viernes, 1 de junio de 2012

Sobre Ana Karenina (I)

Una fórmula personal que suelo usar para reconocer cuál es una obra realmente importante, es la de saber si aguanta varias lecturas. Si con la primera siento que he quedado satisfecho, considero que la obra es pasable. Pero si después de un tiempo la puedo volver a leer con igual o mayor interés que antes, entonces la considero importante. Esto me ha sucedido con El Quijote, Crimen y Castigo, Los Hermanos Karamasov, La Metamorfosis, El Crimen del padre Amaro, En Busca del Tiempo Perdido, Moby Dick y con otras que se me escapan en este momento. En estos días, con el fin de examinar con algún detalle el estilo de Tolstoi y volver a recrearme con esa historia apasionante, releí a Ana Karenina, por tercera o cuarta vez. La primera cosa que salta a la vista es el conocimiento que el autor tiene de sus personajes; los detalles en los que puede penetrar. Por ejemplo, cuando nos habla de Esteban Arkadievich Oblonsky, el hermano de Ana, dice: “Recibía a diario un periódico liberal, no extremista, sino partidario de las orientaciones de la mayoría. Aunque no le interesaban el arte, la política ni la ciencia, Esteban Arkadievich profesaba firmemente las convicciones sustentadas por la mayoría y por su periódico. Sólo cambiaba de ideas cuando éstas variaban o, dicho con más exactitud, no las cambiaba nunca, sino que se modificaban por sí solas en él, sin que ni él mismo se diera cuenta.” A propósito de Esteban Arkadievich Oblonsky, no se trata de un personaje de relleno. Por el contrario, Tolstoi lo trata con un inmenso aprecio. Stiva, como le dicen sus amigos, es hermano de Ana, cuñado de Karenin, amigo de Vronski, cuñado de Kitty, la mujer de la que está perdidamente enamorado Levin, y, además, amigo personal de este último. Como la obra gira en torno al matrimonio de Ana con Karenin, y de sus amores con Vronski, de un lado, y del otro de las relaciones de Levin y Kitty, puede decirse que Esteban Arkadievich Oblonsky está en el centro de la historia. Cuenta Pietro Citati que cuando Tolstoi terminó de escribir La Guerra Y La Paz entró en una depresión terrible y el suicidio lo estuvo rondando durante unos meses. Dice Citati: “Cuántos escritores, después de haber terminado La Guerra Y La Paz, hubieran vivido a la sombra de ese inmenso edificio, con su robusta casa solariega, sus innumerables cabañas de campesinos, campos, bosques que se pierden en la línea del horizonte, ecos de todo de todo nuestro mundo y presentimientos de otros mundos. Decenas de figuras aparecían apenas esbozadas, temas filosóficos o intelectuales solamente señalados. Si Tolstoi hubiera sido un artista más prudente, o menos pródigo con sus fuerzas, o menos trágico, habría desarrollado aquellos temas y figuras escribiendo novelas o cuentos y haciendo nacer a la sombra del edificio principal de La Guerra Y La Paz, pabellones de caza para pasar amablemente el resto de la vida”. (“Tolstoi”, Pietro Citati, Editorial Norma, primera edición en español, 1997.) Pero Tolstoi no era un artista prudente ni avaro con sus fuerzas, como dice Citati. Empezó otra vez de cero a construir un nuevo edificio, tan vasto como el anterior. En su libro La Propiedad, El Matrimonio Y La Muerte en Tolstoi dice Estanislao Zuleta que Ana Karenina es una larga meditación sobre el matrimonio. Ya la primera frase con que empieza la novela es muy indicativa: “todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo distinto para sentirse desgraciada”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario