viernes, 22 de mayo de 2009

Goethe habla sobre Werther.

“Es ésa una criatura que, como el pelícano, he alimentado con la sangre de mi corazón. Hay en él cantidad suficiente de vida interior, de mi propio pecho; hay sentimientos y pensamientos bastantes como para llenar una novela de diez tomos como el Werther. Por lo demás, como yo lo he dicho, no he vuelto a leer el libro, después de su publicación, más que una vez, y me guardaré muy bien de volver a hacerlo. ¡Es un libro lleno de materias explosivas! Me produce una sensación penosa y temo volver a ser presa del estado patológico que lo produjo.
“No me fue necesario extraer mi propia melancolía juvenil de los influjos de mi tiempo y de la lectura de algunos autores ingleses. Lo que produjo en mí el estado de ánimo en que se engendró el Werther fueron más bien acontecimientos personales que me afectaron íntimamente y que me proporcionaron muchos cuidados. ¡Había vivido, amado y sufrido mucho! Eso fue todo.” (Tomado de ‘Conversaciones con Goethe’, Eckermann)
Ya lo han dicho muchos: Goethe, en lugar de suicidarse por todo el dolor de ver que se casaba Carlota, escribió el Werther e hizo suicidar a éste. Hizo que su héroe corriera la suerte de la que él quería escapar. En este sentido se dice que la escritura es redentora. Y así como se redime el que escribe, le sucede lo mismo al que lee.
La pregunta que surge después de leer esas palabras de Goethe tan sentidas es: ¿por qué no quería volver a leer el libro? ¿Es que la herida no había cicatrizado del todo? ¿O será como dice don Antonio Machado que nuestro viejo libro nos evoca “ese copioso haz de flechas que no recordamos haber disparado y que han debido caérsenos por el camino”?

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