jueves, 8 de abril de 2010

Estanislao Zuleta (VI)

En vista de que no iba a terminar nunca mi carrera en Medellín, solicité traslado para Palmira, donde también tiene sede la Universidad. Mi intención no era propiamente la de seguir estudiando, cosa que me tenía aburrido hasta la coronilla, sino la de estar cerca de Estanislao, que fue prácticamente un padre para mí. Con mi mujer y con la niña que habíamos tenido el año anterior, nos trasladamos para Cali en enero del año de 1975. Inicialmente, nos instalamos en la casa de Estanislao y Yolanda; en Lugano, la casa que ya he mencionado.

Allí vivimos tres o cuatro meses, buena parte de los cuales Estanislao los pasó bebiendo. Este suscrito lo acompañó la mayoría de las veces, descuidando hasta su propio matrimonio, el cual quedó muy maltrecho al cabo de esos meses.

Mirando hoy los acontecimientos de esos días, a treinta años de distancia, el haber conocido a un hombre de esa talla y haber departido tantas veces con él, el balance no es muy positivo. Si bien su generosidad no conocía límites y quería entregarnos todo su saber, afanado tal vez por crear lo que él llamaba un “colectivo”, donde sus hijos y los de sus amigos encontraran un ambiente distinto al que ofrecían los barrios de las ciudades, yo me atrevo a creer que toda esa luz nos encandiló, y que apenas después con el paso de los años hemos ido encontrando nuestro propio camino. La amarga verdad es que sólo se aprende trabajando. O puede ser también que nos entregamos a su causa (la de Estanislao) con un fervor religioso, como se abraza un náufrago a su tabla.

A los 48 años, en una entrevista en Medellín, dijo Estanislao:

“…entre nuestros amigos, entre nosotros en general, hay muchos que se hacen ilusiones sobre las posibilidades que les podría abrir intelectualmente un viaje a Europa y se les olvida que ese viaje es como estudiantes, y la cultura no se toma como un tetero que le dan a uno en la posición de la pasividad. Lo que les podría abrir posibilidades sería por ejemplo que fundaran una publicación y lucharan por algo.”

Cuando llegamos a Cali, ya funcionaba un grupo de estudio de “El Capital”, conformado por unas 20 personas, entre estudiantes, obreros, maestros y empleados. Más optimista en esta ocasión, Estanislao llegó a pensar que ahora sí iba a marchar lo que antes no había dado un paso. La presencia de obreros parecía una garantía.

Las reuniones se hacían los domingos por la mañana, en Lugano. Esta vez apoyamos varios movimientos laborales, con el doble propósito de integrarnos dentro de las luchas obreras y de materializar nuestro estudio. El año anterior a mi llegada, el grupo había apoyado con algunos escritos una huelga muy larga en la fábrica de Aluminio Alcan, pues dos compañeros de nuestro grupo trabajaban allí como obreros. En el 75 recuerdo una carta que le enviamos al sindicato de la Caja Agraria, felicitándolos por el pliego de peticiones tan interesante que estaban defendiendo; incluíamos un análisis de cada punto del pliego. Después le escribimos al sindicato de Tejidos Única, Manizales. Para la huelga de Riopaila, enviamos una comisión; y luego cuando sacamos el primer número de Ruptura, nuestro periódico, incluimos un bonito artículo, saludando el movimiento. En el año 76 viajó una comisión a Bogotá a distribuir el periódico en sindicatos y universidades. A su regreso informaron que habían recibido un decidido respaldo de unas muchachas caleñas de la Universidad de Los Andes, probablemente no muy izquierdistas, pero si muy hermosas, caso éste en que debe abandonarse todo sectarismo. Otros viajamos a Medellín. Esta comisión la integramos Pepe Zuleta, Gustavo González, Carlos Mier y este suscrito. Anduvimos sindicatos, universidades, fábricas, sin encontrar ningún eco. Como la fábrica de textiles, Satexco, estaba en huelga, fuimos a saludar a los obreros que se encontraban reunidos en una carpa grande. Nuestro compañero Gustavo se fajó un discurso bueno y breve, al que ninguno de los presentes le prestó mayor atención, de lo ocupados que estaban jugando dominó y cartas. En Curtiembres de Itagüí, que también estaba en huelga, tampoco encontraron eco las palabras de Gustavo, que como sindicalista que había sido era el más hábil de nosotros para hablar en público. Los resultados de nuestra gestión en Medellín no fueron propiamente muy positivos, pero no por eso perdíamos el ánimo. De regreso para Cali, paramos en el pueblo de La Pintada, Antioquia, y al calor de unos aguardientes y unos tangos de Gardel, que le arrancaron lágrimas a Gustavo y nos emocionaron a los demás, comenzamos una discusión sobre un tema que había tratado Carlos Mier en el camino. Nuestra discusión duró desde La Pintada hasta Cali. Este compañero nos contó que en Guacarí pertenecía a un grupo muy particular, compuesto por muchachos y muchachas, dedicados al siempre actual e interesante tema de la sexualidad; su actividad incluía teoría y práctica. Pues bien, la discusión se originó cuando Mier tocó el tema de la evaluación de las actividades del grupo. Según éste, esa evaluación la hacían exclusivamente los hombres. Yo, pensando seriamente en pedir ingreso al grupo de Guacarí, alegué que eso no importaba. Pero Gustavo, con toda razón, alegaba que las compañeras también debían evaluar.

Todo esto transcurría en el lamentable gobierno de López. El país iba en picada; y para colmo de males se venía venir otro gobierno peor: el de Julio César Turbay. Poco tiempo después de su posesión este personaje tomó unas medidas sumamente represivas. Su ministro de defensa, el general Camacho Leiva, impulsó el llamado Estatuto de Seguridad, que impedía hasta las reuniones de más de tres personas. Esto restringió mucho nuestra actividad y nos obligó a cambiar nuestros sitios de reunión.

Así como en el grupo de Medellín se llamaba Polémica, por el nombre de su publicación, el de Cali se llamó Ruptura por el nombre de su “eventuario”, como decía Estanislao, puesto que nuestro periódico no tenía una periodicidad muy definida. Este grupo de Ruptura duró tres años, en el transcurso de los cuales solamente publicamos tres números del periódico y el cuarto quedó en borrador. A la luz de los acontecimientos que vinieron después, Glasnost y Perestroika, yo pienso que nosotros todavía estábamos hundidos en el leninismo. Sin embargo, algo intuíamos y en el año 77, si mi memoria no falla, divulgamos ampliamente un ensayo de François George, “Olvidar a Lenin”, que levantó ampolla en aquella época. ¡Olvidar a Lenin! Creo que hoy en día no se hace necesario recomendar esto, ya Lenin está debidamente olvidado. La manera como se organizó el socialismo en la Unión Soviética sólo habrá de servir en el futuro para saber cómo no deben hacerse las cosas.

En el año 77 el grupo no funcionaba; había perdido todo el entusiasmo de los primeros días. Estaba muerto. Pero fue el propio Estanislao el que se encargó de enterrarlo. Un día nos dijo que ese tiempo que él le estaba dedicando al grupo prefería utilizarlo estudiando; que si queríamos, nosotros podíamos seguir. ¡Sin él, el alma del grupo…!
Ruptura fue el último intento de Estanislao de organizar un movimiento político. “Al perro no lo capan 86 veces”, decía con cierto resentimiento. Su última idea era la de fundar una revista que orientara a la izquierda, sin ninguna otra pretensión.

Pero si él no formó un movimiento en el sentido corriente del término, un principio de partido o algo así, sí contribuyó a la formación de un movimiento más vasto. El de hacerle accesible a estudiantes, profesores y amigos en general la gran literatura; la de Dostoievski, Tolstoi, Mann, Proust, Musil y Kafka, para no mencionar sino los autores más cercanos a su corazón. La gran literatura, que es la propuesta latente de la esperanza en un mundo nuevo, en una nueva aurora, como le gustaba decir a él; que le presenta un combate a la tontería y a las facilidades (‘siempre tan gratas’), a la simplificación, al esclarecimiento de las falsas contradicciones y las contradicciones efectivas. Además presentó en toda su complejidad a filósofos como Platón y Hegel, que la izquierda tenía clasificados como idealistas. Y promovió el estudio de Marx, cuyas teorías son las que más lejos han llevado el análisis de la sociedad capitalista.

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