jueves, 19 de abril de 2012

En la boca del lobo (I)



En la boca del lobo, la historia jamás contada del hombre que hizo caer al cartel de Cali. Autor: William C. Rempel. Editorial Grijalbo, 431 páginas, 2011.

Relato detallado de los seis largos años que Jorge Salcedo estuvo al servicio del cártel. Comienza con un viaje suyo a Cali, en enero del año 1989, en compañía de su antiguo amigo el mayor Mario Del Basto, militar retirado que se desempeña desde hace un tiempo como jefe de seguridad de la familia Rodríguez Orejuela.

Hijo de un general, Salcedo también hace parte de la reserva del ejército. En su entrenamiento como oficial de inteligencia en Cali había demostrado habilidades en manejo de armamento, vigilancia electrónica, fotografía y tecnología radial. Ser hijo de un general, le había dado muchas ventajas, “entre ellas, seguridad financiera, respetabilidad social y múltiples oportunidades de viajar, incluyendo una larga temporada en los Estados Unidos, mientras su padre estaba de comisión en Kansas”.

Inquieto en el avión, pues su amigo no le ha contado claramente cuál es la razón de su invitación, Salcedo le pregunta quiénes son los señores con los que van a hablar. Éste le dice que son empresarios importantes de la región, que tienen muchos problemas con Pablo Escobar, el tenebroso jefe del cártel de Medellín.

“—Ellos piensan que tú les puedes ayudar en esa lucha”.

“—Entonces no quieren hablar conmigo sobre el negocio de las drogas —dijo Jorge, evidentemente aliviado”.

Del Basto estaba interesado en que los señores de Cali conocieran a Salcedo porque éste, en su calidad de contratista del ejército, había sostenido vínculos con mercenarios ingleses que decían estar en condiciones de enfrentar a las FARC (fuerzas armadas revolucionarias de Colombia), en Casa Verde, el cuartel general de la guerrilla en aquel entonces. Como algunos generales del ejército habían mostrado interés por los servicios de los ingleses, Jorge se ofreció a contactarlos. En caso de llegarse a un acuerdo, “el ejército proveería armas, explosivos y medios de transporte; pero todo tendría que llevarse a cabo de tal manera que se pudiera negar cualquier vínculo”.

En 1988, los ingleses llegaron a Colombia y fueron recibidos por una alianza de ganaderos, mineros y narcotraficantes. En una región selvática estuvieron preparando el ataque durante varios meses. “Los británicos estaban listos, pero los militares colombianos vacilaban”.

Finalmente el plan se canceló.

“Los mercenarios se fueron felices y bien remunerados, gracias a los adinerados hacendados y traficantes de Medellín, que los compensaron por haber entrenado a los variopintos miembros de sus ejércitos privados”.

Esa misma noche en Cali, Jorge es presentado ante los cuatro jefes del cártel: los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez, Pacho Herrera y Chepe Santacruz. Los hombres de Cali han llegado a la conclusión de que Pablo es un imbécil, pero un imbécil peligroso.

“Jorge todavía no estaba seguro de qué era lo que querían de él los capos de Cali, hasta que Miguel dijo:

—Queremos muerto a Pablo Escobar.

—Y queremos que usted y sus comandos británicos lo maten— agregó Gilberto.”

Jorge les presenta el plan, diciéndoles qué podría necesitarse. “Era evidente que el dinero no representaba un problema”. Después de muchas dudas, entre las cuales están su novia, con la que tiene pensado casarse, y un proyecto de montar una planta para refinar aceite usado, se decide. “Los padrinos le aseguraron que la preparación del ataque no tomaría más de unos cuantos meses. Después de que Escobar estuviera muerto, él podría regresar a Bogotá con más dinero del que pudiera necesitar en su vida”.
Después de varios meses de preparación, en junio de 1989, los señores de Cali se deciden a atacar. Saben que Escobar está en su finca Nápoles, celebrando un triunfo reciente de su equipo favorito, El Nacional. Los mercenarios viajan, con exceso de peso, en dos helicópteros pintados con las insignias de la policía y el ejército colombianos. Uno de ellos va equipado con una poderosa ametralladora M240, que les ha prestado un coronel de la policía. En unos sobrevuelos previos, han reconocido la finca de Escobar y sus alrededores.

Ninguno de los helicópteros está equipado para volar por instrumentos. A punto de llegar al sitio convenido para aterrizar, una acumulación de nubes oscurece la cima de la última cadena montañosa. Debido al esfuerzo inusitado para volar a más altura, a uno de los helicópteros se le agota el combustible y se precipita sobre una zona selvática. El piloto está muerto y uno de los ingleses mal herido. Por el momento la operación ha fracasado y no hay más remedio que avisarles a los jefes.

Entretanto la racha de crímenes de Escobar continúa. Víctima de esos días fue Antonio Roldán, gobernador de Antioquia; le siguió la juez María Helena Díaz; y con el asesinato de Luis Carlos Galán se llegó al tope. Después vino el avión de Soacha, que dejó un saldo de ciento cincuenta muertos. Después la bomba contra el edificio del DAS, con un saldo de cincuenta muertos, más de mil heridos y daños a tres kilómetros a la redonda. Y como si fuera poco, pagaba un millón de pesos por cada policía muerto; de esta manera parece que alcanzó a pagar las muertes de casi doscientos.

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