viernes, 8 de mayo de 2009

La mata que mata.

Aquí en Colombia trasmiten una cuña radial en la que un niño nos dice algo así como: “¡cuidado con la mata que mata! ¡No trafiques con la mata que mata!” De sólo oírla, me produce un revolcón en los intestinos tan grande que salgo corriendo y le bajo el volumen al radio. Como seguramente hay muchas personas que no la han oído, o la han oído y no le han prestado atención; y muchos que son de otros lugares, voy a explicarles cuál es la mata que mata: es el árbol de la coca.

Antes de la década del 70, cuando empezó el comercio de la cocaína, producto que se extrae de sus hojas, la mata que mata no había matado a nadie. Y ya llevaba miles de años evolucionando en este planeta. Los antiguos habitantes de lo que hoy son Perú, Ecuador y Bolivia, principalmente, usaban a diario una mezcla de cal y de sus hojas maceradas, que les ayudaba a soportar sus largas jornadas de trabajo.

La mata que mata (nuestro presidente las llama ‘matas de droga’) empezó a matar cuando se conformaron los primeros carteles en Medellín, muy lejos de donde usualmente se había cultivado. La corrupción en que hemos vivido hizo posible este fenómeno, de un país que no la producía pero que la comerciaba. Y después, para colmo de males, también empezamos a producirla. Y los carteles, dueños del negocio, se han instalado en la vida colombiana y hasta en nuestra forma de pensar; y de gobernar: en este momento tenemos algo así como 70 congresistas enredados con la justicia.

Finalmente, había un profesor de agronomía al que le ofendía la palabra ‘mata’ y decía: “¿Matas? ¡Ésas son las que siembra su mamá en su casa! ¡Aquí estudiamos plantas!”

No nos hagamos más los pendejos: no hay matas que matan. ¡Los que matan son los carteles! ¡Y lo que favorece esos carteles es la corrupción!

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