viernes, 19 de octubre de 2012

Conversaciones de paz II



Ayer 19 de octubre empezaron en Oslo formalmente las conversaciones de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc. En pocos días empezará en La Habana la negociación real. Hoy la opinión se muestra preocupada con el discurso de Iván Márquez, por considerarlo poco amistoso. ¿Qué esperaban? ¿Un discurso conciliatorio? En resumen, lo que dijo es que ellos no están vencidos y que en las condiciones geográficas colombianas es difícil que los venzan; cierto. Precisamente el gobierno ha propuesto esta negociación  porque no ha podido vencerlos después de años de confrontación. También se despachó contra la minería: tanto la legal como la ilegal están acabando con el país. Cierto.  Para no ir muy lejos, Cerromatoso nos debe muchas explicaciones a los colombianos, tanto en lo referente a la salud de sus trabajadores como en lo referente a las regalías, para no entrar en detalles como el de la sospechosa renovación de su contrato. En cuanto a las primeras, Montelíbano es uno de los municipios más pobres de Colombia que más recibe regalías. ¿Para dónde se van? Me refiero a las que pagan. También cuestionó y llamó tramposa la ley de restitución de tierras, posición parecida a la de Uribe y Londoño. Probablemente el señor no conoce la ley ni sus alcances. Hasta donde sabemos, la idea es devolverles la tierra a los que se la arrebataron. ¿Se podrá? Por lo menos en principio eso no es una trampa. También habló contra los TLC, cosa que no es nueva en ellos. Siempre han estado en su contra. Además, por lo que sabemos, el sector agropecuario será uno de los más perjudicados.

Después, según la revista Semana, en la rueda de prensa el señor Márquez se mostró más amable y simpático de lo necesario, lo cual le da pie al redactor del artículo de preguntarse si a la hora del discurso el señor estaría dando un show. Es lo más probable.

Antes de la reunión en Oslo, escribió Fernando Londoño un artículo en su columna habitual de El Tiempo, en la cual empieza afirmando que los cinco personajes que conforman el equipo de negociación del gobierno son de muy variada condición. ¿Los quería iguales? Precisamente de eso se trata y eso es lo mejor que tienen. Después sin ningún argumento dice que en La Habana esos negociadores no van a negociar nada. Ya hay unos puntos concretos sobre los cuales se va a hablar. Eso lo sabe Londoño, uno de los representantes más conspicuos de la caverna colombiana. Pero él escribe para los enemigos de la paz, que a la hora de la verdad no necesitan mayor argumentación. Finalmente, termina diciendo que negociadores de las Farc son treinta bandidos, con los cuales no hay nada de que hablar, cosa que ha dicho siempre. Con lo cual concluye que no se necesita diálogo sino bala.

En verdad, un personaje más sabio y ecuánime, el señor Nelson Mandela, dijo que la paz se hace con los enemigos. 

lunes, 17 de septiembre de 2012

Conversaciones de paz


Los partidarios de la paz estamos moderadamente contentos con las últimas noticias del presidente Santos; pero al mismo tiempo confundidos con la reacción de los enemigos de la paz, que no son pocos. Apenas se estaba poniendo el tema sobre el tapete cuando empezaron los destemplados trinos del ex presidente Uribe, diciendo que el gobierno de Santos prefería el diálogo con los terroristas al diálogo con sus ciudadanos.

Después de cincuenta años de guerra, lo que los ciudadanos anhelamos es que se le ponga fin para siempre a este conflicto que se libra “entre los hijos de los pobres”, como dijo el reportero francés Langlois. A lo cual le agregaría yo: para beneficio de unos cuantos ricos.
Este conflicto les ha servido a los políticos para adjudicarle todos los problemas a la guerrilla. Según ellos, los colombianos somos unas palomitas; los malos los de las Farc. Tanto ha calado esto que las autoridades muchas veces no se toman la molestia de investigar qué pasó; sino que simplemente todo lo malo que nos sucede es obra de las Farc.

Cuando este conflicto esté solucionado, podremos enfrentar nuestros verdaderos problemas. Una corrupción galopante, recrudecida durante el gobierno de Uribe, que en su afán de reelegirse no vaciló en cambiar votos por notarías. Una justicia politizada, ineficiente y corrupta; además de torpe y terca, como se vio en el reciente caso del ex diputado Sigifredo López. A todo lo cual se agrega un mal manejo de nuestros recursos mineros y ambientales, poca educación y un pésimo y preocupante manejo de la salud. Más una distribución injusta e inequitativa de la riqueza, que según algunos es una de las principales causas del conflicto.

El argumento de los enemigos de la paz es que las condiciones no están dadas. Pero no se toman la molestia de explicarnos cuáles deben ser esas condiciones. Las dos partes están de acuerdo en empezar conversaciones de paz, primera condición de todo diálogo. Otros se preguntan qué se puede hablar con gente dedicada al terror. Bueno, se trata precisamente de acabar con el terror.

Los uribistas dicen que hay que preguntarles a las guerrillas cuándo van a dejar de cometer crímenes. Claro que ellos no se tomaron el cuidado de preguntarles lo mismo a los paramilitares, que en sólo diez años de actividad (1990-2000) tienen en su cuenta no menos de ciento cincuenta mil asesinatos, según datos oficiales.

Será un proceso difícil. Algunos comentaristas ya se han anticipado a decir que los miembros del equipo que va a representar al gobierno en las negociaciones no son los más idóneos. En verdad, de la persona que muchos han sospechado es del general Mora, un militar de ultraderecha, retirado, por fortuna, que mientras fue activo tuvo muchos problemas con los ministros de la defensa y hasta con los mismos presidentes. Para Mora, sólo hay una salida: la bala. Pero sí aceptó estar ahí es porque cree que tiene algo que decir. Amanecerá y veremos…

miércoles, 29 de agosto de 2012

El Último Encuentro (II)



Las cortinas y la araña del gran salón empiezan a moverse. Afuera ha empezado una tormenta. Un rayo daña la central eléctrica de la ciudad. Alumbrados por el fuego de la chimenea y dos velas solitarias que han quedado encendidas, nuestros amigos continúan su diálogo. Parece que van entrando en materia.

—Los dos sabíamos que nos volveríamos a ver —dice Henrik—, y que con ello se acabaría todo. Se acabaría nuestra vida y todo lo que hasta ahora ha llenado nuestra vida de contenido y de tensión. Porque los secretos que se oponen entre nosotros tienen una fuerza peculiar… Y mientras uno tenga algo que hacer en esta tierra se mantiene con vida.
Según lo visto en este libro, en La Hermana y en La Mujer Justa, el ambiente en que mejor se mueve Márai es el monólogo. En este libro el que habla es Henrik; tal vez sea el que tiene más cosas guardadas; supuestamente es el ofendido. Él que ha meditado más sobre el tema en la soledad de su vida y de sus bosques.

Henrik acusa a Konrad de haber huido intempestivamente de Viena. Y lo que es peor: de haberlo traicionado a él, su mejor amigo. Pero aquella traición había empezado tres años antes, cuando Konrad se cambió de casa; una casa a la cual nunca había invitado a su amigo. Cuando Henrik supo de su huida,  va a buscarlo a esa casa. Es la primera vez que va. Está observando con detalle, sorprendido, el lujo y el cuidado con que la ha adornado su amigo, cuando entra Krisztina, su esposa. Naturalmente, Henrik piensa que ésa no era la primera vez que ella iba a la casa de su amigo.

—Te fuiste sin despedirte, aunque no del todo, puesto que el día anterior, durante la cacería, había ocurrido algo cuyo significado comprendí más adelante, y aquello ya había sido una despedida.

La cacería a la que alude Henrik se había organizado la víspera, en sus bosques. En esa cacería Konrad había pensado matarlo. Al amanecer, “el momento en que la noche todavía está viva”, Konrad estaba a sus espaldas; a trescientos pasos, entre los dos, apareció un ciervo. Henrik sintió cuando su amigo montó el gatillo de la escopeta. Era imposible que estuviera pensando en dispararle al ciervo, estando él en la línea de tiro. No quiso mirarle a la cara. Sólo esperó a ver qué pasaba.

Ante la terrible acusación, Konrad calla.

—La verdad era que tú me habías odiado durante veintidós años… El ciervo desapareció entre los árboles, y nosotros no nos movimos. Quizás si te hubiese mirado a la cara en aquel instante, me habría enterado de todo… A mitad del camino, mientras subíamos a la cima del monte, te dije: ‘Has fallado’. No respondiste. Aquel silencio fue como una confesión.

Cuando los cazadores se dispersan por el bosque, Konrad regresa a Viena, sin decírselo a nadie. Por la noche regresa, vestido de gala, a cenar en la mansión. Henrik no ha visto a Krisztina en todo el día. La encuentra concentrada en la lectura de un libro sobre la vida en el trópico. Pálida, mira un rato a Henrik, sin decirle una sola palabra. ¿Estaría enterada de los planes de Konrad? El narrador no lo dice. Pero si también estaba leyendo un libro sobre la vida en el trópico, el lugar de la tierra para donde piensa marcharse Konrad, un libro que después sabremos que se lo ha pasado él mismo, es porque en efecto está al tanto de todo.

En la conversación que se desarrolla mientras cenan, los únicos que hablan son Krisztina y Konrad. Hablan del trópico, tema del que está excluido Henrik, que poco o nada sabe de él. Con mucho interés, Konrad le pregunta si ella sería capaz de adaptarse a esa vida, habiendo vivido siempre en un país de estaciones. Cuando Krisztina y Konrad se han retirado, Henrik ojea el libro y piensa: “Krisztina no está contenta aquí, desea irse. Está pensando en mundos lejanos… Quizás esté deseando huir de aquí”.

En cuanto a las consecuencias que estos sucesos tuvieron en la vida matrimonial de Henrik, éste le cuenta al invitado:

—No solamente tú cenaste con ella esa noche por última vez, sino que yo también. Porque todo había ocurrido entre nosotros tres aquel día, de la manera como tenía que ocurrir. Vivió ocho años más, pero jamás nos volvimos a hablar.

Para terminar el monólogo, que es prácticamente su venganza, Henrik le dice a Konrad que quiere hacerle dos preguntas. Que no le va a preguntar si lo intentó matar el día de la cacería o si fue amante de Krisztina. Esas preguntas ya han tenido respuesta. Además, “¿qué significa la fidelidad, qué esperamos de la persona a la que amamos? Cuando le exigimos a alguien fidelidad, ¿es acaso nuestro propósito que la otra persona sea feliz? Si la otra persona no es feliz en la sutil esclavitud de la fidelidad, ¿amamos a esa persona a la que se la exigimos?” La primera pregunta es: “¿sabía Krisztina que tú ibas a matarme aquella mañana, en la cacería?” Pero apenas la formula, decide cambiarla. Dice: “Krisztina dijo que eras un cobarde, yo pregunto: ¿cobarde porque el plan no se había cumplido?

Al amanecer, ya para irse, el invitado que se ha negado a contestar a la primera pregunta, le dice a su antiguo amigo:

—¿Y cuál era la otra?

—La otra es si esa penosa atracción por una mujer que ha muerto no habrá sido el contenido de nuestras vidas. ¿Crees tú también que el sentido de la vida no es otro que la pasión, que un día colma nuestro corazón, nuestra alma y nuestro cuerpo y que después arde para siempre, hasta la muerte, pase lo que pase?

—¿Por qué me lo preguntas? —dice el otro con calma—. Sabes que es así.

En verdad, con su última pregunta el ofendido le perdona al amigo. ¿Por qué el amigo no podía enamorarse perdidamente de la mujer del otro? ¿Y por qué la que ha sido su mujer no puede enamorarse del otro? ¿Qué propiedad tiene el marido sobre su mujer?    


miércoles, 15 de agosto de 2012

El Último Encuentro, Sándor Márai (I)


Editorial Salamandra, julio del 2006, 188 páginas. Bien traducido del húngaro por Julius Xantus Szarvas.

Próximos a cumplir setenta y cinco años de vida, dos hombres que fueron grandes amigos en su juventud, que no se ven desde hace cuarenta y un años, se reúnen en la casa de uno de ellos para tratar unos asuntos importantes que ocurrieron en el pasado; asuntos que siguen pendientes, aunque hayan pasado todos esos años, relacionados con el amor hacia una misma mujer y la amistad que existió entre ellos.

Desde que empezaron su carrera militar en Viena, a finales del siglo XIX, había surgido entre ellos una intensa amistad, al estilo de aquellas que surgen entre los adolescentes. Cuando se conocieron, tenían diez años. En la Academia Militar dormían en camas contiguas. Desde el primer día supieron que su encuentro prevalecería durante toda su vida. Konrad, era un estudiante pobre, al que sus padres le pagaban su costosa educación a costa de renunciar a casi todo en sus vidas. Henrik, el otro, era hijo de nobles; con excepción de su época de estudiante vivida en Viena y del año de luna de miel en que viajó con su esposa por Europa y el Oriente, había vivido toda la vida en la mansión familiar. Conocía tanto su habitación que sabía que “había diecisiete pasos desde la pared del jardín hasta la cama. Dieciocho desde la pared del jardín hasta el balcón. Los había contado muchas veces, y lo sabía con certeza y precisión”.

En aquella mansión también habían vivido sus padres. Su padre amaba la cacería en la misma medida en que su madre la detestaba. La condesa, madre de Henrik, “había prohibido que los cazadores entraran en la mansión; mandó que hiciesen desaparecer todo lo que recordase la caza… Fue entonces cuando el capitán de la guardia imperial mandó construir la casa del bosque…” Y después de trasladar todas sus armas y demás elementos se trasladó a vivir él, y sólo iba a la mansión a las horas de las comidas.

Konrad tenía un refugio adonde su amigo no podía seguirle: la música. “La escuchaba con la misma atención que presta un condenado en su celda al ruido de pasos que quizás lleven la noticia de su salvación. En esos momentos no oía a los se dirigían a él… En esos momentos Konrad no era un soldado”. Una noche, después de oír y ver a Konrad tocar la polonesa-Fantasía de Chopin, el padre de Henrik dijo: “Konrad nunca será un soldado, porque es diferente”.

Por influencias del padre de Henrik, los jóvenes pasaron los primeros años de servicio cerca de la corte, en una casa que les alquiló aquél cerca al Schönbrunn, en el barrio de Hietzing. A veces Konrad pasaba semanas enteras sin salir de la casa en horas de la noche; en parte por sus hábitos solitarios, en parte porque no disponía de dinero como su amigo que llevaba una agitada vida social. “Llegaba del mundo exterior, donde sonaba la música en los restaurantes, en las salas de baile, en los salones del centro de la ciudad, aunque se trataba de una música distinta de la que su amigo prefería. Esa música sonaba para que la vida fuera más placentera, más festiva, para que brillaran los ojos de las señoras… La música que Konrad prefería no sonaba para que la gente olvidara ciertas cosas, sino que despertaba pasiones, despertaba incluso un sentimiento de culpa, y su propósito era lograr que la vida fuera más real en el corazón y en la mente de los seres humanos…”

Es importante tener en cuenta todo el énfasis de Márai en decirnos que la música para ambos jóvenes tenía un significado diferente.

Aunque están viviendo lejos el uno del otro y llevan cuarenta y un años sin verse, algún día convienen una cita. Ese día la mansión es transformada. Las telarañas y el polvo que se habían acumulado durante años, son limpiados por la numerosa servidumbre; tal vez desde la época en que Henrik había estado casado nadie se había preocupado por ponerles flores en los jarrones ni limpiar cuartos y paredes con el mismo esmero con el que lo habían hecho antes. “La mansión había empezado a revivir en las últimas horas, como un mecanismo el que le hubiesen dado cuerda”… “Los objetos parecían recobrar el sentido de su ser”. Mientras dirige la operación de limpieza, Henrik está pendiente de que todo esté igual que hace cuarenta y un años.

—Ese sillón de cuero estaba a la derecha —observó.

—¿Qué quieres de ese hombre? —preguntó de repente la nodriza, que ya tiene noventa y cuatro años.
                 
—La verdad —respondió el general.   

Finalmente llega el invitado. Después de que se observan minuciosamente para ver qué huellas ha dejado en sus rostros el paso del tiempo, exclaman: “hemos pasado la prueba”.
Después de la comida, mientras se toman unos vinos, siguen conversando sobre la vida en el trópico que ha llevado Konrad desde que se fue de Viena; conversan sobre la guerra del 14, que Konrad pasó en Singapur, mientras que Henrik tuvo que participar en ella, puesto que todavía estaba de servicio. De repente Konrad pregunta:

—¿Cuándo murió Krisztina?

—¿Y cómo sabes que ella ha muerto? —pregunta Henrik.

—Si no está aquí sentada con nosotros, ¿en dónde más puede estar? Sólo en la tumba. ¿Hace mucho que murió?

—Ocho años después de que tú te fueras.

Henrik le pregunta a Konrad si tocó la polonesa-Fantasía mientras estuvo en el trópico. Konrad responde:

—No. Nunca he tocado nada de Chopin en el trópico.

sábado, 4 de agosto de 2012

La Mujer Justa, de Sándor Márai (II)


Al igual que las dos primeras partes, la tercera también es un monólogo. Fue escrita después en Italia, donde Márai se exilió durante la Segunda Guerra, antes de partir para los Estados Unidos, donde pasó el resto de su vida. Las dos primeras fueron publicadas en Hungría, en 1941. La tercera fue añadida a la versión alemana de 1949.

Judith se dirige a su nuevo compañero sentimental, un baterista de orquesta, al parecer más interesado en las pertenencias que aún le quedan a ella, que en su amor. Cosa que ella sabe y no le reprocha. Pasan una temporada en una posada romana, gastándose lo último que le queda a ella de los saqueos que les hizo a Peter y su familia; “con esos robos –dice-, yo no buscaba beneficio sino justicia”; casualmente, están alojados en el mismo cuarto donde había vivido el escritor Lázár durante la guerra. Aunque en su relato se refiere a su relación con Peter, Judith hace mucho énfasis al decir que se casó con él sin sentir la menor brizna de amor.

A diferencia de la primera esposa de Peter que sólo habla de su matrimonio, Judith habla sobre lo divino y lo humano. En primer lugar, hace un análisis sobre la vida tan curiosa que llevaban sus patrones ricos. “Comprendí que todas las cosas con que abarrotaban la casa no eran para ellos meros objetos útiles sino una auténtica obsesión”. O de los ricos que seguían viviendo como tales en medio de la guerra, como la señora que hacía dieta y se arreglaba las uñas en el sótano en la época de los bombardeos. Después se detiene a recordar a Lázár, que sin dudas es el mismo Márai. Un retrato donde el escritor no se pinta satisfecho con la vida que lleva ni con su oficio. “Cuando lo conocí, él estaba dispuesto a matar, a estrangular al escritor que había en él”, dice Judith.

Una de las cosas que más ofendían a Judith cuando era criada, era la bondad con que la trataban la señora y el señorito, como ella le llama al que iba a ser su esposo. En cambio, “con el ilustre señor hice las paces pronto”. La diferencia estaba en que el ilustre señor la trataba como a una cosa, sin ninguna compasión por su pobreza.

La historia de Judith no es un pasaje autobiográfico de Márai, porque éste se casó a los 23 años con una mujer judía, de una acaudalada familia burguesa, a la que amó intensamente, según dicen sus biógrafos, y con la que convivió hasta la muerte de ella, sesenta años después.

Otra cosa que Judith examina con detalle es la guerra. Las consecuencias que ésta tuvo para sus vidas; y para Hungría, que en la guerra estuvo en manos de los alemanes y al final pasó a manos de los rusos. Aunque Judith no parece ser una persona sensible, no deja de registrar el dolor de ver a la hermosa Buda-Pest destrozada, y su gente aterrorizada, huyendo de los bombardeos y defendiéndose del hambre; una guerra que igualó por lo bajo a pobres y ricos. Judith nos cuenta de una condesa que estaba vendiendo buñuelos sentada en un andén, como lo habían hecho siempre las mujeres pobres.

Para Marai, un novelista exitoso y reconocido en ese momento, la guerra significó el exilio y el anonimato. Los rusos lo trataron como burgués y decadente, dos adjetivos fatales en esa época del llamado socialismo soviético, con los cuales liquidaban al que no pensara como ellos. “De hecho –dice Judith-, cuando yo lo conocí ya no aparecía en la prensa. Antes, por lo visto, había tenido algo de fama. Pero al final de la guerra ya lo habían olvidado”.

Del pesimismo que invadió a la humanidad, después de asistir a ese desastre que fue la guerra, no se salva Márai. Incluso su vocera, Judith, nos dice: “él era un escritor que ya no quería escribir porque no creía que la palabra escrita pudiera cambiar nada en la naturaleza humana”.
  

    

viernes, 20 de julio de 2012

La Mujer Justa, de Sándor Márai (I)


El importante industrial húngaro, Peter, se ha casado dos veces. En las dos ocasiones, aunque lo ha hecho enamorado y bien dispuesto, al poco tiempo ha empezado a sentir un vacío terrible: la sensación de vivir sin algo que lo ate de verdad a la vida; un vacío que nada ni nadie puede llenar.

En la primera parte, en lo que es prácticamente un monólogo, la primera mujer de Peter, Marika, le cuenta a su mejor amiga cómo fracasó en su matrimonio, a pesar de haber estado enamorada y empeñada en sostener la relación a como diera lugar, luchando contra todas las fuerzas.

—¿Tienes tiempo? Yo tengo mucho tiempo, por desgracia— le dice a su amiga.

Le cuenta que cualquier día su marido la llama con cierto afán desde la fábrica para que le envíe la billetera que se le ha quedado en la casa. Por el tono de voz, ella advierte que éste no es un olvido cualquiera. Ocho años de matrimonio le han dado la suspicacia necesaria para entenderlo así. Al revisar al detalle la billetera, encuentra un trozo de cinta morado, que jamás había visto. Entregada en cuerpo y alma a dilucidar el caso, deduce que la cinta es el motivo de los nervios de su marido, puesto que en la billetera sólo había unos pocos billetes y dos carnets sin mayor importancia. Desesperada por saber de qué se trata, acude donde Lázár, escritor famoso, amigo de Peter, desde la infancia. Con las pistas que Lázár le da, al otro día descubre que se trata de Judith, persona que se desempeña como criada en la casa de su suegra, desde la edad de quince años.

Resuelto el enigma, el matrimonio sobrevive dos años más, en los que ninguno se queja después de haberlos vivido mal. Entretanto, Judith se ha ido a vivir a Londres, sin avisarle a nadie. A su regreso, el matrimonio de Peter y Marika termina, sin pena ni gloria. Poco después se inicia el segundo matrimonio de nuestro hombre, esta vez con Judith, persona que después nos contará que todo este tiempo lo ha pasado a la espera.

En la segunda parte, Peter departe en la misma cafetería con un amigo, también húngaro, que acaba de llegar del Perú donde trabajó muchos años. Su tema de conversación, otro monólogo, además de sus dos matrimonios, es un análisis de lo que fue su vida de soltero rico. Como de pasada, le cuenta al otro que cuando tenía veintiocho años llegó Judith a trabajar a casa de sus padres. Interesado en la hermosa y extraña muchacha y un poco confundido con su propia vida, de una manera digamos precipitada, Peter le propone matrimonio. Sin ninguna emoción la muchacha rechaza su propuesta, aunque con ese matrimonio hubiera podido resolver muchas cosas en su vida.

Curiosamente, en su relato Peter le dedica más tiempo a repasar lo que fue su segundo matrimonio. La primera mujer era culta, de clase media, inteligente. Podría decirse que llevaban una vida relativamente tranquila, en buena parte gracias a ella. La segunda, Judith, pertenecía a una familia campesina pobre del otro lado del Danubio. Sus años de infancia lo había vivido en una especie de hueco, donde su familia había construido su vivienda, hueco que compartían en los inviernos más intensos con los ratones del campo.

Su matrimonio con un hombre rico y poderoso, debería haberle proporcionado a Judith una intensa dicha. Pero nada más lejos de la verdad. Habiéndose visto rica y poderosa, se convierte en una compradora compulsiva de pieles y joyas, que nunca está satisfecha, a pesar de tener llenos todos los escaparates. Su marido, que no es avaro, le ha abierto una jugosa cuenta bancaria, con su respectiva chequera o talonario. Al cabo de tres meses le avisan del banco que la cuenta de su mujer está sobregirada. Extrañado por la rapidez con que se ha gastado la importante suma, Peter le llama la atención a su mujer. Ésta acepta que ha comprado más de lo necesario. Pero no se corrige del extraño vicio de comprar. Después Peter descubre que ella le roba.

A propósito del robo, nos dice Judith que todos los criados robaban, menos ella “que no tenía de dónde robar”. Habla de sus primeros días como criada.
 
Para Marai, en cierto modo, en la vida sólo obedecemos a extrañas fuerzas, que son las que nos trazan el camino, por más que tengamos la sensación de ser libres. El primer matrimonio de Peter, por ejemplo, estaba acabado desde hacía varios años; sabían que entre ellos ya no había nada que los impeliera a seguir juntos, pero seguían haciéndolo, a pesar de saberlo; y tuvieron que pasar años antes de que tomaran la decisión de divorciarse.

jueves, 21 de junio de 2012

Ana Karenina II


Con Ana Karenina sucede una cosa muy particular. Las damas de la gran sociedad la envidian por haber tomado la decisión de dejar al burócrata de su marido, un hombre que no parece tener sentimientos sino para los códigos y los archivos; una de cuyas obsesiones es la de tener bonito y bien arreglado el escritorio. Ana lo ha dejado por Vronski, un hombre joven, rico, bien parecido; al parecer con mucho futuro en el mundo de la corte y los negocios. Con Karenin, sus relaciones amorosas habían llegado a un punto muerto hacía años. Dice Citati: “algún gesto nos deja entrever una relación, no de amor, sino de confianza afectuosa con el marido”. Con Vronski, en cambio, existe una gran pasión, y en un momento difícil éste llega al borde del suicidio por ella.

En el hipódromo, el día de las carreras, cuando Vronski se cae de su yegua, y no se sabe qué puede haberle pasado, Ana no puede ocultarle a su marido que tiene amores con aquél. Curiosamente, la reacción de Karenin es decirle que debe guardar las apariencias; como quien dice que lo grave y complicado no es el amor que sienta por otro, sino que los demás lo sepan.

La gente de la corte no se caracteriza propiamente por sus sanas costumbres. Todas las princesas, duquesas, condesas y demás damas de alta alcurnia tienen o han tenido amantes, lo cual no es mal visto en la época que nos describe Tolstoi. Pero, curiosamente, cuando Ana se enamora perdidamente de Vronski, ninguna de sus amigas quiere volver a saber de ella; incluida la princesa Betsy, que no ha sobresalido propiamente por la fidelidad a su marido. Cuando sabe que Ana está en San Petersburgo, Betsy, que ha sido su gran amiga, la visita a escondidas y le advierte que no la puede volver a recibir en su palacio. La noche que Ana se presenta en el teatro, en uno de los palcos de honor, en compañía de unos oficiales amigos de Vronski, es el centro de todas las miradas desaprobatorias de su conducta. Una señora de la corte la insulta en presencia de todos.

¿Por qué estas damas pueden permitirse tener amantes y cuando Ana consigue el suyo la evitan, y hasta se escandalizan? La primera respuesta que se nos viene a la mente es que Ana se ha enamorado de verdad, y lo de las otras es algo superficial. Pero cabe la contra-pregunta: ¿es que el amor verdadero es peligroso o indeseable? En cierta manera sí, porque modifica la manera de ver el mundo. No olvidemos que el verdadero amor no es frecuente en las cortes. Muchos matrimonios se hacen por conveniencia, para que la niña quede “bien” casada; es decir, con un marido adinerado, como si las únicas preocupaciones de una mujer fueran las de dinero.

viernes, 1 de junio de 2012

Sobre Ana Karenina (I)

Una fórmula personal que suelo usar para reconocer cuál es una obra realmente importante, es la de saber si aguanta varias lecturas. Si con la primera siento que he quedado satisfecho, considero que la obra es pasable. Pero si después de un tiempo la puedo volver a leer con igual o mayor interés que antes, entonces la considero importante. Esto me ha sucedido con El Quijote, Crimen y Castigo, Los Hermanos Karamasov, La Metamorfosis, El Crimen del padre Amaro, En Busca del Tiempo Perdido, Moby Dick y con otras que se me escapan en este momento. En estos días, con el fin de examinar con algún detalle el estilo de Tolstoi y volver a recrearme con esa historia apasionante, releí a Ana Karenina, por tercera o cuarta vez. La primera cosa que salta a la vista es el conocimiento que el autor tiene de sus personajes; los detalles en los que puede penetrar. Por ejemplo, cuando nos habla de Esteban Arkadievich Oblonsky, el hermano de Ana, dice: “Recibía a diario un periódico liberal, no extremista, sino partidario de las orientaciones de la mayoría. Aunque no le interesaban el arte, la política ni la ciencia, Esteban Arkadievich profesaba firmemente las convicciones sustentadas por la mayoría y por su periódico. Sólo cambiaba de ideas cuando éstas variaban o, dicho con más exactitud, no las cambiaba nunca, sino que se modificaban por sí solas en él, sin que ni él mismo se diera cuenta.” A propósito de Esteban Arkadievich Oblonsky, no se trata de un personaje de relleno. Por el contrario, Tolstoi lo trata con un inmenso aprecio. Stiva, como le dicen sus amigos, es hermano de Ana, cuñado de Karenin, amigo de Vronski, cuñado de Kitty, la mujer de la que está perdidamente enamorado Levin, y, además, amigo personal de este último. Como la obra gira en torno al matrimonio de Ana con Karenin, y de sus amores con Vronski, de un lado, y del otro de las relaciones de Levin y Kitty, puede decirse que Esteban Arkadievich Oblonsky está en el centro de la historia. Cuenta Pietro Citati que cuando Tolstoi terminó de escribir La Guerra Y La Paz entró en una depresión terrible y el suicidio lo estuvo rondando durante unos meses. Dice Citati: “Cuántos escritores, después de haber terminado La Guerra Y La Paz, hubieran vivido a la sombra de ese inmenso edificio, con su robusta casa solariega, sus innumerables cabañas de campesinos, campos, bosques que se pierden en la línea del horizonte, ecos de todo de todo nuestro mundo y presentimientos de otros mundos. Decenas de figuras aparecían apenas esbozadas, temas filosóficos o intelectuales solamente señalados. Si Tolstoi hubiera sido un artista más prudente, o menos pródigo con sus fuerzas, o menos trágico, habría desarrollado aquellos temas y figuras escribiendo novelas o cuentos y haciendo nacer a la sombra del edificio principal de La Guerra Y La Paz, pabellones de caza para pasar amablemente el resto de la vida”. (“Tolstoi”, Pietro Citati, Editorial Norma, primera edición en español, 1997.) Pero Tolstoi no era un artista prudente ni avaro con sus fuerzas, como dice Citati. Empezó otra vez de cero a construir un nuevo edificio, tan vasto como el anterior. En su libro La Propiedad, El Matrimonio Y La Muerte en Tolstoi dice Estanislao Zuleta que Ana Karenina es una larga meditación sobre el matrimonio. Ya la primera frase con que empieza la novela es muy indicativa: “todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo distinto para sentirse desgraciada”.

viernes, 27 de abril de 2012

En la boca del lobo (final)

En esas ansias de salvarse y salvar a Pallomari, Jorge establece contacto con Chris Feistl y David Mitchell. Al igual que los gringos, Jorge no confiaba en ningún colombiano. Les dice que les puede entregar a Miguel, y que pone su vida en las manos de ellos. En julio de ese mismo año, un mes después de la captura de Gilberto, los agentes de la DEA, junto con el coronel Barragán, arman un operativo con la ayuda de Salcedo para capturar a Miguel. Se sabe que están en el edificio donde éste se encuentra. Se les pasan diez horas buscando, pero no logran dar con la caleta. Cansados, los hombres de Barragán se dedican a ver un partido de fútbol. Sólo trabajan ansiosamente los agentes de la DEA. En esas llega un director de fiscalías, enviado por los amigos de Miguel, y suspende el operativo. De milagro no encarcela a los gringos. Como resultado de la labor del jefe de fiscalías, todos deben irse del edificio y Miguel Rodríguez queda libre, aunque rodeado de policías por todo lado. Entonces un importante militar se encarga de sacarlo del edificio en la cajuela de su carro. Al otro día Salcedo recibe una fría llamada de su jefe: —¿Dizque estabas muy nervioso? Seguramente Miguel ha recibido quejas de su hijo William; éste tiene a Salcedo en la mira desde que se sospecha que hay un soplón adentro, cercano al señor. Haciendo de tripas corazón, Salcedo le contesta que por supuesto estuvo nervioso, puesto que se trataba de la seguridad de su jefe. Finalmente, un mes después del operativo anterior, los agentes de la DEA y el grupo del coronel Barragán encuentran a Miguel en el barrio Normandía. El nuevo jefe es William, que rápidamente se ha rodeado de los peores bandidos. Lo que antes eran sospechas sobre la conducta de Salcedo ahora es casi una seguridad. De Bogotá vuelve con la orden de matar a Pallomari cuanto antes. Como se sabe, esa orden se la ha dado Miguel a Salcedo desde hace días. Por fortuna para Pallomari pero para desgracia de otros, por esos días los sicarios han estado ocupados y no han tenido tiempo para cumplirla. Al día siguiente, Jorge es llamado de urgencia para que comparezca ante William. En presencia de sus nuevos subalternos, William nombra un nuevo jefe de seguridad y deja a Salcedo prácticamente en la calle. Seguramente lo ha llamado para que los nuevos sicarios lo reconozcan antes de proceder a matarlo. No hay tiempo que perder. Empaca maletas con su familia. Un avión de la DEA los espera en la base aérea Marco Fidel Suárez, para conducirlos a Bogotá y luego a los Estados Unidos. El avión saldrá a las dos. Pero a las doce Salcedo recibe una llamada de Memo Lara, uno de los sicarios estrella del cártel, quien le dice que necesita hablar urgentemente con él. Para darse algún tiempo, Salcedo le dice que lo espera en su casa a las dos, e inmediatamente llama a la DEA para que adelanten el plan. *** Al leer el libro, no puede dejar de llamar la atención, el estado tan lamentable que se vivía en esos días en Colombia; desde el presidente de la República hasta el último policía estaban al servicio del narcotráfico. Salcedo, que durante muchos años había pensado buscar apoyo para zafarse del cártel, no confiaba en ningún colombiano. Al parecer lo mismo les pasaba al gobierno de Clinton y a las agencias antidroga; es más, algunas de estas también estaban infiltradas. La pregunta es: ¿Qué hizo a Colombia tan vulnerable a ese fenómeno, que aún hoy, a pesar de todos los esfuerzos, todavía sigue afectándonos?

lunes, 23 de abril de 2012

En la boca del lobo (III)



A finales de 1993, el bloque de búsqueda se acercaba cada vez más a Escobar. El jueves 2 de diciembre de ese año el capo llamó a su familia. Apenas terminó la conversación un comando fuertemente armado se apostó frente al edificio donde estaba con uno de sus guardaespaldas. En Cali, los guardaespaldas de Gilberto se lanzaron en sus autos y motocicletas, ondeando sus armas, celebrando la muerte de Escobar.

Por esos días Jorge completaba cinco años en el cártel. Pensando que la muerte del capo esa era la mejor disculpa para retirarse, le informa a Miguel de sus planes de regresar a su vida de antes. Pero éste le dice rotundamente:

—¡No, no y no!

Por esos días la viuda de Escobar fue citada por el cártel para discutir una jugosa indemnización por los daños que habían sufrido el cártel durante la guerra y por los enormes costos en que habían tenido que incurrir. La señora se presentó sola, para salvar su vida y la de sus hijos. Una hora más tarde salió de la reunión con los capos de Cali. Se veía cansada pero aliviada.

Con la muerte de Escobar mejoró el tráfico de la coca, y muchos capos se sentían contentos por ello. Pero el grupo de búsqueda se trasladó a Cali, y empezó operaciones contra el cártel a cargo de un coronel Velázquez, un soldado honesto que cumplía las reglas al pie de la letra; una curiosa excepción, dada la extraña propensión a cambiar información por plata, que se observaba en el ejército y la policía desde cabos y sargentos hasta generales.

Como los planes de los hermanos Rodríguez de llegar a una negociación con el gobierno de los Estados Unidos fueron archivados y las negociaciones con el fiscal De Greiff iban a paso de tortuga, se decidieron por un plan más audaz: comprar la presidencia en las elecciones de 1994. En esta operación el cártel puso seis millones de dólares; Pallomari llevaba un minucioso registro en sus libros. Pero con esa compra lo único que lograron los Rodríguez fue que el ojo de los Estados Unidos estuviera más atento con ellos. Cuando el escándalo se destapó, el candidato perdedor, Andrés Pastrana, le pidió a Samper que renunciara y el gobierno de los Estados Unidos amenazó con quitarle el apoyo económico al gobierno colombiano.

Entre todas las acciones que el bloque de búsqueda emprendió contra el cártel, hubo una que tuvo graves repercusiones: la toma de las oficinas de Pallomari. Aunque Salcedo le avisó con un día de anticipación, el acucioso contador no hizo nada; por el contrario, cuando lo detuvieron habló más de lo necesario. Por su actuación de ese día, los jefes empezaron a considerarlo como un hombre peligroso. Entre los objetos decomisados estaba el computador personal de Pallomari. Ese fue el primer gran golpe del bloque de búsqueda contra el cártel. En la reunión de seguridad se sugirió que mataran al contador, pero fue el propio Miguel el que salió en su defensa.

Por esos días en la embajada norteamericana hubo unos cambios que los señores de Cali no detectaron. Habían llegado Chris Feistl y David Mitchell, un par de agresivos agentes antinarcóticos que apenas sobrepasaban los treinta años. “Eran altos, rubios y tan evidentemente gringos que sus colegas temían por su seguridad en cualquier parte de Colombia”.

En junio de 1995, un grupo de policías al mando del coronel Carlos Barragán, que no era parte del bloque de búsqueda, encontró a Gilberto en su lujosa casa del barrio Santa Mónica, escondido entre un baño. Al día siguiente Miguel mandó a William, su hijo, a visitar a Gilberto. Éste regresó de Bogotá con un mensaje claro de su tío: el contrato de Pallomari con el cártel había terminado. Mejor dicho: había que liquidarlo. Por primera vez una orden de este tenor le es dada a Salcedo. “Jorge sintió que el círculo se cerraba. Lo habían contratado para dar de baja a Pablo Escobar y ahora le pedían que diera de baja a otra persona que se había vuelto una amenaza para el cártel”. Si se negaba, lo más seguro es que él fuera el muerto. Lo peor era que Pallomari no le simpatizaba en lo más mínimo. Un día después de sus rondas habituales se acercó a las cabinas de Telecom, en el centro de la ciudad. Llamó a un teléfono en el exterior. Una voz femenina le contestó: —Agencia Central de Inteligencia. Pero cuando éste le dijo que podía entregar al cártel de Cali, lo trató como a un demente y rápidamente lo despachó.

El sicario encargado del caso de Pallomari era César Yusti. Con algo más de treinta años, un metro con sesenta de estatura y poco atractivo físico, Yusti tenía una apariencia inofensiva; parecía más un oficinista gris o un vendedor de zapatos.

Pallomari, que no era tan despalomado como para no darse cuenta de que sabía demasiado y que eso no era bueno para él, se estaba escondiendo, pero no se había ido de la ciudad, porque allí estaban Patricia, su mujer, al frente de un negocio de computadoras, y sus hijos, menores de edad.

Días después son detenidos Del Basto y once hombres de su equipo de seguridad. La ola de paranoia que se despertó entre el numeroso personal adscrito al cártel tuvo muy ocupados a los sicarios. Tanta era la paranoia que el capo le escondía al jefe de seguridad la dirección de la casa donde dormía.

viernes, 20 de abril de 2012

En la boca del lobo (II)



Con los mercenarios en Panamá, Jorge seguía esperando la oportunidad para un nuevo ataque. Pero a raíz de la muerte de Galán, el gobierno colombiano tomó una serie de medidas que hicieron que el cártel de Cali desistiera de su idea de matar al capo con la ayuda de los ingleses; una de ellas fue la incautación de la hacienda Nápoles, donde el capo estaba más expuesto. A raíz de estas medidas, el cártel empezó a urdir otros planes y los ingleses regresaron a su tierra.

Todo este tiempo lo había vivido Jorge con su mujer en Bogotá. A raíz del fracaso de la operación contra Escobar, filtrada a los medios por imprudencia de los ingleses, no tuvo más remedio que irse para Cali, donde estaba más seguro. Su idea era permanecer poco tiempo en el cártel, pero el año que llevaba a su servicio lo había aislado de sus negocios y sus proyectos. Entonces no le quedó más remedio que seguir al servicio de aquellos, a pesar de sus dudas. A partir de ese momento se concentró en las comunicaciones del cártel, tema en el que era experto. Además quedó al cuidado de la familia Rodríguez Orejuela, en especial, de las numerosas esposas de Miguel, sus hijos y sus familiares más allegados; un total de ciento cincuenta personas, incluyendo a Cañengo, hermano de Gilberto y Miguel.

Aunque Escobar estaba en la clandestinidad, no dejó de pensar en sus enemigos de Cali. En septiembre del 90 les organizó un operativo en la finca Los Cocos, donde Pacho Herrera tenía una cancha de fútbol con su debida iluminación; allí se organizaban campeonatos semanalmente. Los pistoleros de Escobar dejaron un reguero de diecinueve muertos entre jugadores, amigos y familiares de los capos. Esta masacre estremeció a Jorge, pero lo que le quitó el sueño en las noches siguientes fue la reacción de los capos de Cali, a quienes él había tenido hasta ese momento como enemigos de la violencia. En la investigación del caso, intervinieron no solamente el equipo de seguridad de Mario del Basto sino también la misma policía, que prácticamente estaba al servicio del cártel. La manera como fueron asesinados los participantes en el hecho le hizo comprender a Salcedo que aquello de la caballerosidad de los señores de Cali era cuento. Durante el segundo año Jorge empezó a conocer a los sicarios del cártel, que no eran muchos, pero sí muy eficientes.
Ese año entró al servicio del cártel, como contador, Guillermo Pallomari, un hombre que estaba ansioso de ascender dentro del cártel y participar en el negocio de la droga. Miguel Rodríguez “adoraba los reportes semanales de Pallomari; le encantaba sumergirse en sus datos. Los reportes impecablemente impresos del contador eran el sueño dorado de un gerente tan meticuloso como Miguel”. Las enormes ambiciones de Pallomari pronto lo llevaron a querer meterse en todo, cosa que lo enemistó rápidamente con Salcedo.

La guerra que el Estado colombiano le declaró a Escobar, le dejó libre el camino de la droga al cártel de Cali. Pronto, todas las rutas quedaron en sus manos. Y entre sus posibilidades estaba la de retirarse del negocio el día que capturaran a Escobar. El día llegó. Pero los capos caleños desistieron de su idea. En su lugar, pensaron en un plan para asesinarlo en La Catedral, la finca en donde estaba aparentemente preso, puesto que entraba y salía cuando le provocaba. Esta vez el plan consistía en bombardearlo. Aunque no estuvo de acuerdo con el plan, Salcedo viajó a Centroamérica en busca de aviones y bombas; donde hacía poco habían terminado varias guerras. Los problemas empezaron con la consecución del bombardero. En Miami le ofrecieron uno. Pero por algunos indicios, como la carencia de identificaciones y pólvora y humo en los cañones, Salcedo pensó que le estaban tendiendo una trampa, y escapó para El Salvador. Además el riesgo que estaba corriendo era muy grande, puesto que ninguna legislación permite que un civil sea dueño de un bombardero. Al momento de empacar las bombas en un avión del cártel, sólo cupieron tres de las cuatro que había comprado. La que quedó fue descubierta y los medios dijeron que era para bombardear la cárcel en donde estaba Escobar; que todo era obra de Jorge Salcedo, alias Richard, agente del cártel de Cali.

Salir en los medios como agente del cártel, lo perjudicó notablemente. Ante sus amigos y conocidos y, lo peor, ante el cártel de Medellín. Hasta el momento pocas personas sabían de sus actividades. Lo primero que tuvo que hacer fue cambiarse de casa, puesto que las autoridades lo estaban buscando. Para protegerlo, los capos lo encerraron en una casa amurallada y le dieron un nuevo trabajo monitoreando grabaciones de vigilancia. Sin embargo, al menos ante la justicia, la cosa no pasó a mayores, puesto que el cártel, con apoyo de sus amigos, le echó tierra al asunto.
Un tiempo después Escobar se fugó de La Catedral. Sabiendo que ahora andaba más desprotegido, los señores de Cali ayudaron a crear un grupo armado de justicia privada: los Pepes (perseguidos por Pablo Escobar), los cuales atacaron su patrimonio, su familia y sus amigos. Tan grave fue la situación que la familia de Escobar tuvo que salir del país.

Entretanto, las funciones de Jorge dentro del cártel cambiaron: se convirtió en el jefe de seguridad de Miguel y en su asesor de inteligencia. Miguel le confió su vida a Jorge y su fortuna a Pallomari. A todas estas, con Pablo Escobar escondido y el cártel en su mejor momento económico (la DEA consideraba que el cártel era la mayor empresa criminal de todos los tiempos), empezaron a contemplar la posibilidad de un acuerdo con el gobierno de los Estados Unidos. Los padrinos le pidieron a Jorge que contactara a Joel Rosenthal, un abogado de Miami que les había ayudado en otra ocasión cuando fue apresado en Nueva York un hermano de Chepe Santacruz.
“El FBI envió a Colombia a un agente de nombre Bruce Batch para evaluar las intenciones del cártel. Rosenthal también viajó para hacer las presentaciones y participar en las discusiones. El cártel mandó a Bernardo González, jefe de la División Legal, y a Jorge como traductor”.

En estas conversaciones Jorge fincaba sus esperanzas de un regreso a la vida normal, que tanto ansiaba.

jueves, 19 de abril de 2012

En la boca del lobo (I)



En la boca del lobo, la historia jamás contada del hombre que hizo caer al cartel de Cali. Autor: William C. Rempel. Editorial Grijalbo, 431 páginas, 2011.

Relato detallado de los seis largos años que Jorge Salcedo estuvo al servicio del cártel. Comienza con un viaje suyo a Cali, en enero del año 1989, en compañía de su antiguo amigo el mayor Mario Del Basto, militar retirado que se desempeña desde hace un tiempo como jefe de seguridad de la familia Rodríguez Orejuela.

Hijo de un general, Salcedo también hace parte de la reserva del ejército. En su entrenamiento como oficial de inteligencia en Cali había demostrado habilidades en manejo de armamento, vigilancia electrónica, fotografía y tecnología radial. Ser hijo de un general, le había dado muchas ventajas, “entre ellas, seguridad financiera, respetabilidad social y múltiples oportunidades de viajar, incluyendo una larga temporada en los Estados Unidos, mientras su padre estaba de comisión en Kansas”.

Inquieto en el avión, pues su amigo no le ha contado claramente cuál es la razón de su invitación, Salcedo le pregunta quiénes son los señores con los que van a hablar. Éste le dice que son empresarios importantes de la región, que tienen muchos problemas con Pablo Escobar, el tenebroso jefe del cártel de Medellín.

“—Ellos piensan que tú les puedes ayudar en esa lucha”.

“—Entonces no quieren hablar conmigo sobre el negocio de las drogas —dijo Jorge, evidentemente aliviado”.

Del Basto estaba interesado en que los señores de Cali conocieran a Salcedo porque éste, en su calidad de contratista del ejército, había sostenido vínculos con mercenarios ingleses que decían estar en condiciones de enfrentar a las FARC (fuerzas armadas revolucionarias de Colombia), en Casa Verde, el cuartel general de la guerrilla en aquel entonces. Como algunos generales del ejército habían mostrado interés por los servicios de los ingleses, Jorge se ofreció a contactarlos. En caso de llegarse a un acuerdo, “el ejército proveería armas, explosivos y medios de transporte; pero todo tendría que llevarse a cabo de tal manera que se pudiera negar cualquier vínculo”.

En 1988, los ingleses llegaron a Colombia y fueron recibidos por una alianza de ganaderos, mineros y narcotraficantes. En una región selvática estuvieron preparando el ataque durante varios meses. “Los británicos estaban listos, pero los militares colombianos vacilaban”.

Finalmente el plan se canceló.

“Los mercenarios se fueron felices y bien remunerados, gracias a los adinerados hacendados y traficantes de Medellín, que los compensaron por haber entrenado a los variopintos miembros de sus ejércitos privados”.

Esa misma noche en Cali, Jorge es presentado ante los cuatro jefes del cártel: los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez, Pacho Herrera y Chepe Santacruz. Los hombres de Cali han llegado a la conclusión de que Pablo es un imbécil, pero un imbécil peligroso.

“Jorge todavía no estaba seguro de qué era lo que querían de él los capos de Cali, hasta que Miguel dijo:

—Queremos muerto a Pablo Escobar.

—Y queremos que usted y sus comandos británicos lo maten— agregó Gilberto.”

Jorge les presenta el plan, diciéndoles qué podría necesitarse. “Era evidente que el dinero no representaba un problema”. Después de muchas dudas, entre las cuales están su novia, con la que tiene pensado casarse, y un proyecto de montar una planta para refinar aceite usado, se decide. “Los padrinos le aseguraron que la preparación del ataque no tomaría más de unos cuantos meses. Después de que Escobar estuviera muerto, él podría regresar a Bogotá con más dinero del que pudiera necesitar en su vida”.
Después de varios meses de preparación, en junio de 1989, los señores de Cali se deciden a atacar. Saben que Escobar está en su finca Nápoles, celebrando un triunfo reciente de su equipo favorito, El Nacional. Los mercenarios viajan, con exceso de peso, en dos helicópteros pintados con las insignias de la policía y el ejército colombianos. Uno de ellos va equipado con una poderosa ametralladora M240, que les ha prestado un coronel de la policía. En unos sobrevuelos previos, han reconocido la finca de Escobar y sus alrededores.

Ninguno de los helicópteros está equipado para volar por instrumentos. A punto de llegar al sitio convenido para aterrizar, una acumulación de nubes oscurece la cima de la última cadena montañosa. Debido al esfuerzo inusitado para volar a más altura, a uno de los helicópteros se le agota el combustible y se precipita sobre una zona selvática. El piloto está muerto y uno de los ingleses mal herido. Por el momento la operación ha fracasado y no hay más remedio que avisarles a los jefes.

Entretanto la racha de crímenes de Escobar continúa. Víctima de esos días fue Antonio Roldán, gobernador de Antioquia; le siguió la juez María Helena Díaz; y con el asesinato de Luis Carlos Galán se llegó al tope. Después vino el avión de Soacha, que dejó un saldo de ciento cincuenta muertos. Después la bomba contra el edificio del DAS, con un saldo de cincuenta muertos, más de mil heridos y daños a tres kilómetros a la redonda. Y como si fuera poco, pagaba un millón de pesos por cada policía muerto; de esta manera parece que alcanzó a pagar las muertes de casi doscientos.

miércoles, 11 de abril de 2012

sobre el conflicto armado colombiano



Pertenezco a la generación de colombianos que no ha tenido oportunidad de conocer a su país en una relativa paz. Vengo oyendo hablar de ella desde que estaba niño, pero por alguna fuerza inexorable cuando se quiere adelantar algo en ese sentido, resultan toda clase de inconvenientes.

Creo que este conflicto se puede resolver mediante el diálogo entre las partes. Cuando escucho los debates en el programa Hora Veinte de Caracol sobre el tema, me quedo perplejo cuando alguno de los panelistas pregunta: “¿Diálogo? ¿Y de qué van a hablar?” Aunque tampoco tengo la respuesta, no concluyo que sea imposible un acuerdo político. Podría argumentar que llevamos cincuenta años intercambiando bala, y no hemos avanzado un ápice. También se puede decir que si su origen es político, se puede resolver mediante el diálogo.

Pero hay fuerzas poderosas, enemigas de cualquier arreglo diferente al de la guerra. Según ellos, entrar en conversaciones implica ponerse en pie de igualdad con los insurgentes, a los que prefieren llamar terroristas. El uso de esa palabra me parece sospechoso. Yo no sabría cómo calificar a un gobierno como el de Estados Unidos, que anda organizando guerras por todas las latitudes, en nombre de la libertad. Pero entre otras cosas, lo importante no es el calificativo sino el pensar cómo vamos a salir del problema.

Vale la pena preguntarse: ¿es la guerrilla el principal problema colombiano? No estoy seguro de que lo sea. Tenemos una corrupción rampante, en la cual el caso de los Nule es apenas la punta del iceberg. Infortunadamente, esta corrupción que nos domina está orquestada por los que están arriba, lo cual nos hace pensar que el remedio no habrá de llegar nunca; o al menos no llegará de parte de los que hoy se benefician del poder. A muchos les conviene estado de cosas. Son los sectores políticos, militares y la élite de las finanzas y la economía, que van del brazo de los corruptos y les conviene que las cosas sigan así.

Creo que un conflicto como éste tiene raíces profundas, a diferencia de lo que piensa la mayoría, que parece creer que todo obedece a la conducta de unos terroristas, que se han propuesto ir en contra de los colombianos buenos.

A propósito de raíces, recuerdo las palabras de Estanislao Zuleta sobre nuestra época de La Violencia política de los años 50. Decía que un fenómeno como ése no ha tenido otro igual en la historia universal. Curiosamente, en este tema del conflicto también somos exclusivos. En el siglo XXI todavía tenemos guerrilleros, cuando han desaparecido de casi toda la faz del planeta. Si entre nosotros han surgido fenómenos como La Violencia política de los años 50, la guerrilla de los años 60, los carteles de la cocaína de los años 80 y el paramilitarismo de los años 90, es porque algo anda mal, hablando en términos estructurales. A propósito del narcotráfico, se preguntaba Estanislao Zuleta, persona que se tomó la molestia de pensar nuestra realidad, cómo diablos Medellín, ciudad lejana de las regiones donde se producía la coca y de los sitios donde se consumía, había llegado a ser la capital mundial de la cocaína. En general, se lo explicaba por el ambiente corrupto que había creado el Frente Nacional. Pero a su vez se preguntaba: ¿qué tal que no hubiéramos tenido una solución como la del el Frente Nacional, en su momento la mejor respuesta al fenómeno de La Violencia?

Algunos dicen que lo mejor que tenemos es la gente. Ojalá fuera así. Esas son frases de políticos. Por desgracia nos ha tocado una época difícil. No soy de los que creen que hay 50 mil colombianos malos y el resto somos unas palomitas. Probablemente todo se deba a que estamos mal organizados como sociedad.

Según las estadísticas, somos el país con mayor desigualdad en el mundo. No sé hasta qué punto eso influya en nuestro diario vivir. Pero el conflicto parece ser esencialmente rural. Ya la misma distribución de la tierra es descaradamente desigual. Según las estadísticas, un 4% es dueño del 90% de las tierras cultivables. Otro aspecto que también ha contribuido a empeorar las cosas es el desempleo, sumado a la falta de oportunidades que existen en el campo. En este sentido, todo desempleado es un guerrillero en potencia; o un paramilitar.

No sé qué porcentaje del PIB nos cueste este conflicto. Debe ser una cifra alta. Ahí está incluido el mantenimiento y la operación de uno de los ejércitos más grandes del mundo, según he oído decir.

A propósito de este conflicto, cabe la pregunta: ¿Por qué no se resuelve? ¿Será que hay sectores a los que no les conviene la paz? Los mismos colombianos del montón no sabemos cómo enfrentar este problema. En 1998, Pastrana ganó las elecciones con la propuesta de dialogar con los insurgentes; en el 2002 las ganó Uribe, con la propuesta contraria: acabarlos a bala.

martes, 28 de febrero de 2012

Campeonatos mundiales de ajedrez del pasado



Con ligeras variaciones, el siguiente artículo lo publiqué hace dos años en la página www.ajedrez32.com

Comienzos del siglo XX.

A diferencia de hoy, en aquella época no había torneos para seleccionar los candidatos, sino que el dueño del título establecía las condiciones. Inclusive podía escoger a su adversario.

En el caso de Capablanca, su campaña para enfrentar a Lasker empezó desde la primavera del año veinte, después del torneo de Hastings, en Inglaterra, que era algo así como un Linares de hoy. Capablanca ganó fácilmente el torneo, puesto que estaba recién pasada la primera guerra y no fueron invitados los jugadores del bloque Alemania-Austria, que reunía a los mejores del momento. Con el objeto de lograr su match con Lasker, después del torneo se quedó en Europa, haciendo campaña, con apoyo de la prensa especializada y lanzando un libro.

El libro no gustó, pero cumplió con su cometido de mover a la opinión. Capablanca analizaba partidas brillantemente conducidas por él contra jugadores de segunda. Y al comentar las partidas ganadas a expertos hacía profundos análisis de las variantes que lo favorecían a él y omitía las variantes que hubieran salvado a sus adversarios.
Pero Lasker no pudo seguir negándose.

Tras un año de difíciles negociaciones, Lasker renunció al título, a favor de Capablanca. La opinión se indispuso. ¿Por qué a favor de éste? ¿No estaban también un Alekine y un Rubinstein? Además, en la Europa de la post-guerra ningún país estaba en capacidad de ofrecer los 8 mil dólares que pedía Lasker.

Finalmente, se concretó el match en La Habana, en marzo de 1921, a 24 partidas. A la altura de la 14, Capablanca había ganado 4 y llevaban 10 tablas. Lasker, desilusionado, se retiró. Nunca lo habían batido así. Había sido campeón durante 27 años y tenía 51 años. De Lasker se había dicho que era un maestro en el arte de la defensa, ‘que ganaba las partidas ganadas y algunas de las perdidas’. Por primera vez un campeón no le había ganado una sola partida al aspirante. Inicialmente, Lasker le echó la culpa al clima. Pero después aceptó que Capablanca había jugado mejor.
Lasker empezó llegó a La Habana tan confiado en su juego, que se comprometió a escribir un artículo diario a un periódico europeo, donde comentaba las partidas y sus impresiones sobre el match.

Sobre la partida 11 escribió:

“Esta partida habla muy favorablemente del juego de Capablanca; la condujo con energía desde el principio hasta el final y, al mismo tiempo, con cautela, palpando posiciones sólidas que podrían ser puntos de partida para el ataque. Yo tampoco jugué mal en este encuentro, excluyendo la última parte. Aquí me fallaron las fuerzas, probablemente por la acción del clima. Al decir esto no quiero restarle méritos a Capablanca, que me colocó frente a problemas de magnitud suficiente para quebrar las fuerzas de cualquier ajedrecista fatigado”.

sábado, 28 de enero de 2012

"Los negocios del señor Julio César", de Bertold Brecht



Del narrador sabemos que es ciudadano romano y que ha publicado una obra sobre Solón. Este hombre se ha embarcado en la tarea de acopiar información para escribir la biografía de su héroe, el gran Julio César, cuando apenas han transcurrido veinte años después de su muerte en el Senado, a manos de Bruto y Casio. Viene de lejos, acompañado de su esclavo Sempronio, a visitar al banquero Mummio Spicer.

El banquero tiene en su poder un documento escrito por Rarus, personaje del que sólo se nos dice que fue esclavo y secretario de Julio César, su acompañante de siempre, que además llevó un diario donde registra los acontecimientos más importantes de la vida al lado de aquél, en esos primeros años cuando el fundador del Imperio estaba abriéndose camino; cuando ya había ocupado los cargos de cuestor y edil.

Spicer que trató a César hasta el día de su muerte cuenta que “la gente humilde se deslumbraba ante las deudas de César, cuya magnitud se decía que alcanzaba cifras fantásticas”, en especial entre panaderos y modistos.

—Por lo que recuerdo —cuenta Spicer— en esa época César no hacía absolutamente nada. En su vida había habido un intento de dedicarse a una profesión y de ganar algún dinero. Había sostenido en el Foro dos acusaciones contra altos funcionarios del Senado, por encargo de los clubes democráticos. Eran procesos por concusión y otros abusos de autoridad en las provincias.

“La City pagaba muy bien a los abogados jóvenes de las familias patricias por esos procesos. Era la vieja lucha de la City contra el Senado. Desde tiempos remotos trescientas familias se repartían los cargos importantes dentro y fuera de Roma. El Senado era su bolsa. Allí se decidía quién se sentaría en la banca del Senado, quién en la silla curul, quién en la montura del corcel de guerra y quién permanecería en los latifundios. Eran grandes terratenientes, trataban a los restantes ciudadanos romanos como a su servidumbre y a su servidumbre como a la canalla. A los comerciantes los consideraban ladrones y a los pobladores de las provincias conquistadas, enemigos…”

La City en Colombia no debe estar compuesta ni siquiera por trescientas familias, debidamente apoderadas de los contratos del Estado y haciendo que el Senado legisle a su favor.

Como buen banquero, Spicer se hace pagar doce mil sestercios [en algún pasaje nos dice que un buen artesano ganaba tres sestercios al día] por las memorias de Rarus. Además dice que sin sus comentarios el texto tendría poco valor. Entonces empieza una larga perorata en donde nos muestra las relaciones del comercio con la política, en el caso romano; inclusive, nos da otra versión del famoso secuestro de que fue víctima el joven César por cuenta de unos piratas asiáticos, cerca de la isla de Farmacusa, cuando trataba a los piratas con tanta displicencia que hasta llegaba a ordenarles que guardaran silencio cada vez que él se tendía a dormir. Según la historia oficial —dice Spicer— César iba embarcado para Rodas con el propósito de estudiar elocuencia. Pero el motivo del viaje era otro: el contrabando de esclavos, uno de los negocios más lucrativos de la época, al cual no era ajeno César, que además de ambicioso era un hombre de mucha iniciativa.

La larga intervención del banquero, a la que Brecht le dedica no menos de veinte páginas, deja en nuestro hombre un cierto desencanto al escuchar los pasajes en que su héroe no se comporta de manera muy heroica, sino como un hábil abogado. “Lo poco que había comentado acerca del fundador el Imperio, uno de los más grandes hombres de la historia universal, tendía a pintarlo como un retoño particularmente degenerado de una vieja familia”, piensa nuestro hombre con cierta pesadumbre.

En uno de sus pasajes de su diario, Rarus cuenta que el cargo de pontífice “nos costó ochocientos cincuenta mil sestercios y hasta ahora sólo hemos recuperado la mitad”. Probablemente, una de las intenciones de Brecht era mostrar que la corrupción es tan antigua como la humanidad misma y que la Roma republicana era tan apegada a las leyes solo en apariencia. Puesto que no faltan los pasajes donde nos muestra a los honorables senadores, por ejemplo a Cicerón, como a unos vulgares mercachifles, similares a los actuales senadores colombianos, de los cuales la mitad se encuentran en la cárcel, acusados de participar y colaborar con el movimiento paramilitar, responsable de la muerte de más de ciento cincuenta mil compatriotas.

Curiosamente, el diario de Rarus sólo nos da cuenta de los acontecimientos de la vida del joven César y poco nos dice de la campaña de las Galias ni de los sucesos posteriores de su vida, que probablemente fueron los que lo hicieron grande. Da la impresión de que la intención de Brecht fuera la de opacar la figura de su “biografiado”, y de paso mostrar que dos mil años de historia es poco lo que han logrado cambiar las faz de esta humanidad; que la antigua Roma estaba tan plagada de los vicios y malas costumbres que hoy detestamos en nuestra moderna y corrupta sociedad.