viernes, 3 de septiembre de 2010

Es normal que sean anormales


En su calidad de ruso, el autor de Lolita, Vladimir Nabokov, parece que fue un ajedrecista notable; compuso problemas y escribió una novela que tiene por tema el ajedrez (La defensa de Luzhin). En una de las pocas entrevistas que concedió en 1975, cuando le preguntaron qué pensaba sobre Bobby Fisher, respondió:

“…es un ser extraño. Pero no tiene nada de anormal que un jugador de ajedrez no sea normal. Se dio el caso del gran Rubinstein, a principios de siglo. Del manicomio donde solía vivir, una ambulancia lo llevaba cada día a la sala del café donde se celebraba el torneo y después lo devolvía a su casilla negra, después del juego. No le gustaba ver a su adversario, pero una silla vacía más allá de su tablero todavía le irritaba más. Entonces ponían un espejo y el veía su reflejo o quizá al auténtico Rubinstein”.

El del polaco Rubinstein, famoso jugador de comienzos del siglo 20, no es el único caso de locura en la Historia del ajedrez. Ya la había sufrido unos años antes Morphy. Después Capablanca sufrió cierto delirio de grandeza, que le hizo creer que no tenía rivales, lo que le costó el título de campeón mundial en 1927. También Fisher, tras arrebatarle el título mundial a Spassky, entró en el trance que Freud llamó “los que fracasan al triunfar”; cuando Karpov ganó justamente el derecho a retarlo, sacó toda clase de disculpas para evitar el encuentro. Y a propósito de Alekhine dice Alexander Koblenz, famoso entrenador ruso de campeones: "su tragedia personal fue que en toda su vida no había tenido amigos. Nunca le vi sonreír. Me parecía muy triste"

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