lunes, 5 de octubre de 2009

Nuestros actos y los ajenos

David Bronstein (1924-2006), brillante ajedrecista ucraniano y escritor, dice en “El torneo de ajedrez”, libro dedicado al torneo de candidatos de Zúrich, en el año 1953, en el cual participó y ocupó un honroso segundo lugar entre los 15 mejores del mundo:
“Es difícil ser objetivo al comentar las partidas propias. Las variantes que favorecen al comentarista siempre resultan interesantes –uno las analiza de muy buen grado y con cierta minuciosidad-, pero las variantes que favorecen al oponente no son por regla general muy claras. Habitualmente se busca (y suele encontrarse) justificación para los propios errores, mientras que los del adversario parecen naturales y, por lo tanto, no requieren explicación…”
Cosa parecida nos ocurre en la vida cuando nos comparamos con los demás. Nuestros errores son simples equivocaciones; los de nuestros congéneres son la consecuencia de la forma cómo ellos viven. A nosotros se nos “dañó” el matrimonio, a ellos los dejó la mujer. Los demás andan perdidos por el mundo; nosotros, simplemente confundidos. Los demás están arruinados; nosotros sólo pasamos por un mal momento.

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