anciano, decía: “su figura parece la de un personaje del antiguo testamento”. Admiraba la extraordinaria vitalidad de este hombre que a los 60 años tenía que salir a galope por la estepa para mitigar los ardores de su cuerpo, que no le daban reposo; su temperamento fogoso, que a los 82 años le hizo escapar de su casa; su inaudita capacidad de trabajo, que le permitió sacar varias versiones de La guerra y la paz; su inmensa pasión por las mujeres, que se descubre fácilmente en las descripciones de Natacha Rostova, Ana Karenina, la princesa Bolkonski, etc. Además de sus grandes novelas, apreciaba mucho La muerte de Iván Ilich, obra a la que le dedicó unas lecturas comentadas en el Centro Sicoanalítico.
De Gogol, apreciaba mucho su cuento El Capote, “del cual venimos todos los escritores rusos”, según decía Dostoievski. Para mostrar la importancia de Gogol dentro de la literatura rusa, contaba con mucha emoción aquel pasaje de la vida de Dostoievski en el que Bielinsky, después de leer el manuscrito de Pobres gentes, exclama emocionado: “¡nos ha nacido un Gogol!” Según Estanislao, El Capote marca un hito en la literatura universal, puesto que por primera vez el personaje principal de una obra no es un héroe sino un pobre y oscuro personaje de oficina. En El Inspector insistía en que la mordacidad de Gogol no se debía entender como una crítica a la descomposición del Estado ruso de comienzos del siglo XIX, sino como una crítica a esa posición ante la vida que es el burocratismo, que todavía hoy se fue padeciendo y que es un tema inquietantemente actual y cercano a nuestras vidas.

A Chejov lo tenía entre los grandes. Sus cuentos los leyó y los releyó infinitas veces. Que recuerde, apreciaba mucho La sala número seis, La dama del perrito y Los campesinos. Recuerdo que alguno de nuestros compañeros en Medellín dijo en una ocasión que algún crítico consideraba a Chejov como un impresionista de la literatura, cosa que a Estanislao le molestó de una manera especial, puesto que –decía- esa comparación con la pintura no explicaba nada de la obra de Chejov. De su estilo, le impresionaba ese dejo de melancolía que está presente en todas sus páginas.

La primera vez que leyó Archipiélago Gulag, en Medellín, lo descartó rápidamente por derechista; más tarde en Cali dijo despectivamente que el sueño de Solzhenitsin era la restauración del zarismo. Y en el último año lo encarecía como un escritor de la talla de Tolstoi y Dostoievski. Decía que el Archipiélago no es una novela, pero en sus páginas se ve el vuelo de novelista que tiene el tipo.

No tengo muy presente su opinión sobre Gorki. Pero a este escritor le tocó defender el régimen, haciéndose el de la vista gorda con todos los desmanes, sus campos de concentración, purgas y demás. De Shólojov decía que escribía literatura estatal.
Con la llegada de la Perestroika, saludó la aparición en nuestro medio de Anatoly Rivakov y Vasily Grossman, de quienes decía que eran la prueba de que la tradición de la gran novela rusa que creíamos muerta por la revolución había sobrevivido a esa prueba.

De la literatura norteamericana resaltaba esa constante de la destrucción de sus mejores exponentes por el alcohol. Mencionemos en primer lugar a Poe. De él destacaba varios aspectos. Por ser éste un amante de la belleza clásica, su estilo es bastante depurado; en su temática, que es muy variada, sobresale siempre el amor por lo difícil, por todo lo que exija talento y elaboración. Auguste Dupin, uno de sus personajes, es un investigador nato; investigar es su único oficio. Y lo que más motiva su interés es lo que los demás ya descartaron por difícil, como en “Los crímenes de la calle Morgue” o “El misterio de Marie Roget”. Este último le gustaba mucho a Estanislao, en él se había basado para dictar un curso de lógica en la Universidad Libre de Bogotá.

A diferencia de la de Poe, la obra de Melville no ha llegado completa a nosotros. Ya en su vida había caído en el anonimato. Sus últimas obras no las entendieron sus contemporáneos. Su vida misma es bastante misteriosa: un amante de los viajes y las aventuras que termina los últimos 30 años de su vida encerrado en una oficina de aduanas. A pesar de todo, contamos con dos de sus mejores obras en traducciones excelentes: Moby Dick, en la traducción de José María Valverde, y Bartleby, el escribiente, en la traducción de Jorge Luis Borges. Creo que estas dos eran las obras de Melville que más le gustaban a Estanislao. Moby Dick se las recomendaba a sus hijos. Y es que esta obra extraña, tan bellamente escrita, llena de símbolos y alegorías, nos relata una aventura que tiene que ver con los fundamentos de nuestra existencia: la lucha por desprendernos de la madre, que es la lucha de Ahab contra la ballena blanca.

Aquí debo hablar de Faulkner, aunque confieso que jamás he podido leer completa una obra suya. Estanislao apreciaba a Luz de agosto como una de las joyas de la literatura universal. Un domingo, seguramente por casualidad, el diario El Tiempo publicó una de las últimas entrevistas que concedió Faulkner y El Espectador una a Gabriel García Márquez. Después de leer las dos entrevistas, nos dijo Estanislao:

-Vea la maldad que le hicieron a este hombre (García Márquez), dice que aprecia mucho a Faulkner, pero no a esos acartonados de Thomas Mann y Herman Hesse. Y en la otra entrevista dice Faulkner que los autores que más han influido en su obra son precisamente esos dos, ¡esos acartonados!
Nunca le escuché mayores comentarios sobre Hemingway ni sobre John Dos Passos, pero conocía la obra completa de ellos.

A Truman Capote, hombre del jet-set, homosexual y alcohólico, le reconocía talento, aunque su novela A Sangre Fría le parecía reaccionaria, porque hace aparecer a los asesinos como un par de “rayos caídos de un cielo sereno”, como decía Marx, y no como un producto de la descomposición de la sociedad norteamericana.

No creo equivocarme si digo que de la literatura francesa el autor que más apreciaba era Flaubert, y de éste la obra Madame Bovary. De algunos diálogos decía que eran el trabajo de un joyero, por la cantidad de pequeños detalles que una lectura desprevenida no capta.

Mencionemos también a Proust. No sé si alguna vez hizo una disertación sobre En Busca Del Tiempo Perdido, pero lo que sí puedo asegurar es que conocía esa obra al dedillo.

A propósito de esos extraños concursos literarios que hacen nuestras universidades, en los que se premia un proyecto de novela, decía que si Proust se hubiera presentado con su proyecto de En Busca Del Tiempo Perdido no habría tenido éxito, porque con sólo decir que en las primeras cien páginas un personaje iba a recordar las angustias que vivía por la noche, antes de dormirse, era suficiente para descartarlo.

Nunca pude saber qué tanto conocía Estanislao la obra de Balzac, en parte porque yo mismo no he sido muy conocedor de su obra. Pero si recuerdo que en Medellín le regaló a su hija Silvia los quince tomos de La Comedia Humana, en la traducción de Aurelio Garzón Del Camino, que él recomendaba como la mejor traducción de Balzac al castellano. Contaba que Eugenia Grandet había sido traducida al ruso por Dostoievski, y que era tan buena o mejor que la original en francés.

Pasemos a Kafka. Si Dostoievski fue el amor de su juventud, Kafka fue el de su madurez. El tipo recitaba párrafos enteros de La Metamorfosis, El Castillo y La Carta Al Padre. Y es que Kafka logró producir una obra bella y extraña a un mismo tiempo. A propósito de La Metamorfosis, nunca quise preguntarle a Estanislao cuál era su interpretación de esta obra, a sabiendas de que él tenía alguna. No lo hice porque quería encontrar por mi propia cuenta una explicación a la posición de este narrador que después de tener convertido en cucaracha al primer personaje sigue su narración más preocupado por la vida cotidiana de la familia que por la situación de este pobre ciudadano, que en su nueva condición es un muerto en vida.

Otro que estaba a esa misma altura en sus afectos, era Thomas Mann. Conocía con todo lujo de detalles su vida y su obra. Tenía tan en alto José y sus hermanos, que una vez le oí decir que todavía no había lectores para esa obra. De La montaña mágica decía que había cambiado su vida.

Pasemos a Borges, con el cual era un poco injusto. Le criticaba, por ejemplo, porque un bilingüe de su talla ha debido traducirnos a Shakespeare. También le molestaban sobremanera los “creo” tan frecuentes en sus relatos. Cito algunos ejemplos: “fue entonces, creo, cuando estuvieron a punto de irse a las manos…” (El otro duelo); “estaba, creo, algo nervioso…” (Guayaquil); “los individuos de la tribu no pasan, creo, de setecientos…” (El informe de Brodie). Los consideraba una intromisión innecesaria del narrador en la narración. Miraba con cierto desdén el desprecio de Borges por García Lorca, de quien llegó a afirmar que era famoso solamente porque lo habían fusilado.

“En realidad –decía Estanislao-, son dos poesías muy diferentes: la de Borges es poesía pensada; la de García Lorca, espontánea, sentida. Pero ambos son buenos, en su género”. Pero todas estas consideraciones no significaban ni mucho menos que no pudiera gozar con esa prosa maravillosa de Borges en La historia universal de la infamia, especialmente con La viuda Chin, pirata u otros como Emma Zunz, La señora mayor (uno de los cuentos más bellos que este suscrito ha leído) o El Informe de Brodie.

De Shakespeare decía que es un caso único. Que se trata de un hombre sin altibajos; que tanto su poesía como su prosa se sostienen al nivel más alto. Y tenía un aprecio especial por Enrique IV.
Al mencionar el recurso de muchos autores de hacerles sufrir a sus personajes una suerte de la que ellos querían escapar, dijo en el homenaje a Thomas Mann: “…de la misma manera que Cervantes, ya a los 50 años, después de una vida fracasada, encarcelado, sin haber logrado ningún gran éxito, en lugar de oponerse a la muerte silenciosa por medio de una locura, arroja fuera de sí a la locura y la pone a pasear por el mundo como Don Quijote”. Ese era uno de sus temas preferidos, la escritura como redención. Se dolía de lo poco que se lee El Quijote en nuestro medio, “cuando –decía- hombres como Marx aprendieron castellano sólo para tener el gusto de leer este libro en su idioma original”. Él mismo lo leía sólo por el placer de escuchar la música de esta prosa; aquel discurso a los cabreros que comienza: “dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron el nombre de dorados…”, lo consideraba uno de los pasajes más hermosos del libro y lo recitaba de memoria.
Otro escritor que mencionaba mucho por su talento y por la calidad de su obra era Hermann Brock; un escritor tardío, que se vio obligado durante años a gerenciar una fábrica de textiles, heredada de su padre.
Entre los poetas que más estimaba se pueden citar Holderling, García Lorca y Baudelaire. Y entre los nuestros León de Greiff, que fue como un padre para él. Recuerdo que siempre que hablaba de la épica decía: “León de Greiff es épico en El relato de Ramón Antigua”. De Porfirio Barba Jacob decía que era extrañamente bueno, pero con muchos altibajos; que a veces dejaba traslucir el montañero que era y otras producía versos de la talla de Goethe, como en la Parábola del retorno, cuando dice:

“El agua de la acequia, alma de linfa pura
No pasa alegre y gárrula cantando su cantar
La acequia se ha borrado bajo la fronda oscura
Y el chorro blanco y fulgido ni riela ni murmura”.
En cuanto al “tuerto” López, puede decirse sin temor a equivocaciones que Estanislao fue una de las personas que más contribuyó a la difusión y al conocimiento de su obra poética. Por el año 1985 conocimos una tesis de grado sobre el poeta, escrita entre Margarita Fonnegra y Estanislao.

Temeroso de caer en el nacionalismo, se iba al extremo opuesto. La música colombiana era música “colombiosa”, en la que el “chingui, chirringui, chingui” era el único tema. De los narradores apreciaba a Carrasquilla y a Efe Gómez. No creo que haya conocido a nuestros narradores nuevos. Al menos nunca le oí algún comentario sobre alguno de ellos. Se alegró porque García Márquez recibió el premio Nobel, pero decía que su literatura era para turistas, y que cualquier colombiano se reconoce más fácilmente en un personaje de Dostoievski, enredado en toda clase de dramas, que en un Mauricio Babilonia, rodeado de mariposas.

jueves, 8 de abril de 2010

Estanislao Zuleta (VI)

En vista de que no iba a terminar nunca mi carrera en Medellín, solicité traslado para Palmira, donde también tiene sede la Universidad. Mi intención no era propiamente la de seguir estudiando, cosa que me tenía aburrido hasta la coronilla, sino la de estar cerca de Estanislao, que fue prácticamente un padre para mí. Con mi mujer y con la niña que habíamos tenido el año anterior, nos trasladamos para Cali en enero del año de 1975. Inicialmente, nos instalamos en la casa de Estanislao y Yolanda; en Lugano, la casa que ya he mencionado.

Allí vivimos tres o cuatro meses, buena parte de los cuales Estanislao los pasó bebiendo. Este suscrito lo acompañó la mayoría de las veces, descuidando hasta su propio matrimonio, el cual quedó muy maltrecho al cabo de esos meses.

Mirando hoy los acontecimientos de esos días, a treinta años de distancia, el haber conocido a un hombre de esa talla y haber departido tantas veces con él, el balance no es muy positivo. Si bien su generosidad no conocía límites y quería entregarnos todo su saber, afanado tal vez por crear lo que él llamaba un “colectivo”, donde sus hijos y los de sus amigos encontraran un ambiente distinto al que ofrecían los barrios de las ciudades, yo me atrevo a creer que toda esa luz nos encandiló, y que apenas después con el paso de los años hemos ido encontrando nuestro propio camino. La amarga verdad es que sólo se aprende trabajando. O puede ser también que nos entregamos a su causa (la de Estanislao) con un fervor religioso, como se abraza un náufrago a su tabla.

A los 48 años, en una entrevista en Medellín, dijo Estanislao:

“…entre nuestros amigos, entre nosotros en general, hay muchos que se hacen ilusiones sobre las posibilidades que les podría abrir intelectualmente un viaje a Europa y se les olvida que ese viaje es como estudiantes, y la cultura no se toma como un tetero que le dan a uno en la posición de la pasividad. Lo que les podría abrir posibilidades sería por ejemplo que fundaran una publicación y lucharan por algo.”

Cuando llegamos a Cali, ya funcionaba un grupo de estudio de “El Capital”, conformado por unas 20 personas, entre estudiantes, obreros, maestros y empleados. Más optimista en esta ocasión, Estanislao llegó a pensar que ahora sí iba a marchar lo que antes no había dado un paso. La presencia de obreros parecía una garantía.

Las reuniones se hacían los domingos por la mañana, en Lugano. Esta vez apoyamos varios movimientos laborales, con el doble propósito de integrarnos dentro de las luchas obreras y de materializar nuestro estudio. El año anterior a mi llegada, el grupo había apoyado con algunos escritos una huelga muy larga en la fábrica de Aluminio Alcan, pues dos compañeros de nuestro grupo trabajaban allí como obreros. En el 75 recuerdo una carta que le enviamos al sindicato de la Caja Agraria, felicitándolos por el pliego de peticiones tan interesante que estaban defendiendo; incluíamos un análisis de cada punto del pliego. Después le escribimos al sindicato de Tejidos Única, Manizales. Para la huelga de Riopaila, enviamos una comisión; y luego cuando sacamos el primer número de Ruptura, nuestro periódico, incluimos un bonito artículo, saludando el movimiento. En el año 76 viajó una comisión a Bogotá a distribuir el periódico en sindicatos y universidades. A su regreso informaron que habían recibido un decidido respaldo de unas muchachas caleñas de la Universidad de Los Andes, probablemente no muy izquierdistas, pero si muy hermosas, caso éste en que debe abandonarse todo sectarismo. Otros viajamos a Medellín. Esta comisión la integramos Pepe Zuleta, Gustavo González, Carlos Mier y este suscrito. Anduvimos sindicatos, universidades, fábricas, sin encontrar ningún eco. Como la fábrica de textiles, Satexco, estaba en huelga, fuimos a saludar a los obreros que se encontraban reunidos en una carpa grande. Nuestro compañero Gustavo se fajó un discurso bueno y breve, al que ninguno de los presentes le prestó mayor atención, de lo ocupados que estaban jugando dominó y cartas. En Curtiembres de Itagüí, que también estaba en huelga, tampoco encontraron eco las palabras de Gustavo, que como sindicalista que había sido era el más hábil de nosotros para hablar en público. Los resultados de nuestra gestión en Medellín no fueron propiamente muy positivos, pero no por eso perdíamos el ánimo. De regreso para Cali, paramos en el pueblo de La Pintada, Antioquia, y al calor de unos aguardientes y unos tangos de Gardel, que le arrancaron lágrimas a Gustavo y nos emocionaron a los demás, comenzamos una discusión sobre un tema que había tratado Carlos Mier en el camino. Nuestra discusión duró desde La Pintada hasta Cali. Este compañero nos contó que en Guacarí pertenecía a un grupo muy particular, compuesto por muchachos y muchachas, dedicados al siempre actual e interesante tema de la sexualidad; su actividad incluía teoría y práctica. Pues bien, la discusión se originó cuando Mier tocó el tema de la evaluación de las actividades del grupo. Según éste, esa evaluación la hacían exclusivamente los hombres. Yo, pensando seriamente en pedir ingreso al grupo de Guacarí, alegué que eso no importaba. Pero Gustavo, con toda razón, alegaba que las compañeras también debían evaluar.

Todo esto transcurría en el lamentable gobierno de López. El país iba en picada; y para colmo de males se venía venir otro gobierno peor: el de Julio César Turbay. Poco tiempo después de su posesión este personaje tomó unas medidas sumamente represivas. Su ministro de defensa, el general Camacho Leiva, impulsó el llamado Estatuto de Seguridad, que impedía hasta las reuniones de más de tres personas. Esto restringió mucho nuestra actividad y nos obligó a cambiar nuestros sitios de reunión.

Así como en el grupo de Medellín se llamaba Polémica, por el nombre de su publicación, el de Cali se llamó Ruptura por el nombre de su “eventuario”, como decía Estanislao, puesto que nuestro periódico no tenía una periodicidad muy definida. Este grupo de Ruptura duró tres años, en el transcurso de los cuales solamente publicamos tres números del periódico y el cuarto quedó en borrador. A la luz de los acontecimientos que vinieron después, Glasnost y Perestroika, yo pienso que nosotros todavía estábamos hundidos en el leninismo. Sin embargo, algo intuíamos y en el año 77, si mi memoria no falla, divulgamos ampliamente un ensayo de François George, “Olvidar a Lenin”, que levantó ampolla en aquella época. ¡Olvidar a Lenin! Creo que hoy en día no se hace necesario recomendar esto, ya Lenin está debidamente olvidado. La manera como se organizó el socialismo en la Unión Soviética sólo habrá de servir en el futuro para saber cómo no deben hacerse las cosas.

En el año 77 el grupo no funcionaba; había perdido todo el entusiasmo de los primeros días. Estaba muerto. Pero fue el propio Estanislao el que se encargó de enterrarlo. Un día nos dijo que ese tiempo que él le estaba dedicando al grupo prefería utilizarlo estudiando; que si queríamos, nosotros podíamos seguir. ¡Sin él, el alma del grupo…!
Ruptura fue el último intento de Estanislao de organizar un movimiento político. “Al perro no lo capan 86 veces”, decía con cierto resentimiento. Su última idea era la de fundar una revista que orientara a la izquierda, sin ninguna otra pretensión.

Pero si él no formó un movimiento en el sentido corriente del término, un principio de partido o algo así, sí contribuyó a la formación de un movimiento más vasto. El de hacerle accesible a estudiantes, profesores y amigos en general la gran literatura; la de Dostoievski, Tolstoi, Mann, Proust, Musil y Kafka, para no mencionar sino los autores más cercanos a su corazón. La gran literatura, que es la propuesta latente de la esperanza en un mundo nuevo, en una nueva aurora, como le gustaba decir a él; que le presenta un combate a la tontería y a las facilidades (‘siempre tan gratas’), a la simplificación, al esclarecimiento de las falsas contradicciones y las contradicciones efectivas. Además presentó en toda su complejidad a filósofos como Platón y Hegel, que la izquierda tenía clasificados como idealistas. Y promovió el estudio de Marx, cuyas teorías son las que más lejos han llevado el análisis de la sociedad capitalista.

domingo, 4 de abril de 2010

Estanislao Zuleta (V)

Sin apreciar demasiado los ambientes universitarios, la principal actividad de su vida, o al menos de la que derivó sus ingresos, fue la de profesor universitario. Decía que todo lo importante había surgido por fuera de las universidades. En tono de burla, decía que en ese momento en Medellín había más filósofos que todos los que hubo en la Grecia Clásica, lo cual no significaba un florecimiento de la filosofía en Antioquia. Acudía mucho al caso de Einstein, que no pasó las pruebas de ingreso en la universidad porque lo consideraron débil en matemáticas. Entre sus colegas veía individuos que año tras año repetían el mismo curso, sin variar ni los chistes. “Son profesores disco” -decía.

Y pasó por muchas universidades, dejando huellas, admirado por algunos y odiado por muchos, puesto que el brillo fastidia mucho, en especial al colegaje. Y al final de su vida, tan dolorosamente temprano, quería volver otra vez a la universidad de Antioquia, porque él se podía dar el lujo de trabajar en la que quisiera.

En el año 73 empezó a funcionar en Cali el Centro sicoanalítico Sigmund Freud, fundado por Oscar Espinoza, junto a Alfredo Reyes, Antonio Sampson, Blanca Beatriz García, Álvaro Morales y otros. Su propósito no era sólo él de atender pacientes, sino el de difundir el sicoanálisis y generar a su alrededor un ambiente cultural; una tarea bastante difícil en Cali, donde el ambiente reinante no parece muy propicio a estos temas. Allí la salsa y la rumba son las únicas diversiones posibles. Unos años después, comparando el ambiente de Medellín con el de Cali, decía Estanislao a propósito del público que iba a sus conferencias: “aquí en Cali vienen mis amigos, en cambio en Medellín se llenan los auditorios”. Y era verdad que en una ocasión no cupieron los asistentes en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín.

Invitado, pues, por Oscar Espinoza a hacer parte activa de este Centro, Estanislao y su familia se fueron para Cali a comienzos del 74. La ciudad no les era desconocida, pues ya habían vivido allí unos años antes, en la época en que Estanislao fue vice-rector de la Universidad Santiago de Cali. Las condiciones de trabajo que le ofreció Oscar Espinoza eran ligeramente mejores que las que tenía en Medellín. Por tres cursos semanales, sobre temas elegidos por el mismo Estanislao, y por una especie de asesoría o control de algunos casos, además de tratamiento gratuito para sus tres hijos mayores. De este nuevo oficio se ufanaba mucho ante los amigos más cercanos; y es verdad que a partir de esta época Estanislao fue muy mimado por los amigos, que en Medellín, después del caso de Iván lo dejaron bastante solo.

Conociendo el tipo de casas que a Estanislao le gustaba habitar, Oscar Espinoza le consiguió una en arriendo, por la carretera a Cristo Rey, arriba del barrio Bellavista. Desde sus ventanas se dominaba toda la ciudad, una posición parecida a la casa que habitaba en San Cristóbal, a las afueras de Medellín. Sin ser una casa de ricos, ésta tenía nombre: Lugano. Por allí no pasaban buses ni taxis, la carretera estaba sin pavimentar y con excepción de la casa de enseguida, habitada por Antonio Sampson, no había más vecinos.

Como en casi todas las casas que tomó en arriendo, había una tienda cercana, adonde acudía en las épocas en que se hundía en el alcohol. En el caso de Cali, era la tienda de don Luis, en Bellavista. De algo más de 50 años, don Luis era un hombre canoso, que manejaba su negocio con alguna diligencia, pero al que también le gustaba el aguardiente, y a veces no tenía inconveniente de cerrar las ventas al público y dedicarse a beber con Estanislao.

¡El alcohol! ¡Tema obligado en estos recuerdos…! Hablando de problemas sicológicos difíciles de resolver, decía que el alcoholismo no tenía solución, puesto que era algo que estaba arraigado en lo más profundo del inconsciente. Conocía al detalle la biografía del escritor inglés Malcolm Lowry, cuya vida había sido un combate dramático con el alcohol, perdido dolorosamente al final.
En uno de sus poemas sobre el alcohol, Estanislao define en un solo verso lo que significa beber: “hacer callar las voces que llaman otra aurora”; o sea: ahogar la esperanza. Conocía al detalle la vida del Bovery, el barrio de los alcohólicos de Nueva York y había leído con mucho detalle los textos más importantes de la organización de los Alcohólicos Anónimos. Dudaba bastante de lo que llaman curaciones, puesto que en esos casos, según se desprende de sus testimonios, el paciente se ha abrazado a una creencia loca en Dios, y esa fe lo sostiene alejado del demonio (el alcohol). Pero allí no hay una solución: con una sola gota de alcohol que se beba uno de estos pacientes curados vuelve por sus fueros, como en sus peores tiempos; lo que demuestra que el problema estaba allí, como en sus peores tiempos, latente.

Este suscrito también ha leído algunos textos del grupo de los A.A. y considera que hay una diferencia importante que establecen ellos, el bebedor social y el alcohólico propiamente dicho. El primero puede beber con frecuencia, sin ser alcohólico; mientras que el segundo, aún bebiendo menos, es un enfermo. He allí el enigma: el problema no es el alcohol sino su posición ante él.

Su propio caso era bastante particular. Podía estar un año trabajando hasta 12 y 14 horas diarias, a punta de café, sin tomarse una cerveza. En un arranque de esos, por ejemplo, se puso al día en Etología. Se leyó toda la obra de Konrad Lorenz y la de sus colegas más importantes. Y con esa facilidad tan extraordinaria que tenía para relacionar lo que había leído con otros temas, contaba que en un experimentos que hizo un etólogo, juntaban gatos con perros adiestrados para no perseguir gatos, y éstos al no verse perseguidos por aquéllos optaban por morderles la cola, obligándolos a adoptar su condición natural de perseguidores. No toleraban aquel paraíso de perros mansos. Y que lo mismo les había ocurrido a unos estudiantes de Zúrich, con uno de los niveles de vida más altos del mundo. Con toda clase de seguridades sociales y protecciones del Estado, estos estudiantes habían hecho una huelga, con pedreas e incendios por un motivo bien novedoso: porque no les faltaba nada, esa cómoda e insípida existencia los tenía hastiados. “¿Ves? –Decía- ¡Tuvieron que morderle la cola al perro!”

Pero él también, a solas con sus descubrimientos y agobiado quién sabe por cuáles fantasmas, terminaba sus períodos de estudio intenso y de absoluta sobriedad mordiéndole la cola al perro. ¡Y de qué manera! ¡Ni el mismo Lowry se asomó de aquella manera al abismo! De una manera salvaje, olvidando toda obligación, bebía continuamente de día y de noche, suspendiendo sólo cuando el sueño lo vencía. Y así podía pasar quince días, un mes o más, para suspender drásticamente e iniciar otro intenso período productivo.

Lo más doloroso es que aunque aparentemente era un hombre fuerte y sano, su salud era precaria, debido a sus problemas respiratorios. Y esas dosis de alcohol tan altas tenían que ser perjudiciales. Pero si se le decía algo en este sentido, esgrimía el caso de un familiar suyo que tenía más de 70 años pero aparentaba 50, lo cual dada su vida sedentaria e improductiva le garantizaría otros 20 o 30 más de pereza. Sacaba a relucir también el caso de Belisario Betancur, su amigo, que con solo 60 aparentaba 70, pero su vida misma justificaba esa diferencia. Otro caso con el que se defendía era el de Sartre, que para escribir La crítica de la razón dialéctica había abusado de las anfetaminas. Preguntado después si no había temido por su salud, dijo Sartre que qué importaba perderla en aras de una obra importante.

Uno de los cursos más importantes que dictó en Cali en el año 74 fue sobre La montaña mágica de Thomas Mann. Curso que se transcribió y fue publicado después por Colcultura, bajo el título escogido por Estanislao de Thomas Mann, la montaña mágica y la llanura prosaica. Siendo ésta una de sus obras preferidas, la había leído y comentado en grupo varias veces, pero digamos de una manera informal. Esta vez, ante grabadoras y ante un público relativamente nuevo, es de pensarse que fue la vez que mejor se preparó. Sus comentarios, al igual que todos los que hacía sobre las demás obras, van en muchas vías; desde la situación histórica en que se escribió la obra, la situación particular de su autor y su relación con otras obras suyas, la crítica literaria, el sicoanálisis, la filosofía, el marxismo, etc., etc. En los diálogos aparentemente más triviales, encontraba tantas alusiones a otros temas, que un lector corriente jamás las hubiera sospechado. Antes que dar soluciones, sus comentarios, problematizan y crean desconcierto. No nos brindan un saber para archivar, un tranquilizante, sino que nos lanzan ante un incómodo abanico de posibilidades. Comentando, aplicaba aquello de que “el autor no es propietario del sentido de su texto”, que sostiene él en su conocido ensayo “Sobre la lectura”.

Completa ese libro una conferencia dictada al año siguiente (1975), en conmemoración del centenario del nacimiento de Thomas Mann. No la escribió previamente. La improvisó. La persona que la transcribió solamente tuvo que agregarle la puntuación. Los puntos seguidos serían –como él mismo decía- las largas aspiraciones del cigarrillo. Y los puntos aparte la encendida de un nuevo cigarrillo. Esta conferencia la dictó en el Centro Sicoanalítico Sigmund Freud, ante unas veinte o 25 personas. Todos los presentes esperábamos para esa noche algo especial; y es verdad que lo fue. Mucho se ha dicho sobre Thomas Mann, pero poco de un nivel igual. Al año siguiente la prensa venezolana hizo un comentario muy elogioso sobre el libro, Estanislao dijo con cierta amargura:

-Y aquí en Colombia nadie ha dicho nada…

Pero durante 20 años La Montaña Mágica fue uno de los libros más vendidos en Colombia. En enero del 90, próximo a morir, dijo:

-Yo he sido un vulgarizador, un oficio que aquí no se estima.

viernes, 2 de abril de 2010

Sobre Estanislao Zuleta (IV)

4
Llegó el año de 1973.

Finalmente me casé.

Muy interesado en que nuestro matrimonio funcionara, Estanislao nos habló de la crisis del matrimonio, crisis que la novelística venía denunciando desde el siglo 19 y nos recomendó leer con la mayor atención “Las afinidades electivas” de Goethe y “Ana Karenina” de Tolstoi.

En aquella época todavía era muy optimista respecto a las relaciones de pareja. Años después, hablando de un conocido común, me decía: “bien casado no está nadie (ningún hombre ni ninguna mujer), pero hay casos de casos, compañero…” Si, era muy optimista en aquellos días del 73; y todos sus amigos veíamos en su relación con Yolanda la relación ideal. Pero cuando todas las parejas cercanas a ellos se disolvieron, se vio que los días de ellos estaban contados; quiero decir como pareja. Nunca se lo pregunté, pero creo que su separación de Yolanda casi lo mata.

Nosotros leímos, claro está, con todo detalle las novelas que él nos recomendó, al igual que “La muerte de Iván Ilich”, otra de ésas que él calificaba como “de quitarse el sombrero”. Un tiempo después en Cali hizo una exposición de este libro, con toda clase de detalles, que apareció bajo el título “La propiedad, el matrimonio y la muerte en Tolstoi”, del editorial Nueva Letra.

En ese año de que vengo hablando (1973) nuestra amistad se fue haciendo cada día más estrecha. Con alguna frecuencia nos tomábamos una buena dosis de ron, y Estanislao tomaba la palabra. Si estaba deprimido, cosa que solía sucederle con alguna frecuencia, presentaba su infancia como un drama terriblemente doloroso. Contaba que en el año 35, estando él de dos meses, su madre estaba en el antiguo aeropuerto de Techo, en Bogotá, esperando a su padre que venía de Medellín. En vista de que el vuelo tenía un retraso de dos horas, su madre, que era muy bonita (para desgracia de ella, según él), le preguntó a uno de los despachadores qué pasaba con el vuelo. Éste ya sabía que a la salida de Medellín el avión se había chocado con otro y que por supuesto el pasajero que estaba esperando la señora no iba a llegar nunca; y al verla tan bonita y tan esperanzada en la llegada del vuelo no fue capaz de decirle la verdad, y se le vinieron las lágrimas. Se trataba del mismo vuelo en que venía Gardel con sus guitarristas.

En ese ambiente, con su madre destrozada por el dolor, pasó él sus primeros dos años, que fueron los que ella pasó deprimida. Desoyendo todos los consejos, no se quiso volver a casar, lo cual empeoró el cuadro (para él), pues su madre era una mujer muy bonita y muy creyente.

En otras ocasiones, más optimista, pintaba el cuadro de su infancia con otros colores más alegres. Un señor Fernando Isaza, tío político suyo había sido su figura paterna. Inteligente y misántropo, Isaza tenía una bella finca en el oriente antioqueño, por los alrededores de Guatapé y El Peñol. Los bosques originarios estaban intactos y en las quebradas cristalinas abundaban las truchas. Allí pasaba él sus vacaciones, leyendo a Dostoievski y pescando. De madrugada salía a pescar a un pozo que formaba una quebrada cercana y cuando le llevaban un desayuno como para obispo, con el chocolate en un termo y una tortilla de cuatro o cinco huevos, él ya había sacado unas 20 truchas. En los montes también abundaba “el animal de pelo”, como denominan nuestros campesinos a los mamíferos del bosque. El señor Isaza y un viejo baquiano de la región organizaban de tarde en tarde unas partidas para cazar guaguas, a las que lo invitaban a él, en calidad de observador. En estas ocasiones, su mayor gusto lo extraía viendo el conocimiento que tenía el viejo baquiano de los hábitos del animal. Si se zambullía, el viejo sabía que iba nadando río arriba. Desesperanzado, el señor Isaza decía: ‘se perdió’. Y el viejo le respondía cuando ya remaban hacia arriba: ‘ella saca la naricita, don Fernando’. Y sacarla y morirse era una misma cosa, porque el viejo no perdía tiro con su escopeta.

Otras veces cuando había bebido presentaba sus primeros años con los colores más negros: víctima del asma, que siempre lo atormentó, abandonado por su madre, objeto de burla de sus compañeros, tímido con las mujeres y mil dramas. Pero en sus últimos días evocaba el cariño de unas tías que colaboraron activamente en su crianza; y una casa donde nunca hubo aprietos económicos. Una alimentación a base de carnes, huevos, leche, verduras y las mejores frutas que traían de la finca de Fernando Isaza. Y una nevera abastecida a la altura de su apetito, que nunca fue malo. Tampoco faltó un buen ambiente para la lectura de las obras de Dostoievski, que le dieron un sentido a su vida, haciendo del adolescente desadaptado y tímido un espíritu soñador, inquieto, sensible, con aspiraciones de grandeza.

¿Cómo transcurrieron sus años de estudio hasta cuarto de bachillerato, año en que se retiró? ¿Cuándo se fue de Medellín para Bogotá y a qué se dedicaba? ¿Su primer matrimonio? ¿Su militancia en el partido comunista? Todos éstos son vacíos que no aspiro llenar. “Una vida –decía él mismo- cuando es realizada está hecha de muchas muertes”. Y el que vivió esos episodios había muerto cuando yo lo conocí en el año 71. Ya era un hombre de 36 años, que había superado un divorcio, abandonado el partido comunista, fracasado en dos o tres grupos políticos más, que estaba embarcado en el experimento de educar a sus hijos por su cuenta y riesgo, por fuera de los colegios; que celebraba los meses y los días que llevaba viviendo con Yolanda; que había leído toneladas de libros y que había adquirido un nivel muy alto; que anhelaba un mundo mejor, y vivía y trabajaba para la revolución colombiana.

En el 72 o 73 ya no hablaba de la dictadura del proletariado, puesto que se preguntaba: ¿y sobre quién va a ejercer esa dictadura? Posteriormente, en los primeros años de la década del 80, abandonó la idea de toma del poder. Ya eran demasiado visibles los fracasos de los países llamados socialistas. Y en el último año, en que siguió paso a paso el desarrollo de la Perestroika, estaba de acuerdo con los que sostienen que el poder corrompe, independientemente de su origen, y se había vuelto partidario de la democracia.

Pero regresemos al año 73.

Ese mazazo que significó para la vida de Estanislao el suicidio de Iván, que le hizo abandonar por varios años la práctica del sicoanálisis, también le hizo perder la fe en los grupos de estudio. Y para ser francos, con él no se estudiaba; con él lo que se aprendía era que mirárase para donde se mirase había posibilidades infinitas, en todos los temas. Él no daba soluciones: abría puertas. A veces pienso que nosotros estábamos acostumbrados, sin saberlo, a la educación burguesa, que simplemente es un compendio de datos y no un sistema que enseñe a pensar.

Posiblemente, en consideración al grupo de amigos que lo rodeábamos en Medellín, nos propuso que creáramos un grupo literario, que funcionaba en su propia casa, pero sin su asistencia, que no consideraba necesaria ni conveniente. Recuerdo entre sus participantes a: Yolanda González, Silvia, José y Fernando Zuleta, Fernando Viviescas, Esperanza Álvarez, Luz Arango, Luís Fernando, Diego, Sergio y Beatriz García, Fernando Orozco, Ligia Teresa Peláez, Gabriel Jaime Alzate, Carlos Escobar, Jesús Dapena y el suscrito. No sé si en este momento, o más tarde, alguno de nosotros llegue a ser un gran literato (¡ya va siendo hora!); lo que sí puedo decirles es que esa fue una experiencia renovadora, en la que nos embarcamos con el mayor entusiasmo. De una manera, digamos, pedestre, nos internamos en el tema de la creación literaria. Nos metíamos en interminables discusiones. Intentábamos en esbozos de cuentos y de novelas. Con el mayor estoicismo, soportábamos la lectura de un nuevo pero extenso capítulo de “Sebastián y su señor”, de una novela que estaba escribiendo nuestro compañero Gabriel Jaime Alzate, que era preocupantemente prolífico por aquellos días. Cada semana nos tenía un capítulo nuevo. Nunca pude prestarle la debida atención, porque éste leía en un tono entre pendenciero y sobrador; era como si nos quisiera decir: “vean, pendejos: ustedes no han podido escribir un cuentico y yo ya escribo como Musil”. Y en realidad, el estilo y los temas parecían copiados de aquel autor.

Conteniéndose en su estudio, Estanislao seguía nuestras discusiones. Pero no intervenía. Era en la noche, cuando nos quedábamos a comer los más allegados, de puro abusivos, cuando él opinaba. Recuerdo una discusión muy acalorada sobre un escrito de Poe, donde éste hace aparecer la escritura de El Cuervo como un producto de la razón. Por la noche dijo Estanislao: “hombre, ése es un análisis a posteriori de Poe. En la escritura de un poema como ése juega un papel importantísimo la inspiración. El nocturno de Silva parece que es pura inspiración. Y si ya tenía la maquinita para escribir, ¿por qué no escribió más cosas como El Cuervo?”