miércoles, 6 de mayo de 2009

"De todas las criaturas, el hombre": Sófocles

Dice el Adriano de Marguerite Yourcenar:

“No desprecio a los hombres... Los sé vanos, ignorantes, ávidos, inquietos, capaces de cualquier cosa para triunfar, para hacerse valer, incluso ante sus propios ojos, o simplemente para evitar sufrir. Lo sé: soy como ellos, al menos por momentos, o hubiera podido serlo. Entre el prójimo y yo las diferencias que percibo son demasiado desdeñables para que cuenten en la suma final. Me esfuerzo pues para que mi actitud esté tan lejos de la fría superioridad del filósofo como de la arrogancia del César. Los hombres más opacos emiten algún resplandor: este asesino toca bien la flauta, este contramaestre que desgarra a latigazos la espalda de los esclavos es quizá un buen hijo; ese idiota compartirá conmigo su último mendrugo. Y pocos hay que no puedan enseñarnos alguna cosa…” (Memorias de Adriano, pág. 40. Editorial Planeta)

Este párrafo, además de estar bellamente escrito, está lleno de sabiduría. Eso somos los seres humanos, seres parcializados; capaces de lo mejor y de lo peor. Por esa gama tan variada de virtudes y defectos, es que tenemos algún interés. Es tanto el contraste de nuestra condición, que en una iglesia podemos encontrar feligreses peligrosos, desconfiables; que pueden llevar lejos su fanatismo. Y en el peor patio de una cárcel podemos encontrar solidaridad y apoyo. Esa actitud de Adriano frente a los hombres, que supone la señora Yourcenar, se llama comprensión, e implica conocer y aceptar; todo lo contrario del fenómeno muy colombiano de la intolerancia.

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