domingo, 4 de abril de 2010

Estanislao Zuleta (V)

Sin apreciar demasiado los ambientes universitarios, la principal actividad de su vida, o al menos de la que derivó sus ingresos, fue la de profesor universitario. Decía que todo lo importante había surgido por fuera de las universidades. En tono de burla, decía que en ese momento en Medellín había más filósofos que todos los que hubo en la Grecia Clásica, lo cual no significaba un florecimiento de la filosofía en Antioquia. Acudía mucho al caso de Einstein, que no pasó las pruebas de ingreso en la universidad porque lo consideraron débil en matemáticas. Entre sus colegas veía individuos que año tras año repetían el mismo curso, sin variar ni los chistes. “Son profesores disco” -decía.

Y pasó por muchas universidades, dejando huellas, admirado por algunos y odiado por muchos, puesto que el brillo fastidia mucho, en especial al colegaje. Y al final de su vida, tan dolorosamente temprano, quería volver otra vez a la universidad de Antioquia, porque él se podía dar el lujo de trabajar en la que quisiera.

En el año 73 empezó a funcionar en Cali el Centro sicoanalítico Sigmund Freud, fundado por Oscar Espinoza, junto a Alfredo Reyes, Antonio Sampson, Blanca Beatriz García, Álvaro Morales y otros. Su propósito no era sólo él de atender pacientes, sino el de difundir el sicoanálisis y generar a su alrededor un ambiente cultural; una tarea bastante difícil en Cali, donde el ambiente reinante no parece muy propicio a estos temas. Allí la salsa y la rumba son las únicas diversiones posibles. Unos años después, comparando el ambiente de Medellín con el de Cali, decía Estanislao a propósito del público que iba a sus conferencias: “aquí en Cali vienen mis amigos, en cambio en Medellín se llenan los auditorios”. Y era verdad que en una ocasión no cupieron los asistentes en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín.

Invitado, pues, por Oscar Espinoza a hacer parte activa de este Centro, Estanislao y su familia se fueron para Cali a comienzos del 74. La ciudad no les era desconocida, pues ya habían vivido allí unos años antes, en la época en que Estanislao fue vice-rector de la Universidad Santiago de Cali. Las condiciones de trabajo que le ofreció Oscar Espinoza eran ligeramente mejores que las que tenía en Medellín. Por tres cursos semanales, sobre temas elegidos por el mismo Estanislao, y por una especie de asesoría o control de algunos casos, además de tratamiento gratuito para sus tres hijos mayores. De este nuevo oficio se ufanaba mucho ante los amigos más cercanos; y es verdad que a partir de esta época Estanislao fue muy mimado por los amigos, que en Medellín, después del caso de Iván lo dejaron bastante solo.

Conociendo el tipo de casas que a Estanislao le gustaba habitar, Oscar Espinoza le consiguió una en arriendo, por la carretera a Cristo Rey, arriba del barrio Bellavista. Desde sus ventanas se dominaba toda la ciudad, una posición parecida a la casa que habitaba en San Cristóbal, a las afueras de Medellín. Sin ser una casa de ricos, ésta tenía nombre: Lugano. Por allí no pasaban buses ni taxis, la carretera estaba sin pavimentar y con excepción de la casa de enseguida, habitada por Antonio Sampson, no había más vecinos.

Como en casi todas las casas que tomó en arriendo, había una tienda cercana, adonde acudía en las épocas en que se hundía en el alcohol. En el caso de Cali, era la tienda de don Luis, en Bellavista. De algo más de 50 años, don Luis era un hombre canoso, que manejaba su negocio con alguna diligencia, pero al que también le gustaba el aguardiente, y a veces no tenía inconveniente de cerrar las ventas al público y dedicarse a beber con Estanislao.

¡El alcohol! ¡Tema obligado en estos recuerdos…! Hablando de problemas sicológicos difíciles de resolver, decía que el alcoholismo no tenía solución, puesto que era algo que estaba arraigado en lo más profundo del inconsciente. Conocía al detalle la biografía del escritor inglés Malcolm Lowry, cuya vida había sido un combate dramático con el alcohol, perdido dolorosamente al final.
En uno de sus poemas sobre el alcohol, Estanislao define en un solo verso lo que significa beber: “hacer callar las voces que llaman otra aurora”; o sea: ahogar la esperanza. Conocía al detalle la vida del Bovery, el barrio de los alcohólicos de Nueva York y había leído con mucho detalle los textos más importantes de la organización de los Alcohólicos Anónimos. Dudaba bastante de lo que llaman curaciones, puesto que en esos casos, según se desprende de sus testimonios, el paciente se ha abrazado a una creencia loca en Dios, y esa fe lo sostiene alejado del demonio (el alcohol). Pero allí no hay una solución: con una sola gota de alcohol que se beba uno de estos pacientes curados vuelve por sus fueros, como en sus peores tiempos; lo que demuestra que el problema estaba allí, como en sus peores tiempos, latente.

Este suscrito también ha leído algunos textos del grupo de los A.A. y considera que hay una diferencia importante que establecen ellos, el bebedor social y el alcohólico propiamente dicho. El primero puede beber con frecuencia, sin ser alcohólico; mientras que el segundo, aún bebiendo menos, es un enfermo. He allí el enigma: el problema no es el alcohol sino su posición ante él.

Su propio caso era bastante particular. Podía estar un año trabajando hasta 12 y 14 horas diarias, a punta de café, sin tomarse una cerveza. En un arranque de esos, por ejemplo, se puso al día en Etología. Se leyó toda la obra de Konrad Lorenz y la de sus colegas más importantes. Y con esa facilidad tan extraordinaria que tenía para relacionar lo que había leído con otros temas, contaba que en un experimentos que hizo un etólogo, juntaban gatos con perros adiestrados para no perseguir gatos, y éstos al no verse perseguidos por aquéllos optaban por morderles la cola, obligándolos a adoptar su condición natural de perseguidores. No toleraban aquel paraíso de perros mansos. Y que lo mismo les había ocurrido a unos estudiantes de Zúrich, con uno de los niveles de vida más altos del mundo. Con toda clase de seguridades sociales y protecciones del Estado, estos estudiantes habían hecho una huelga, con pedreas e incendios por un motivo bien novedoso: porque no les faltaba nada, esa cómoda e insípida existencia los tenía hastiados. “¿Ves? –Decía- ¡Tuvieron que morderle la cola al perro!”

Pero él también, a solas con sus descubrimientos y agobiado quién sabe por cuáles fantasmas, terminaba sus períodos de estudio intenso y de absoluta sobriedad mordiéndole la cola al perro. ¡Y de qué manera! ¡Ni el mismo Lowry se asomó de aquella manera al abismo! De una manera salvaje, olvidando toda obligación, bebía continuamente de día y de noche, suspendiendo sólo cuando el sueño lo vencía. Y así podía pasar quince días, un mes o más, para suspender drásticamente e iniciar otro intenso período productivo.

Lo más doloroso es que aunque aparentemente era un hombre fuerte y sano, su salud era precaria, debido a sus problemas respiratorios. Y esas dosis de alcohol tan altas tenían que ser perjudiciales. Pero si se le decía algo en este sentido, esgrimía el caso de un familiar suyo que tenía más de 70 años pero aparentaba 50, lo cual dada su vida sedentaria e improductiva le garantizaría otros 20 o 30 más de pereza. Sacaba a relucir también el caso de Belisario Betancur, su amigo, que con solo 60 aparentaba 70, pero su vida misma justificaba esa diferencia. Otro caso con el que se defendía era el de Sartre, que para escribir La crítica de la razón dialéctica había abusado de las anfetaminas. Preguntado después si no había temido por su salud, dijo Sartre que qué importaba perderla en aras de una obra importante.

Uno de los cursos más importantes que dictó en Cali en el año 74 fue sobre La montaña mágica de Thomas Mann. Curso que se transcribió y fue publicado después por Colcultura, bajo el título escogido por Estanislao de Thomas Mann, la montaña mágica y la llanura prosaica. Siendo ésta una de sus obras preferidas, la había leído y comentado en grupo varias veces, pero digamos de una manera informal. Esta vez, ante grabadoras y ante un público relativamente nuevo, es de pensarse que fue la vez que mejor se preparó. Sus comentarios, al igual que todos los que hacía sobre las demás obras, van en muchas vías; desde la situación histórica en que se escribió la obra, la situación particular de su autor y su relación con otras obras suyas, la crítica literaria, el sicoanálisis, la filosofía, el marxismo, etc., etc. En los diálogos aparentemente más triviales, encontraba tantas alusiones a otros temas, que un lector corriente jamás las hubiera sospechado. Antes que dar soluciones, sus comentarios, problematizan y crean desconcierto. No nos brindan un saber para archivar, un tranquilizante, sino que nos lanzan ante un incómodo abanico de posibilidades. Comentando, aplicaba aquello de que “el autor no es propietario del sentido de su texto”, que sostiene él en su conocido ensayo “Sobre la lectura”.

Completa ese libro una conferencia dictada al año siguiente (1975), en conmemoración del centenario del nacimiento de Thomas Mann. No la escribió previamente. La improvisó. La persona que la transcribió solamente tuvo que agregarle la puntuación. Los puntos seguidos serían –como él mismo decía- las largas aspiraciones del cigarrillo. Y los puntos aparte la encendida de un nuevo cigarrillo. Esta conferencia la dictó en el Centro Sicoanalítico Sigmund Freud, ante unas veinte o 25 personas. Todos los presentes esperábamos para esa noche algo especial; y es verdad que lo fue. Mucho se ha dicho sobre Thomas Mann, pero poco de un nivel igual. Al año siguiente la prensa venezolana hizo un comentario muy elogioso sobre el libro, Estanislao dijo con cierta amargura:

-Y aquí en Colombia nadie ha dicho nada…

Pero durante 20 años La Montaña Mágica fue uno de los libros más vendidos en Colombia. En enero del 90, próximo a morir, dijo:

-Yo he sido un vulgarizador, un oficio que aquí no se estima.

4 comentarios:

  1. Sí, Zuleta fue un vulgarizador. Gracias a eso muchos fuimos introducidos en diferentes áreas del conocimiento, pero no en el sentido de haber aprendido algo leyendo u oyendo a Zuleta (la verdad es que lo transmitido por él no podía aprehenderse simple,emte porque era aéreo: él vertía opiniones,ideas generales,comparaciones, como quien sueña) sino en otro sentido más eficaz: asimilando el amor sentía Zuleta por lo que exponía.

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  3. Creo que uno de los grandes problemas de Zuleta fueron sus amigos. Si en vez de tener acólitos y/o seguidores hubiese tenido amigos y/o críticos seguramente todavía viviría. Tanta adulación aún después de muerto sorprende: cada vez que se lee un artículo sobre Zuleta nadie menciona la palabra alcoholismo. Es increible cómo se las arreglan para hablar del tema sin llamar por su nombre al problema de Zuleta. Reconocerlo no debilita su gran capacidad intelectual, pues todo el mundo sabe que hay muchos alcohólicos en el mundo de las artes y de las letras. Ahora bien: ser alcohólico y psicoanalista es simplemente un contradicción en los términos y al parecer no lo ve ninguno de sus amigos. ¿Cómo va a a curar un terapeuta aplastado por sus propios síntomas? Leo en este artículo que el psicoanalista Oscar Espinosa puso a sus propios hijos en manos de Zuleta. No hace falta decir más nada sobre Espinosa. Pero hay algo más grave aún que la conducta de los amigos de Zuleta a quienes algo los disculpa el hecho de estar obcecados por el amor a su ídolo. Lo más grave es la actitud del propio Zuleta. ¿Cómo no pudo darse cuenta de su limitación fundamental? La verdad es que cansa explicar más por qué Zuleta no podía ser nunca psicoanalista practicante, a menos que estuviera en Colombia. Y al decir esto no pienso en el caso del muchacho muerto en Medellín; sin duda un hecho gravísimo, pero que puede suceder a un psicoanalista torpe o distraído (recuérdese el caso del hijo del dueño de la Librería Central de Bogotá: se suicidó mientras lo trataba un tal Yunis, al parecer psicoanalista). Por cierto que este "asuntico" de Medellín le parece insignificante al autor de autor del blog; incluso dice como si nada que "en Medellín, después del caso de Iván lo dejaron bastante solo". Esto habla muy bien de Medellín: allá intuyeron más que en Cali lo que estaba pasando, donde a pesar del suicidio, el "psicoanalista" Espinosa (las comillas se refieren a sus conocimientos de la época, ignoro su estado actual)le ofreció la terapia de sus hijos.
    El gran maestro Zuleta aún viviría si hubiese encontrado a un amigo verdadero que le dijera: usted tiene una gran capacidad intelectual, sus charlas han cambiado para bien la mente de mucha gente en este país. Sin embargo usted esta gravemente enfermo, y le queda poco tiempo de vida por el alcoholismo. No sea tan irresponsable y deje de intentar psicoanlizar gente, y hágase analizar usted mismo por alguien que sepa hacerlo.
    Claro, es fácil decirlo hoy día, pero seguramente entonces lo único que había era Zuletas o Espinosas.
    Ojala, Marco Aurelio, tenga tiempo para contestar.

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  4. Marco aurelio,¿ tienes el poema "alcohol" de Zuleta? Te agradecería mucho si me lo pudieras ficilitar, pues tengo grandes ansias de leerlo. Un saludo

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