sábado, 22 de enero de 2011

El crimen del padre Amaro (1)

Voy a recomenzar las labores de este año con un comentario sobre “El crimen del padre Amaro”, libro cuya lectura terminé en estos días y quiero recomendarles a los seguidores de esta página. Autor: el portugués José María Eça de Queiroz. Editorial: Plaza y Janés. Número de páginas: 489. Relativamente bien traducido del portugués por Damián Álvarez Villalaín.

Con la muerte del viejo párroco de la catedral, hombre ordinario y glotón, ha quedado vacante su cargo. A su entierro asiste poca gente, porque el tipo no era apreciado en su parroquia. No lo querían ni las beatas del pueblo… Su único amigo, el perro Joli, “abandonado, gemía su hambre por los portales. Era un chucho pequeño, extremadamente gordo, que guardaba varias semejanzas con el párroco”. Nadie se compadece de él y un día aparece muerto en una de las calles del pueblo.

En Leiría el único que conoce al remplazo del párroco es el canónigo Días. Se trata de Amaro Vieira, su discípulo de moral en los primeros años de seminario. “Era un muchacho menudo, apocado y lleno de granos…”, decía Días.

Desde Lisboa, le llega al canónigo Dias una carta de su antiguo discípulo. En ella le pide que le consiga una buena habitación en el pueblo, cómoda, amoblada y sobre todo barata. En esta solicitud Días ve la oportunidad de acomodar a Amaro en la casa de una viuda con la sostiene una antigua amistad, desde antes que la señora enviudara. De esta manera la viuda obtendrá un ingreso extra, que se ahorrará Días.

El día que llega Amaro al pueblo, el canónigo Días lo presenta en la casa de la viuda. Modesto pero muy bien dispuesto, el mobiliario de la casa recuerda tiempos mejores. Días le presenta a la San Joaneira, la viuda. Una hermana de ella sufre de reumatismo, y está confinada en una cama, sin esperanzas de volverse a levantar algún día.

“Una criada, esquelética y pecosa, alumbraba con un candil de petróleo”.
La única que no está en casa es Amelia, una hermosa muchacha de 22 años, hija de la viuda. Está de visita donde las Gangozo, unas beatas ricas y aburridoras, que sólo tienen vida para rezar y gastar misales y camándulas.

A Amaro que viene de una parroquia pobre, todo le parece maravilloso. Con sumo respeto saluda a la muchacha, sin reparar mucho en su belleza. La habitación de ella queda precisamente encima de la de él.

“Amaro abrió su breviario, se arrodilló a los pies de la cama, se persignó; pero estaba fatigado, le sobrevenían grandes bostezos, y entonces, arriba, a través del techo, entre las oraciones rituales que leía maquinalmente, comenzó a oír el tic-tic de los botines de Amelia y el sonido de las faldas almidonadas que sacudía al desnudarse”.

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