jueves, 3 de febrero de 2011

El crimen del padre Amaro (4)

Su principal propósito en Lisboa es gestionar un traslado para una parroquia más rica. Como Liset está en Francia, busca a la hija menor de la marquesa, que ahora es la flamante condesa de Ribamar. Ella lo reconoce y muy emocionada, después de escuchar su petición, le dice que deje esto en manos de ella, que su marido con el mayor gusto hará la diligencia ante el que corresponda. Pero que debe esperar 15 días.

Es verano. Por las tardes cuando la canícula ha bajado sale a dar un paseo por las calles. “Después volvía a su casa y, en su habitación, con la ventana abierta al calor de la noche, tumbado sobre la cama, en mangas de camisa, descalzo fumaba cigarrillos, rumiaba sus esperanzas. Lo asaltaba la alegría al recordar, a cada instante, las palabras de la condesa: «Quede tranquilo».

Cuando regresa, Amaro va en busca de la condesa. Obnubilado con el lujo en que viven, es testigo del diálogo que se da entre el conde y uno de los ministros. A través de ese diálogo el autor denuncia las relaciones del clero con los políticos a los cuales les ayuda a conseguir votos y en el mantenimiento en el poder.

«Al día siguiente, en la ciudad se hablaba de la llegada del nuevo párroco y ya todos sabían que había traído un baúl de hojalata, que era delgado y alto y que llamaba profesor al canónigo Días».

Todas las beatas de la ciudad se movilizan para la casa de la Sanjoaneira para ver al nuevo párroco. Pero ha salido para la catedral. «La Sanjoaneira les mostraba las demás maravillas del párroco: un crucifijo todavía envuelto en un papel periódico viejo, el álbum de retratos, en el que la primera estampa era una fotografía del Papa bendiciendo a la cristiandad. Quedaron extasiadas».
«Más no se puede pedir —decían— «¡Más no se puede pedir!»
Amaro almorzó ese día en la casa de su antiguo profesor de moral. Hacia las ocho de la noche regresa a casa de la Sanjoaneira. Desde temprano las beatas del pueblo están esperando, ansiosas, para conocerlo. La más importante era doña María de Assunçao. Para esa ocasión se había puesto el vestido de seda negro, que solía usar los domingos.
—“Aquí tiene al nuevo señor párroco, doña María —le dijo la Sanjoaneira”

—“Y estas son las Gangoso, ya habrá oído hablar…”

“La mayor, dona Joaquina Gangoso, era una figura seca, con una frente alargada, dos ojillos vivos, la nariz respingona, la boca muy exprimida. Envuelta en su chal, derecha, de brazos cruzados, hablaba continuamente con voz dominante y aguda, repleta de opiniones…”

A propósito de esa señora “repleta de opiniones”, vale la pena mencionar aquí que ése es un signo inequívoco de ignorancia. A mayor verborragia, mayor ignorancia: son directamente proporcionales.

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