jueves, 23 de abril de 2009

Memorias de Adriano

Dice Marguerite Yourcenar que concibió y escribió un primer borrador de su libro entre 1924 y 1929, que ‘merecidamente’ después lo destruyó.

Hacia el 27, encontró una frase en la correspondencia de Flaubert, que fue como el leifmotiv para su obra: “Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que sólo estuvo el hombre”. Entre el 34 y el 37 retomó y abandonó el proyecto muchas veces. En los diálogos que escribía, no sentía la voz de Adriano. Solamente una frase del 34 le hizo comprender que había encontrado ‘el punto de vista del libro’: “empiezo a percibir el perfil de mi muerte”. Ahí sí oyó la voz de Adriano. Pero estaba temprano: ‘hay libros a los que no hay que atreverse hasta haber cumplido los cuarenta años… Me hicieron falta esos años para aprender a calcular exactamente las distancias entre el emperador y yo’.

En el 39 dejó sus papeles en Suiza y fue para los Estados Unidos.

“En diciembre de 1948 recibí de Suiza, donde había dejado durante la guerra, una maleta de papeles familiares y cartas de más de 10 años de antigüedad. Me senté junto al fuego para acabar con esa especie de horrible inventario de cosas muertas; me pasé varias noches en soledad, ocupada en eso. Deshacía atados de cartas; releía, antes de destruirlo, ese montón de correspondencia con personas olvidadas y que me habían olvidado, algunas vivas, otras muertas. Algunos de esos papeles databan de una generación anterior a la mía; los nombres mismos no me decían nada. Arrojaba mecánicamente al fuego ese intercambio de frases muertas con Marías, Franciscos y Pablos desaparecidos. Desplegué cuatro o cinco hojas dactilografiadas; el papel estaba amarillento. Leí el encabezamiento: “Querido Marco…” ¿De qué amigo, de qué amante, de qué pariente lejano se trataba? No advertí de inmediato a quién se refería el nombre. Al cabo de algunos instantes, recordé de pronto que ese Marco no era otro que Marco Aurelio, y supe que tenía en mis manos un fragmento del manuscrito perdido. Desde ese momento, me propuse reescribir el libro costara lo que costare”.

Para los que todavía no lo han leído, Memorias de Adriano se trata de una carta imaginaria que le envía el emperador Adriano, cuando ya presiente la muerte, a Marco Aurelio Antonino, al que ha hecho educar como a su sucesor. El libro se publicó en Francia en 1951. Y para fortuna de los que hablamos el castellano, tenemos la muy buena traducción de Julio Cortázar.

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