jueves, 9 de septiembre de 2010

Nicolás y Alejandra (II)


El señor Robert Massie se documentó al detalle en una época en la que era difícil hacerlo. Cuando empezó a escribir su libro existía la Unión Soviética y muchos de los documentos estaban vedados. Sin embargo nos muestra documentos como el reporte diario que los policías le entregaban a su jefe. Por orden de la zarina, Rasputín era protegido, pero sus pasos eran seguidos al detalle por orden de algún ministro.

En el desconcierto en que vivía su esposo, Alejandra de carácter más fuerte y decidido tomaba decisiones importantes, con total desconocimiento.

Puede decirse que el drama que vivían el zar y la zarina, al mando de un gobierno que no controlaban plenamente, labor que tampoco desempeñaban a satisfacción y para la que no estaban preparados, los hizo de alguna manera defenderse y vivir en cierto aislamiento en Tsárskoie Seló, uno de los palacios del zar, cercano a San Petersburgo, capital del imperio por esos días. “Tsárskoie Seló era un mundo aparte, un país feérico al cual sólo tenía derecho de entrada un reducidísimo número de personas… Se convirtió en un lugar legendario. Para los monárquicos leales era una especie de paraíso terrenal, la morada de los dioses terrestres. Para los revolucionarios, un lugar siniestro, en el cual unos tiranos sedientos de sangre tramaban sus nefandos enjuagues contra el pueblo inocente” (pag. 141), escribió Gleb Botkyn, hijo de uno de los médicos de la corte de Nicolás II. Además durante muchos años quisieron ocultar la enfermedad del zarevith y entonces qué mejor que vivir lejos de los tumultos de la ciudad. Pero en un sentido más amplio, Tsárskoie Seló fue un refugio y a la vez una cárcel para ellos. En medio de la abundancia y el lujo, con más de 200 criados a su servicio, arrastraban una vida triste.

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