Curiosamente, los que ahora son enemigos acérrimos de
las conversaciones de paz con la guerrilla de las Farc, en el pasado fueron
promotores irrestrictos de las conversaciones que se llevaron a cabo con los
paramilitares durante el primer gobierno del doctor Álvaro Uribe;
conversaciones que, como bien se sabe, extrañamente terminaron desmovilizando
al doble de los hombres que había en armas al final del gobierno de Pastrana. En
el momento de la negociación, los dieciséis mil miembros activos de las AUC.
se convirtieron en treinta y dos mil. Era tanto el entusiasmo pacifista que hasta
falsos grupos guerrilleros terminaron acogiéndose al proceso. En ese tiempo
vimos guerrilleros de pelo largo y fusil de madera. El comisionado de paz de
esos días, no sobra recordar, hoy anda prófugo de la justicia.
Los que hoy ven delitos de lesa humanidad por todas
partes, en esos días no vieron nada; llegaron a proponer que se considerara a
los paramilitares como delincuentes políticos. ¡A los señores de la motosierra!
Nos recuerda la periodista María Isabel Rueda en un artículo reciente, que el
doctor Fernando Londoño alcanzó a pasar un proyecto de ley donde se contemplaba
una máxima sanción de cinco años para los que habían cometido masacres; como
era tan vergonzoso que individuos que según sus confesiones habían matado a
centenares de personas, después quedó en ocho, que tampoco es gran cosa. Apenas
el doble de la pena que le fue impuesta a un hombre que se robó un caldo de
gallina en un supermercado.
¿Por qué tanta indulgencia en el pasado y tanto
rechazo a las conversaciones de hoy? Como primero, están en campaña política.
Todo lo que sea oposición al gobierno actual, que también está en campaña,
vale. Como segundo, son enemigos de cualquier acuerdo por las reformas que esto
implicaría. Este conflicto les produce beneficios a algunos, en especial a
políticos corruptos y militares. Por último, simpatizaban con los paramilitares,
y en secreto aprobaban sus acciones.
El ahora candidato presidencial por el uribismo,
doctor Oscar Iván Zuluaga, ha dicho a propósito de las actuales negociaciones
que él no cree en las Farc, porque son terroristas y están metidas dentro del
negocio del narcotráfico. Una frase cargada de soberbia. Si él no cree,
¿entonces no debemos negociar? Esa misma objeción habría podido habérseles hecho
en su tiempo a las conversaciones de paz con las AUC. En efecto, hay frentes
que están dedicados al negocio, y seguramente con ellos será más difícil
negociar. Otros apenas cobran un impuesto llamado del gramaje. Y otros nada
tendrán que ver, como es el caso de los frentes que operan en el interior del
país, donde no hay coca.
Finalmente, los enemigos de estas conversaciones esgrimen
un argumento que no deja de ser peregrino: que la motivación del presidente
Santos se debe a que busca el premio nobel de la paz. ¿A nosotros los
colombianos en qué nos perjudica que se lo den? Ojalá se lo den. Si consigue la
paz, se lo merece sobradamente.