lunes, 25 de febrero de 2013

Conversaciones de paz IV

Este blog seguirá defendiendo a capa y espada las negociaciones de paz que se están llevando a cabo en La Habana. Pienso que esa es una de las tareas más ambiciosas y benéficas (Dios nos libre de usar el adefesio beneficiosas, tan de moda hoy en día) que se ha propuesto el gobierno de Santos.

Si se logra negociar la paz, este país podrá empezar a pensar en su futuro. A establecer una agenda diferente a la guerra. Podremos dedicar nuestros gastos militares a la educación de nuestro pueblo ignorante, a crear más fuentes de empleo y a modernizar nuestra infraestructura. Incluso, a limpiar la corrupción que nos ha hecho tanto daño. Porque entre otras cosas, como a la existencia de la guerrilla se le adjudican todos nuestros males, muchas cosas pasan de agache. En este sentido, para los corruptos es conveniente que el problema de la guerrilla no tenga remedio.

En esta ocasión, como anota el periodista León Valencia, las negociaciones no tienen enemigos agazapados, como decía Otto Morales en la época de Betancur. Los enemigos, a la cabeza de los señores Álvaro Uribe y Fernando Londoño, están abiertamente y frontalmente opuestos al proceso con toda clase de argumentos falaces.

El señor Uribe también intentó acercamientos con la guerrilla, durante sus ocho años de gobierno. Pero no llegó a ninguna parte. Entre otras cosas, porque él también quiere la paz (¡ni que fuera bruto!), pero sin concesiones ni reformas de ninguna clase; como si el fenómeno de la guerrilla no tuviera un origen en los problemas del agro. Su propuesta es simplemente dejar todo igual, pero que los guerrilleros se rindan y depongan las armas. Es decir, bala para otros cuarenta años. Bala y contratos.

Curiosamente, la llamada opinión pública nunca había estado tan apática ante un acontecimiento tan importante. La idea de que el proceso se desarrolle en medio de las balas también les ha dado mucha munición a los críticos. Claro que si hubiera habido una tregua habrían salido a decir que el gobierno estaba amarrando a la fuerza pública. Cada soldado muerto es un soldado asesinado; los guerrilleros caídos, en cambio, son simplemente dados de baja; cada operativo de la guerrilla es un nuevo acto terrorista. En cambio todas las acciones del gobierno son legítimas.

A este clima enrarecido contribuyen curiosamente las partes más interesadas. De una parte, el presidente continuamente está diciendo que se puede retirar de la mesa en cualquier momento, como si le fuera indiferente negociar. Ningún ministro defiende el proceso; el de la defensa en declaración sale con la misma cantinela: que los guerrilleros mienten, que son cobardes y terroristas. De la otra parte, los voceros la guerrilla, cada que tienen un micrófono al frente, salen a decir necedades que los medios ventilan a los cuatro vientos.

Sin embargo, parece que en la mesa de conversaciones hay avances. Están a punto de terminar la discusión del tema del agro, el primero de los cinco puntos que se van a tratar.   

domingo, 10 de febrero de 2013

Emma Reyes



No deja de ser curioso que Emma Reyes, que nunca fue literata, pueda haber escrito un libro tan conmovedor como el que han publicado recientemente con el nombre de Emma Reyes. Memoria por correspondencia. Incluso, el estilo a veces es descuidado. Es frecuente encontrar en el texto una mala utilización del adjetivo grande; por ejemplo: “…venía una sola vez al día y nos dejaba una grande olla de mazamorra” o “el grande hueco de la chapa”. Claro que cuando quiere hacer estilo, lo hace; y de qué manera, como cuando dice: “yo recordaré ese incendio [el de Guateque] como el espectáculo más bello y extraordinario de mi infancia. Por mucho tiempo, creí que el incendio era parte de las fiestas en honor del Sr. Gobernador” (carta número siete, p. 57)

¿Será que para escribir un buen libro no se requiere ser literato ni muy entendido en el arte de escribir? Al menos en este caso lo que nos queda claro es que la fuerza narrativa de la historia es tan grande que la autora no precisa de mucha técnica para hacernos pegar de su libro hasta el final, con el corazón agitado. Y es que esta pintora, produjo una obra única, conmovedora, probablemente sin proponérselo. En algún momento dice: “Yo no dejo copia, pues escribo directamente y ya no me acuerdo de lo que he escrito antes” (p. 39). Seguramente no se propuso escribir una novela, sino tratar de entender su propia vida, contándosela a otro. Entre otras cosas, para eso es que se escribe.

Nos deja para la imaginación lo que vivió después de que se escapó del convento hasta que se convirtió en una importante pintora. La lucha no debe haber sido poca, después de una infancia como la que tuvo que vivir.

Aquí también surge otra inquietud. Los mayores nos desvelamos haciendo lo posible y lo imposible para que nuestros hijos sean felices; para que después tengan los mejores recuerdos de nosotros. En ese abandono en que vivieron ella y su hermana, al menos durante los primeros veinte años, ¿fueron felices? Ni remotamente. Pero su vida es un ejemplo único de superación; “un triunfo humano”, como dice el señor Malcom Deas, en su introducción al libro. 

Finalmente, nos queda la pregunta: ¿qué clase de país era este? ¿Que tal el niño que regalan porque el papá tiene una carrera política en ascenso?