domingo, 10 de febrero de 2013

Emma Reyes



No deja de ser curioso que Emma Reyes, que nunca fue literata, pueda haber escrito un libro tan conmovedor como el que han publicado recientemente con el nombre de Emma Reyes. Memoria por correspondencia. Incluso, el estilo a veces es descuidado. Es frecuente encontrar en el texto una mala utilización del adjetivo grande; por ejemplo: “…venía una sola vez al día y nos dejaba una grande olla de mazamorra” o “el grande hueco de la chapa”. Claro que cuando quiere hacer estilo, lo hace; y de qué manera, como cuando dice: “yo recordaré ese incendio [el de Guateque] como el espectáculo más bello y extraordinario de mi infancia. Por mucho tiempo, creí que el incendio era parte de las fiestas en honor del Sr. Gobernador” (carta número siete, p. 57)

¿Será que para escribir un buen libro no se requiere ser literato ni muy entendido en el arte de escribir? Al menos en este caso lo que nos queda claro es que la fuerza narrativa de la historia es tan grande que la autora no precisa de mucha técnica para hacernos pegar de su libro hasta el final, con el corazón agitado. Y es que esta pintora, produjo una obra única, conmovedora, probablemente sin proponérselo. En algún momento dice: “Yo no dejo copia, pues escribo directamente y ya no me acuerdo de lo que he escrito antes” (p. 39). Seguramente no se propuso escribir una novela, sino tratar de entender su propia vida, contándosela a otro. Entre otras cosas, para eso es que se escribe.

Nos deja para la imaginación lo que vivió después de que se escapó del convento hasta que se convirtió en una importante pintora. La lucha no debe haber sido poca, después de una infancia como la que tuvo que vivir.

Aquí también surge otra inquietud. Los mayores nos desvelamos haciendo lo posible y lo imposible para que nuestros hijos sean felices; para que después tengan los mejores recuerdos de nosotros. En ese abandono en que vivieron ella y su hermana, al menos durante los primeros veinte años, ¿fueron felices? Ni remotamente. Pero su vida es un ejemplo único de superación; “un triunfo humano”, como dice el señor Malcom Deas, en su introducción al libro. 

Finalmente, nos queda la pregunta: ¿qué clase de país era este? ¿Que tal el niño que regalan porque el papá tiene una carrera política en ascenso?

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