viernes, 15 de marzo de 2013



Confieso que la muerte del presidente venezolano me ha causado algún sentimiento de pesar, por tratarse de un político que se dedicó a mejorar la condición de los pobres; además, porque era un hombre que podría haber vivido muchos años más. Pero las enfermedades no respetan a los poderosos, aunque dispongan de muchos medios para salvarse de ellas.

Algunos se preguntarán: ¿sentir pesar por la muerte de Chávez es un pecado? En Colombia sí. Inexplicablemente, los medios y los políticos hicieron que la mayoría de este pueblo lo detestara, sin ninguna clase de análisis. En nuestro medio, Chávez era sinónimo de ridículo.

Para ridiculizarlo, algunos periodistas colombianos lo han comparado con Eva Perón, personaje que vivió en función de sus camisitas, como les decía ella a sus seguidores. Algunos dicen que en sus gobiernos se gastó la friolera de $700 mil millones de dólares. Adecos y copeyanos los hubieran repartido entre los políticos y los ricos, como hizo Carlos Andrés Pérez con la enorme bonanza que vivió durante su primer gobierno, cuando Venezuela llegó a ser el primer consumidor absoluto de whisky del mundo.

Se le acusó, también, de ocultar a nuestra guerrilla detrás de las fronteras de su país. Pero fue de los primeros en decir que era hora de que se dedicaran a hacer política y dejaran las armas. Y agregó que el día que en Colombia se consiguiera la paz los primeros en festejarlo serían los venezolanos. Es más, en uno de esos extraños días en que el presidente Uribe pensó que la paz se podría conseguir mediante el diálogo, le pidió su apoyo.

Por ahora todos los analistas se han dedicado a decirnos que Chávez fue solamente un caudillo; es decir que con su desaparición su obra se desvanece como el humo. Habrá que ver. Por lo menos para las elecciones de abril se da por descontado el triunfo del chavismo.

Aunque todavía está temprano para hacer un balance de los efectos del chavismo, lo suyo no fue solamente caudillismo, como nos quieren hacer creer los analistas. Lo suyo fue una democracia popular, que mejoró radicalmente la condición de los pobres en Venezuela. Lo hizo hasta tal punto que modificó el índice de gini. En cuanto a la legitimidad de su tarea, nunca unas elecciones habían sido tan claras y tan limpias; a lo cual hay que sumarle la alta participación de los venezolanos que superó a veces el ochenta por ciento, una cifra que en Colombia no ha pasado del treinta o cuarenta por ciento.