Los partidarios de la
paz estamos moderadamente contentos con las últimas noticias del presidente
Santos; pero al mismo tiempo confundidos con la reacción de los enemigos de la
paz, que no son pocos. Apenas se estaba poniendo el tema sobre el tapete cuando
empezaron los destemplados trinos del ex presidente Uribe, diciendo que el
gobierno de Santos prefería el diálogo con los terroristas al diálogo con sus
ciudadanos.
Después de cincuenta
años de guerra, lo que los ciudadanos anhelamos es que se le ponga fin para
siempre a este conflicto que se libra “entre los hijos de los pobres”, como
dijo el reportero francés Langlois. A lo cual le agregaría yo: para beneficio
de unos cuantos ricos.
Este conflicto les ha
servido a los políticos para adjudicarle todos los problemas a la guerrilla. Según
ellos, los colombianos somos unas palomitas; los malos los de las Farc. Tanto
ha calado esto que las autoridades muchas veces no se toman la molestia de
investigar qué pasó; sino que simplemente todo lo malo que nos sucede es obra
de las Farc.
Cuando este conflicto
esté solucionado, podremos enfrentar nuestros verdaderos problemas. Una
corrupción galopante, recrudecida durante el gobierno de Uribe, que en su afán
de reelegirse no vaciló en cambiar votos por notarías. Una justicia politizada,
ineficiente y corrupta; además de torpe y terca, como se vio en el reciente
caso del ex diputado Sigifredo López. A todo lo cual se agrega un mal manejo de
nuestros recursos mineros y ambientales, poca educación y un pésimo y
preocupante manejo de la salud. Más una distribución injusta e inequitativa de
la riqueza, que según algunos es una de las principales causas del conflicto.
El argumento de los
enemigos de la paz es que las condiciones no están dadas. Pero no se toman la
molestia de explicarnos cuáles deben ser esas condiciones. Las dos partes están
de acuerdo en empezar conversaciones de paz, primera condición de todo diálogo.
Otros se preguntan qué se puede hablar con gente dedicada al terror. Bueno, se
trata precisamente de acabar con el terror.
Los uribistas dicen
que hay que preguntarles a las guerrillas cuándo van a dejar de cometer
crímenes. Claro que ellos no se tomaron el cuidado de preguntarles lo mismo a
los paramilitares, que en sólo diez años de actividad (1990-2000) tienen en su
cuenta no menos de ciento cincuenta mil asesinatos, según datos oficiales.