martes, 26 de mayo de 2009

Para una justicia más justa

Dice Marguerite Yourcenar:

“En España, cerca de Tarragona, un día que visitaba una mina semi abandonada, un esclavo cuya larga vida había transcurrido casi por completo en los corredores subterráneos, se lanzó sobre mí armado de un cuchillo. Muy lógicamente, se vengaba en la persona del emperador de sus cuarenta y tres años de servidumbre. Lo desarmé fácilmente, y lo entregué a mi médico; su furor se calmó, y acabó convirtiéndose en lo que verdaderamente era: un ser no menos sensato que los demás, y más fiel que muchos. Aquel culpable, que la ley salvajemente aplicada hubiera mandado ejecutar de inmediato, se convirtió en un servidor útil. Casi todos los hombres se parecen a ese esclavo; viven demasiado sometidos, y sus largos períodos de embotamiento se ven interrumpidos por sublevaciones tan brutales como inútiles”. (Memorias de Adriano. Editorial Planeta, página 97)
La pregunta es ¿no sería conveniente pensar en formas más civilizadas de aplicar la justicia y dirimir los conflictos? ¿No habrá otras formas diferentes a la de manejar el miedo?
A nuestro conflicto colombiano ¿no será posible buscarle otra solución? Nos estamos gastando un 6% del PIB en una guerra que se alarga sin resolverse. Contamos con uno de los ejércitos más grandes del mundo, aunque somos un país pobre. ¿No estaremos engañados con nuestra percepción del problema? Invirtiendo en escuelas, salud, vivienda y empleo; distribuyendo más racionalmente la riqueza; atacando la corrupción y en fin creando un mejor ambiente social ¿no quedarían desarmados los que cometen toda clase de atropellos en nombre de la causa de los pobres? Pero, claro, es más lucrativo el negocio de la guerra. Les da mucho rédito a los políticos que la presentan como inevitable, y no resuelve ninguno de nuestros problemas estructurales. No resuelve nada, pero confunde, dando la impresión de resolver.

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