lunes, 14 de febrero de 2011

El crimen del padre Amaro (5)

Hay un pasaje que he pasado por alto, al que quiero referirme antes de seguir con la narración.

Amaro sufre viendo la blancura de los brazos de la condesa. En sus fantasías sueña con que algún día ella llegue a confesarse con él. ¿Cómo será el sonido de su lujoso vestido de seda en el momento en que se acerque al confesionario? ¿Y aquella voz dulce, cómo susurrará? ¿Y qué pecados contará?

Pero ya no lo atormentan tanto sus pensamientos lujuriosos como antes, cuando hasta en una estampa de la virgen María el enfermizo seminarista podía estremecerse con pensamientos “non sanctus”. En Feriâo, la parroquia pobre donde estuvo trabajando el año anterior, una mujer joven, regordeta, sin mayor gracia, le ha ayudado a tranquilizar su carne.

En medio de la reunión con las beatas, Amaro observa por primera vez a Amelia. “Llevaba un vestido azul muy ajustado a su bonito pecho; el cuelo blanco y liso surgía de una gorguerita doblada hacia afuera; entre sus labios rojos y frescos brillaba el esmalte de los dientes…” Amelia es la muchacha más hermosa de todo Leiría.

Entre los asistentes está Joao Eduardo, el novio de Amelia. Una de las beatas lo acusa ante el grupo de no saludar a los curas con el respeto que se merecen y se dirige a Amaro para pedirle que conduzca al muchacho por el buen camino.

Cuando reparten el té, Amelia le ofrece a Amaro un pastelillo. Después ella se sienta al piano e interpreta una canción muy sentimental, que en algún pasaje menciona a una muchacha que ha muerto de amor; una especie de anticipo de lo que le va a suceder a ella. Después del té viene el juego de lotería en el que todos hacen alguna pequeña apuesta. Amaro, fatigado del viaje y del largo día que ha tenido está algo distraído y no sigue el juego con el mismo entusiasmo que los demás. Está jugando el mismo cartón con Amelia. Cuando ganan ella no cabe de la alegría. A las once cuando todos se están despidiendo, Joao Eduardo le reclama a su novia por la deferencia tan especial que ha demostrado por el cura.

A partir de aquí empieza toda la difícil trama para que Amaro y la bella Amelia empiecen su complicada relación. No hay que olvidar que estamos a mediados del siglo XIX, en un país atrasado y mojigato, como sería el Portugal de aquel entonces. Pero en estos temas del amor mientras las dos partes están interesadas en lo mismo las cosas se van dando.

jueves, 3 de febrero de 2011

El crimen del padre Amaro (4)

Su principal propósito en Lisboa es gestionar un traslado para una parroquia más rica. Como Liset está en Francia, busca a la hija menor de la marquesa, que ahora es la flamante condesa de Ribamar. Ella lo reconoce y muy emocionada, después de escuchar su petición, le dice que deje esto en manos de ella, que su marido con el mayor gusto hará la diligencia ante el que corresponda. Pero que debe esperar 15 días.

Es verano. Por las tardes cuando la canícula ha bajado sale a dar un paseo por las calles. “Después volvía a su casa y, en su habitación, con la ventana abierta al calor de la noche, tumbado sobre la cama, en mangas de camisa, descalzo fumaba cigarrillos, rumiaba sus esperanzas. Lo asaltaba la alegría al recordar, a cada instante, las palabras de la condesa: «Quede tranquilo».

Cuando regresa, Amaro va en busca de la condesa. Obnubilado con el lujo en que viven, es testigo del diálogo que se da entre el conde y uno de los ministros. A través de ese diálogo el autor denuncia las relaciones del clero con los políticos a los cuales les ayuda a conseguir votos y en el mantenimiento en el poder.

«Al día siguiente, en la ciudad se hablaba de la llegada del nuevo párroco y ya todos sabían que había traído un baúl de hojalata, que era delgado y alto y que llamaba profesor al canónigo Días».

Todas las beatas de la ciudad se movilizan para la casa de la Sanjoaneira para ver al nuevo párroco. Pero ha salido para la catedral. «La Sanjoaneira les mostraba las demás maravillas del párroco: un crucifijo todavía envuelto en un papel periódico viejo, el álbum de retratos, en el que la primera estampa era una fotografía del Papa bendiciendo a la cristiandad. Quedaron extasiadas».
«Más no se puede pedir —decían— «¡Más no se puede pedir!»
Amaro almorzó ese día en la casa de su antiguo profesor de moral. Hacia las ocho de la noche regresa a casa de la Sanjoaneira. Desde temprano las beatas del pueblo están esperando, ansiosas, para conocerlo. La más importante era doña María de Assunçao. Para esa ocasión se había puesto el vestido de seda negro, que solía usar los domingos.
—“Aquí tiene al nuevo señor párroco, doña María —le dijo la Sanjoaneira”

—“Y estas son las Gangoso, ya habrá oído hablar…”

“La mayor, dona Joaquina Gangoso, era una figura seca, con una frente alargada, dos ojillos vivos, la nariz respingona, la boca muy exprimida. Envuelta en su chal, derecha, de brazos cruzados, hablaba continuamente con voz dominante y aguda, repleta de opiniones…”

A propósito de esa señora “repleta de opiniones”, vale la pena mencionar aquí que ése es un signo inequívoco de ignorancia. A mayor verborragia, mayor ignorancia: son directamente proporcionales.