viernes, 30 de abril de 2010

Estanislao Zuleta (final)

A las amenazas de que fue víctima en la Universidad del Valle, no les prestó atención, inicialmente. Fueron sus amigos los que tuvieron que convencerlo de que era conveniente tomar medidas. El sociólogo Álvaro Camacho le consiguió una ayuda de 200 mil pesos con una fundación alemana que le encomendó escribir un ensayo sobre la violencia en Colombia. Primero estuvo en una casa de campo, cerca a Villa de Leiva, completamente aislado de todo. Para comprar cigarrillos tenía que caminar dos horas. Dos meses después, considerando inconveniente este aislamiento, Yolanda le ayudó a trasladarse a Villeta, donde su familia tenía una casa de campo. Allí terminó su estudio sobre la violencia.

Como ya he dicho más arriba, no se conoció el origen de las amenazas. En la época en que se hicieron no se podía perder tiempo, tratando de establecer si la amenaza era real o no. Los asesinatos de Abad Gómez y otros profesores de la Universidad de Antioquia no dejaban dudas. Según lo que este suscrito ha podido establecer, estas amenazas no fueron obra del ejército ni del narcotráfico, como inicialmente creímos. Prosperaron y nacieron en la misma Universidad. Probablemente no buscaban matarlo sino desterrarlo. Y lo lograron… ¡por un año!

De Villeta pasó al hotel Continental en Bogotá, donde consideró que podía estar mejor y también seguro, puesto que las amenazas permanecían vigentes. Allí vivió unos ocho o nueve meses. Trabajó en la Consejería de los Derechos Humanos con el historiador Álvaro Tirado. Y entre las muchas actividades que desarrolló contaba de varias conferencias que tuvo que dictarles a militares y congresistas, un público bastante diferente al que estaba habituado él. De los congresistas, recordaba la extraña suspicacia con que lo miraba todo el tiempo el senador Hernando Durán Dussán.

En el hotel tuve oportunidad de visitarlo dos veces. En la primera estaba de “racha”. Mi visita coincidió con la de Gustavo González, nuestro querido y antiguo compañero de Ruptura, al que ya he mencionado en estas páginas. En su habitación, terriblemente desordenada, nos bebimos tres o cuatro botellas de ron “tres esquinas”. Comentamos de todo, menos de las tales amenazas, a las que por lo visto no les prestaba mucha atención. Nos mostró una fotografía de una mujer joven y hermosa de la que dijo estar muy enamorado. Este fue el mismo día en que hablamos de Netochka Nesvanova, de Dostoievski. Un mes más tarde volví a visitarlo. Me lo encontré almorzando en la cafetería del hotel, en el primer piso. Impecablemente vestido, con corbata y camisa blanca, mientras almorzaba leía un texto en francés. Como se trataba de una de esas épocas productivas en que no era muy jovial que digamos, después de una media hora de conversación me despedí con alguna disculpa; algo adolorido, puesto que había hecho un viaje de varias horas sólo para saludarlo.

Un tiempo después volví a verlo en Cali, cuando se terminó el año de licencia que le dio la Universidad. Estuvo viviendo unos días en la casa de Pepe, su hijo, y luego tomó en arriendo un apartamento al sur de la ciudad, donde tuve oportunidad de visitarlo muchas veces.

Con el mismo ánimo con que preparaba y dictaba sus cursos siempre, reinició labores en la Universidad del Valle. Simultáneamente hacía un estudio sobre los municipios del Valle, para Las Naciones Unidas. Por ambos conceptos recibía una suma de dinero bastante apreciable, parte de la cual se la enviaba a su hija Yolanda, a Italia. Y fuera de esto le ayudaba a Fernando, otro hijo, a pagar su tratamiento sicoanalítico. Vivía holgadamente y era muy generoso con los amigos que le visitábamos.

Para ese estudio que realizó para la ONU tuvo que estudiar las medidas económicas de los últimos 20 años, y decía que todas eran simples mandatos del FMI, que es el verdadero jefe de estos pobres países. A su vez, del Frente Nacional, decía que era un sistema que había favorecido la toma del país por el narcotráfico. Que en un país como el nuestro, donde no existe espacio para la oposición, el partido gobernante (el bipartidismo, en nuestro lamentable caso) no tenía fiscalización. Esa corrupción es visible a todos los niveles, pero especialmente en el campo político donde un líder ya no se mide por el alcance de sus ideas sino por los votos.

A diferencia del resto de su vida, en el último año tuvo televisor y betamax. Aunque sólo veía sus noticieros, que son lo único que puede verse de nuestra lamentable televisión. Después del último noticiero veía alguna película en el betamax. De la radio no oía sino la programación de la emisora Carvajal, que según él era lo único que se podía oír. Del resto de nuestra radiodifusión decía que le parecía peor que la televisión, “que no es un mal punto de comparación”, para emplear sus propias palabras.

En ése su último año pude observar en él una cierta plenitud, una cierta satisfacción con lo vivido. Ya no anhelaba sino diligenciar su jubilación –a la cual ya tenía derecho- y volver a Antioquia a comprar alguna casa de campo en el Oriente, para tener toda clase de animales domésticos y dedicarse con toda la calma del caso a leer y a escribir.

Ciertamente, la vida se acaba. Pero en el caso de este amigo inolvidable su muerte se nos hace más dolorosa por lo temprana, por las posibilidades que quedaron truncas. Sin embargo él estaba listo para todo. Unos pocos días antes de su muerte me dijo: “compañero, yo ya cumplí los 55 años, que no es un mal punto. A esta edad ya no es posible aplazar nada”. Y luego, refiriéndose a alguno de mis proyectos me dijo señalándome con el índice: “si tienes alguna cosa que decir sobre Antioquia, dila ya. ¡No aplaces! ¡No a-pla-ces! No esperes a tener las cosas más claras para ahí si poder empezar. El tiempo pasa, compañero y la vida se va”.

Todavía hoy me parece estar oyendo estas palabras tan cruelmente ciertas. En aras de una pretendida claridad despilfarramos ingenuamente nuestro mayor tesoro, el tiempo.

Había, si, un cierto vacío en su vida: y era que por haberse divorciado de los 50 veía difícil “organizar” –como dicen- su vida con otra mujer. Pero en otros momentos decía: “un filósofo casado es una contradicción en los términos”. Pero estas consideraciones no significaban ni mucho menos que ante una mujer bonita dejara de sentir taquicardia y hasta dificultad para respirar. Había, por ejemplo, una peluquera vecina que le hacía exclamar: “hombre, ¿Qué se podrá echar uno en el pelo para que le crezca más rápido?” Otro día lo acompañé a comprar un maletín. Y mientras la empleada que nos había atendido, un poco fea, se metió a la bodega a buscarlo, apareció una muy bonita y nos preguntó: “¿ya los atendieron?” A lo cual le contestó aquél, socarronamente compungido: “si, por desgracia”.

Después de una racha de alcohol que tuvo en el 89, a mediados del mes de marzo, dejó de beber por completo durante el resto del año. En ese tiempo volvió al golpe de café, estudio, gimnasia y una información total de los acontecimientos del país y del mundo; especialmente de todos los hechos que había desencadenado la Perestroika en La Unión Soviética y Europa oriental.

El 27 de enero de 1990 fui a visitarlo a su apartamento, en compañía de mi nueva mujer. Era un sábado por la noche. Al rato de estar hablando de diferentes cosas, dijo él:

-Tomémonos una botella de whisky, que yo ya puedo beber.

Queriendo decir que por tomarse unas copas no iba a iniciar una racha, como le había sucedido tantas veces. Entonces fuimos a un centro comercial cercano y nos aperamos de una. Estábamos tomándonos el primero cuando apareció Fernando Mejía, otro antiguo compañero de Ruptura, por esos días muy dedicado a la ecología. Algo parlanchín, ese día Fernando empezó a hablar de la restauración de la cuenca del río Pance, en la cual venía trabajando desde hacía un tiempo. El tema le dio pie a Estanislao para exponer sus ideas sobre la ecología. Cuando se puso de moda la ecología, hará unos 25 años, Estanislao la relacionaba con un fantasma ligado a la integridad de la madre (la tierra); y más que una ciencia, le parecía un síntoma. Pero con el tiempo, cuando se empezaron a conocer distintas líneas, unas simples y otras serias, él aceptó que en verdad se trataba de un nuevo frente de lucha, que merecía todo el interés. Pues bien, en aquella noche, a propósito de la ecología, habló de lo importante que es la supervivencia de las especies.

-Todas las especies actuales merecen vivir –decía.

Acto seguido habló de los enigmas de la cucaracha, una de las especies más antiguas que menos ha evolucionado en la historia y que tiene la extraña propiedad de ser inmune a la radioactividad. Después habló de la pulga, cuya capacidad de saltar hasta 140 veces su propia estatura no puede ser explicada por contracciones musculares corrientes. Algo así como si nosotros pudiéramos saltar por encima de la catedral de Manizales. Después habló de los cuervos, una especie extrañamente cosmopolita, que según demostró Lorenz en muchos experimentos es altamente inteligente porque no es especializada, al igual que el hombre.

A eso de las doce de la noche se nos acabó la botella, y eso que veníamos mezclándola con mucha agua y mucha parla.

-¿Qué hacemos?- preguntó alguno de nosotros, que en esas circunstancias significa: ¿compramos la otra?

Pero previendo que otra ya no sería conveniente fue el propio Estanislao el que dijo:

-Vámonos a dormir, mejor.

Pero ya el gusano del alcohol lo había picado. Unos pocos días después volví y lo encontré tirado en la cama. Estaba tan deprimido, que me dolió verlo. La prensa de varios días estaba tirada en el suelo, doblada, sin muestras de haber sido ojeada. Los noticieros de televisión se le pasaron desadvertidos. La comida estaba servida en la mesa intacta.

-Compañero, siquiera vino –Me dijo en un tono quejumbroso, que solía usar cuando estaba bebido y se sentía solo-. Deme la mano.

Al día siguiente, por la mañana, lo vi de un ánimo ligeramente mejor. En un pocillo grande bebía aguardiente con hielo (“en las rocas”, como dicen); un hábito relativamente nuevo en él, que siempre había sido aficionado al ron. Nuevamente estaba tirado en la cama, sin demostrar mayor entusiasmo por nada. Buscando algún tema de conversación, le pregunté por Pepe, al que hacía varios días yo no veía. Y me contestó en el mismo tono quejumbroso de la víspera:

-No ha vuelto, compañero; seguramente se murió alguna de mis tías, y no sabe cómo darme la noticia.

Y se le aguaron los ojos.

De sus tías no le oí hablar más que en ese último año. En general, hablaba poco de su familia y por eso me extrañó que se la aguaran los ojos por una tía. Es probable que esa fuera una disculpa y que el motivo de su tristeza fuera otro que no podía confesar. Se me ocurre pensar que no era ninguna tía, sino Yolanda, su ex mujer, a la que seguía extrañando, de la que se había separado de cuerpo pero no de espíritu.

Con bastante pesadumbre me vi obligado a dejarlo solo en ese estado de postración en que estaba. Y llegué a pensar que podría morirse…

Esto sucedía un miércoles.

El sábado se murió de un infarto fulminante, una muerte que él siempre había temido.

Mirándolo en el ataúd, pude ver que enfrentó la muerte con el mismo rostro grave con que le veíamos en sus conferencias tratando los temas más profundos.

¡Oh grande y generoso amigo, qué cruel es entender que te ausentaste para siempre!

Terminemos con unas palabras de Lorenz que le gustaban a Estanislao y que se ajustan a nuestro doloroso caso colombiano.

“Pienso que en nuestros días los seres humanos de las grandes ciudades, que viven sin contacto suficiente con las bellezas de la naturaleza o del arte, sufren gravemente esta privación. Esto es tanto más serio cuanto que el sentido de la ética y la estética, de lo bello y lo bueno, son, en el fondo, una única y misma cosa. ¿Qué espectáculo ha de entusiasmar al infeliz habitante de la ciudad que ha crecido en los suburbios de una inmensa urbe sin haberse acercado nunca a la belleza y a la armonía, bajo cualquiera de sus formas, y cuyo entorno está hecho de patios sombríos, estaciones de servicio, depósitos de basura y cementerios de coches? Naturalmente el dinero será para él la única cosa a la que le atribuirá valor”. (Prólogo a la enciclopedia Salvat de la fauna)

Buga, abril 26 de 1991.

2 comentarios:

  1. Gracias por al informaciòn tan íntima del Maestro Zuleta... Luis Gómez

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  2. Señor Marco Aurelio, devore con ansia cada detalle de su relato sobre E. Zuleta, le agradezco enormemente su publicación, y con el respeto que se merece su historia y su persona, y guardando las proporciones quiero decirle que ademas de ser colegas (Ing. Agronomos) Estanislao toco mi vida también. puede ser muy pretencioso el comentario teniendo en cuenta que no he leído mas que unos escasos ensayos de Zuleta, pero me siento trastornando en mi pensamiento. no me considero un gran lector o intelectual, pero me encanta la idea de transformar la sociedad actual, y me parece que un buen paso es el amor al conocimiento y a la vida. me encuentro por fuera de Colombia y como homenaje a mi tierra de la que hace poco salí estoy haciendo algunas publicaciones en mi perfil de Facebook sobre escritores colombianos y el primero que elegi fue a E. Zuleta por el impacto que esta teniendo en mi vida su lectura, por ello publicare su blog y me gustaría poder contactarlo a usted por facebook o email. cordialmente Jorge Clavijo

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