“la mayoría de los escritores -y los poetas en especial- prefieren hacernos creer que componen bajo una especie de espléndido frenesí, y se estremecerían con la idea de que el público echara una ojeada a lo que ocurre tras bambalinas, a las laboriosas y vacilantes crudezas del pensamiento, a los verdaderos designios alcanzados sólo a último momento, a los innumerables vislumbres de ideas que no llegan a manifestarse, a las fantasías plenamente maduras que hay que descartar con desesperación”.
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