viernes, 20 de julio de 2012

La Mujer Justa, de Sándor Márai (I)


El importante industrial húngaro, Peter, se ha casado dos veces. En las dos ocasiones, aunque lo ha hecho enamorado y bien dispuesto, al poco tiempo ha empezado a sentir un vacío terrible: la sensación de vivir sin algo que lo ate de verdad a la vida; un vacío que nada ni nadie puede llenar.

En la primera parte, en lo que es prácticamente un monólogo, la primera mujer de Peter, Marika, le cuenta a su mejor amiga cómo fracasó en su matrimonio, a pesar de haber estado enamorada y empeñada en sostener la relación a como diera lugar, luchando contra todas las fuerzas.

—¿Tienes tiempo? Yo tengo mucho tiempo, por desgracia— le dice a su amiga.

Le cuenta que cualquier día su marido la llama con cierto afán desde la fábrica para que le envíe la billetera que se le ha quedado en la casa. Por el tono de voz, ella advierte que éste no es un olvido cualquiera. Ocho años de matrimonio le han dado la suspicacia necesaria para entenderlo así. Al revisar al detalle la billetera, encuentra un trozo de cinta morado, que jamás había visto. Entregada en cuerpo y alma a dilucidar el caso, deduce que la cinta es el motivo de los nervios de su marido, puesto que en la billetera sólo había unos pocos billetes y dos carnets sin mayor importancia. Desesperada por saber de qué se trata, acude donde Lázár, escritor famoso, amigo de Peter, desde la infancia. Con las pistas que Lázár le da, al otro día descubre que se trata de Judith, persona que se desempeña como criada en la casa de su suegra, desde la edad de quince años.

Resuelto el enigma, el matrimonio sobrevive dos años más, en los que ninguno se queja después de haberlos vivido mal. Entretanto, Judith se ha ido a vivir a Londres, sin avisarle a nadie. A su regreso, el matrimonio de Peter y Marika termina, sin pena ni gloria. Poco después se inicia el segundo matrimonio de nuestro hombre, esta vez con Judith, persona que después nos contará que todo este tiempo lo ha pasado a la espera.

En la segunda parte, Peter departe en la misma cafetería con un amigo, también húngaro, que acaba de llegar del Perú donde trabajó muchos años. Su tema de conversación, otro monólogo, además de sus dos matrimonios, es un análisis de lo que fue su vida de soltero rico. Como de pasada, le cuenta al otro que cuando tenía veintiocho años llegó Judith a trabajar a casa de sus padres. Interesado en la hermosa y extraña muchacha y un poco confundido con su propia vida, de una manera digamos precipitada, Peter le propone matrimonio. Sin ninguna emoción la muchacha rechaza su propuesta, aunque con ese matrimonio hubiera podido resolver muchas cosas en su vida.

Curiosamente, en su relato Peter le dedica más tiempo a repasar lo que fue su segundo matrimonio. La primera mujer era culta, de clase media, inteligente. Podría decirse que llevaban una vida relativamente tranquila, en buena parte gracias a ella. La segunda, Judith, pertenecía a una familia campesina pobre del otro lado del Danubio. Sus años de infancia lo había vivido en una especie de hueco, donde su familia había construido su vivienda, hueco que compartían en los inviernos más intensos con los ratones del campo.

Su matrimonio con un hombre rico y poderoso, debería haberle proporcionado a Judith una intensa dicha. Pero nada más lejos de la verdad. Habiéndose visto rica y poderosa, se convierte en una compradora compulsiva de pieles y joyas, que nunca está satisfecha, a pesar de tener llenos todos los escaparates. Su marido, que no es avaro, le ha abierto una jugosa cuenta bancaria, con su respectiva chequera o talonario. Al cabo de tres meses le avisan del banco que la cuenta de su mujer está sobregirada. Extrañado por la rapidez con que se ha gastado la importante suma, Peter le llama la atención a su mujer. Ésta acepta que ha comprado más de lo necesario. Pero no se corrige del extraño vicio de comprar. Después Peter descubre que ella le roba.

A propósito del robo, nos dice Judith que todos los criados robaban, menos ella “que no tenía de dónde robar”. Habla de sus primeros días como criada.
 
Para Marai, en cierto modo, en la vida sólo obedecemos a extrañas fuerzas, que son las que nos trazan el camino, por más que tengamos la sensación de ser libres. El primer matrimonio de Peter, por ejemplo, estaba acabado desde hacía varios años; sabían que entre ellos ya no había nada que los impeliera a seguir juntos, pero seguían haciéndolo, a pesar de saberlo; y tuvieron que pasar años antes de que tomaran la decisión de divorciarse.